El autor hace una dura crítica a una humanidad en la que se hace sumamente complicada, más bien imposible, toda comunicación interpersonal en materias que no sean exclusivamente de carácter superficial o coloquial.
Más que tres teorías de mi personal epistemología, son tres principios de mi pensamiento que los vivo.
Tres principios presentes de manera permanente en mi discurrir de modo que no es posible entender lo que digo y escribo si los descarta el lector. Bien porque no los comprende y refuta por otros caminos, bien porque no le conviene aceptarlos por partir de otra epistemología que los enerva.
En cualquier caso, los tres principios son pilares implícitos y recurrentes que iluminan el resto de mis ideas.
Esos tres principios son:
- No existe en el individuo una sola inteligencia. No existe una inteligencia unitaria, salvo para entendernos. Existen diferentes clases de inteligencia. [Esta idea la he concebido por mí mismo antes de conocer la teoría de las «inteligencias múltiples» de Howard Gardner].
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La realidad, lo que llamamos «realidad» no es más que una construcción mental. Y por consiguiente también una construcción social. Los términos de esa idea son: la realidad, lo que entendemos por «realidad» es la destilación y el resultado del consenso sucesivo de sucesivas minorías.
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El grupo tiene su propio pensamiento, el «pensamiento-compromiso de grupo». Cuando varias personas se reúnen habitual o frecuentemente para charlar, debatir o compartir responsabilidades, porque se «entienden» o porque están obligadas a entenderse y han de decidir sobre una materia, siempre deciden, bien en la teoría o en la práctica, al nivel del o de los menos inteligentes del grupo (ahora entendida la inteligencia en sentido unitario).
Un trato más o menos frecuentado o continuado de amigos, de colegas, de camaradas, de correligionarios, en suma un colectivo que forma o no equipo, determina las ideas circulantes de ese grupo. Y si hay entre ellos un miembro que no comparte las establecidas de manera tácita, implícita o difusa por el grupo, el «disidente» se margina, o le margina el grupo.
El consejo de administración de una empresa, una asamblea reducida, o un consejo de ministros funcionan del mismo modo a estos efectos que un grupo de amigos que se reúnen todas las semanas para conversar. El lobo estepario, el pensador que aun no siendo esquivo más de lo justo, que no es, aunque se lo parezca al grupo, antisocial, sabe esto bien y ha de eludir al grupo, a todos los grupos posibles, si desea pensar exclusivamente por su propia cuenta.
El inconveniente de estos tres principios trasladados del discurrir teórico a la estricta práctica es que se hace sumamente complicada, más bien imposible, toda comunicación interpersonal en materias que no sean exclusivamente de carácter superficial o coloquial.
Jaime Richart
15 marzo 1984