En esa perspectiva de ensanchar las relaciones del régimen israelí con África, el primer ministro y criminal de guerra Benyamin Netanyahu planea viajar este verano a cuatro Estados del continente: Etiopía, Uganda, Kenia y Ruanda. El objetivo sería crear un terreno propicio a la formación de una alianza entre Tel Aviv y esos países, antes de encontrar otros aliados africanos que le permitan incrementar su influencia sobre el continente negro, y mantener su posición en los medios internacionales. La visita es la primera de un primer ministro israelí en África en 22 años.
Si algunos objetivos como pudieran ser el interés comercial o la influencia político-diplomática están claros, otros son menos aparentes y se inscriben en una perspectiva más global de remodelamiento del continente, con el fin de dominar y de dividir.
Desde el punto de vista económico, esta zona, que representa cerca de un cuarto de las exportaciones israelíes, es tierra de expansión para el estado sionista, que vende ahí sus tecnologías en diversos dominios, tales como la ingeniera, la agronomía, la irrigación y la seguridad. Sus principales socios son Togo, Nigeria, Egipto y África del Sur, que comprenden lo esencial de los intercambios, en una relación que descansa en gran parte sobre la industria diamantífera. Pero hay que saber también que Israel está a la cabeza de los países que controlan las tierras de los países africanos, apoderándose de muchos centenares de miles de hectáreas de tierras árabes, socavando las bases de la soberanía alimentaria y desviando especialmente los recursos acuíferos. El Estado sionista participa también en buen número de operaciones de saqueo de riquezas mineras, con el fondo de corrupción de las élites africanas y de evasión de capitales.
La infiltración africana de Israel también obedece a consideraciones diplomáticas precisas. Como lo demuestra en efecto la reciente abstención de Ruanda y de Nigeria en el Consejo de Seguridad, con ocasión del voto de la resolución palestina anti-israelí, Israel pretende ejercer su influencia en el seno de los países del continente africano. En este sentido realiza sus esfuerzos de “lobbying”, sobre todo cerca de los líderes de opinión, a fin de modificar la percepción sobre Israel.
Los países anglófonos no musulmanes, tales como Etiopia, Uganda y Kenia, se ven ya fuertemente sometidos ala influencia sionista, pero otras naciones cultivan lazos antiguos y privilegiados con Israel, como en el caso de Costa de Marfil, Congo o también el Camerún.
El Mossad está muy presente, a través de sociedades de seguridad y de expertos militares cercanos a muchos dirigentes. Israel sigue siendo el mayor apoyo de las dictaduras africanas, antiguo aliado fiel del régimen del apartheid, con el que comparte numerosas similitudes.
En el aspecto geopolítico, los objetivos sionistas consisten en secundar a Washington para que el conjunto US-Israel sea el dueño de África, provocando las modificaciones en la zona según el mismo método que el empleado en Medio Oriente.
En el mismo contexto que las divisiones existentes en Medio Oriente, los israelíes han preparado el plan para reconfigurar África basándose en tres criterios: el color de la piel, la religión y las particularidades etnolingüísticas. Esto significaría el desmantelamiento de los grandes países existentes en la región, y la formación de Estados más pequeños que podrían fácilmente ser controlados y manipulados por el imperio. La finalidad es trazar líneas de demarcación entre una supuesta “África Negra” y otra supuesta África del Norte “no negra”, que se transformaría, a su vez, en terreno de enfrentamiento entre bereberes “no negros” y los árabes.
Dentro de estos objetivos, las tensiones se mantienen actualmente entre musulmanes y cristianos de África, al igual que en Oriente Medio, en donde tiene lugar una voluntad de eliminar a las comunidades cristianas de la región. El ejemplo de Sudán es representativo de esta estrategia. El país se ha visto fracturado en dos tras la secesión de Sudán del Sur en 2011. Este último es apoyado vigorosamente por Israel, que arma y entrena a su ejército, y que según la ONU es culpable habitualmente de violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
Hay que saber también que Israel está implicado militarmente en numerosos lugares de África y su éxito se explica en el deseo de hacer negocios con regímenes represivos con los que incluso Estados Unidos y los países europeos evitan negociar directamente ventas de armamento.
Proporcionar secretamente armas a regímenes asesinos no es ninguna novedad para el Estado sionista. Por ejemplo, apenas se recuerda que en los años 90 Israel proporcionó armas a las fuerzas gubernamentales ruandesas con preponderancia hutu así como al ejército rebelde, en los momentos en que se estaba llevando a cabo el genocidio.
Las ventas de armas a África están en constante aumento, y contribuyen de forma enorme a alimentar las atrocidades cometidas; pero, más que el equipamiento, es la experiencia criminal y opresiva lo que el régimen terrorista israelí aporta al continente negro. Mediante su apoyo a numerosos regímenes tiránicos, Israel no exporta solamente su tecnología de dominación, sino una visión del mundo subyacente a esa tecnología. El sionismo exporta hacia África su lógica de opresión y la experiencia colonial del sionismo en Oriente Medio. Israel no es amigo de África, y su presencia interesada tendrá como única consecuencia la desgracia de los pueblos.