Desde el 8 de abril, 5 personas han sido asesinadas por la policía, otras 3 han sido gravemente heridas y 7 han presentado denuncias contra la policía por agresión.
Todas esas historias tienen una cosa en común: no hay más testigos que los propios policías involucrados en la muerte. En tiempos normales, incluso con testigos y vídeos, la mayor parte de los crímenes terminan con un carpetazo. Sin pruebas y sin testigos imparciales hay aún menos posibilidades de que el verdugo acabe en el banquillo.
No teniendo otra versión que la de los policías, los medios de comunicación también se contentan – incluso más de lo habitual – con reproducir sus declaraciones. Como si el juicio ya estuviera cerrado, los periodistas ni siquiera se molestan en cuestionar las muchas inconsistencias en los relatos de la policía. De hecho, ningún medio de comunicación se ha molestado en vincular estos casos entre sí.
El primero fue un disparo con la nueva munición LBD contra una niña de 5 años que pasó desapercibido. Ante la falta de reacción, la policía se creció y en sólo 8 días ya habían muerto 5 personas.
El 8 de abril murió Mohammed, de 33 años, cuando estaba detenido dentro un vehículo de la policía municipal de Béziers hacia las 23.30 horas. Fue detenido por no respetar el toque de queda.
La causa de la muerte es lo que la policía denomina como “técnica de inmovilización”: al menos uno de los policías se sentó sobre el cuerpo del detenido después de ser acostado boca abajo y esposado en el vehículo. Lo mataron por asfixia.
Los medios de intoxicación lo justifican por la naturaleza inestable del detenido que, además, era un indigente, por lo que nadie va a salir en su defensa.
El 10 de abril en Cambrai la policía intenta detener a dos hombres que huyen en un vehículo porque se han saltado el toque de queda. Los policías los persiguen y el vehículo vuelca en medio de la carretera. Hay que creer a la policía. No hay grabaciones, no hay testigos y nunca sabremos lo que pasó. Sin embargo, es muy extraño que un vehículo vuelque cuando rueda por una carretera recta sin obstáculos de ninguna clase.
El 10 de abril en Angoulème, un joven de 28 años, Boris, es interceptado por la policía, probablemente porque también se ha saltado el toque de queda. Huye y, presa del pánico, detiene su marcha en medio de un puente y, según dice la policía, salta al agua. No sale vivo. Probablemente nunca sabremos lo que pasó porque no hay testigos. Entre someterse a un control rutinario y saltar de un puente, eligió la segunda opción porque son muchos los que prefieren jugarse la vida antes que caer en las garras de la policía.
El 15 de abril un hombre de 60 años murió por la noche cuando estaba detenido en la comisaría de Rouen. Había sido detenido el día anterior por conducir bebido. Alrededor de las 5 de la madrugada, mientras lo sacaban de su celda para ser interrogado, se sintió indispuesto y, a pesar de los intentos de reanimación, murió.
Según la policía, las causas de su muerte aún no se conocen y, posiblemente, tampoco se conocerán nunca. Desde luego que la policía no tiene ninguna responsabilidad en que un detenido se muera delante de sus propias narices.
Aquel mismo día vieron por última vez a un joven de 25 años en el parque de La Courneuve, cerrado por la cuarentena. La policía patrullaba a caballo, se acercaron a él. Dicen que tenía un cuchillo en las manos y que no se le ocurrió otra cosa que atacar a uno de los caballos, tras lo cual los policías huyeron y advirtieron a sus colegas que patrullaban en bicicleta. Lo localizaron y el individuo se abalanzó sobre ellos. No tuvieron más remedio que dispararle cinco veces, tres de ellas en la cabeza.
Unos policías que -se supone- son profesionales, están entrenados para este tipo de situaciones, van armados con gases lacrimógenos y pistolas táser, terminan por disparar sus armas de fuego apuntando a la cabeza…
Para los medios eso no es lo extraño porque la culpa la tenía el muerto, que era un refugiado afgano. Por más que tuviera sus papeles en regla, lo importante es que era afgano.
En Europa matar a un extranjero es un alivio. Pero si no es extranjero, el alivio está en que es un mendigo. Cuando no concurre ninguna de esas circunstancias, el sujeto es inestable, o quizá peligroso, o huyó porque tenía algo que esconder…
La única víctima es siempre la policía. Los 673 cadáveres que han dejado en los últimos 43 años de pistolerismo no cuentan.
https://rebellyon.info/Au-nom-de-la-lutte-contre-le-covid-19-la-22174