El 1 de octubre, Mark Rutte, Primer Ministro de Países Bajos durante 14 años, tomará las riendas de la Secretaría General de la OTAN, un cargo a la medida para un mayordomo fiel a la presencia estadounidense en Europa.
“Mark es un verdadero defensor de las relaciones transatlánticas, un dirigente fuerte y un creador de consenso”, ha dicho su predecesor Jens Stoltenberg.
Como podrán entender, el secretario general de la OTAN no pinta nada. Basta con que hable bien ante los micrófonos y no meta la pata en las entrevistas. Por eso mientras tradicionalmente el cargo se asigna a un pelele europeo, el centro operativo y el mando militar se los queda el general estadounidense que esté al mando del Pentágono en Europa.
Preferiblemente el secretario debe ser centroeuropeo porque desde la salida de Javier Solana en 1999, los mediterráneos tampoco pintan nada. La elección de Rutte indica que la OTAN quiere contrarrestar a Rusia en el este y el Atlántico norte.
Nacido en 1967 en La Haya, Rutte es un hijo de la descolonización. Su padre trabajaba en comercio internacional en Indonesia y se vio afectado por la ocupación japonesa y luego por la independencia.
Después de ingresar en las juventides liberales, se puso al servicio del monopolio angloholandés Unilever y en 2002 alcanzó el puesto de director de recursos humanos de una de sus filiales, IgloMora Groep, especialista en alimentos congelados y conocida por su pescado empanado.
Dejó el cargo porque los liberales lo llamaron para nombarle viceministro de Asuntos Sociales y Empleo. En 2006 se convirtió en dirigente del partido liberal (VVD) y en 2010 ganó las elecciones, cambiando de discurso siempre que era necesario. Si tenía que gobiernar con la “extrema derecha” hablaba contra la emigración y Unión Europea. Pero si tenía que pactar con la socialdemocracia, el discurso era otro distinto.
Por eso Stoltenberg dijo que era un artista fabricando consensos.
Durante el confinamiento, Rutte dio ejemplo, a diferencia de Boris Johnson o Miguel Ángel Revilla: en 2020 dejó que su madre muriera en soledad a la edad de 96 años, cuando las visitas a los asilos de ancianos todavía estaban prohibidos.
Como buen monaguillo, mientras fue Primer Ministro siempre mostró su apoyo inquebrantable a la política estadounidense en Israel y Ucrania. Convenció a sus socios europeos de mejorar su relación con Washington y de hacer un esfuerzo presupuestario adicional para garantizar definitivamente la presencia del protector estadounidense en suelo europeo.
Tiene fama de austero, pero este año su gobierno ha cumplido el compromiso de 2014 de dedicar más del 2 por cien del PIB al gasto militar. Rutte también estuvo al frente del esfuerzo presupuestario en favor de Ucrania y firmó un cheque por valor de 3.000 millones de euros en ayuda militar a lo largo de diez años. Regaló aviones de combate F-16 a Kiev, una decisión calificada de “histórica” por Zelensky.
Paralelamente la compra de 52 F-35 a Lockheed-Martin acabó de convencer a sus amos de Washington que Rutte es su mejor hombre en la OTAN.
La candidatura rival del presidente rumano Klaus Iohannis, apoyada por Victor Orban hasta la primavera, fue sólo un señuelo. El Primer Ministro húngaro sacó partido de su derecho de veto, pero a cambio de apoyar la candidatura de Rutte, su gobierno quedó exento de apoyar económica y militarmente a Ucrania.
En tiempos de Trump le llamaron “whisperer”, el hombre que susurraba a Trump al oído, incluso en las condiciones más difíciles. Ahora le vuelven a poner en un cargo en el que, muy probablemente, deberá lidiar con Trump y reunir a los vasallos europeos bajo la bandera de las barras y estrellas.