Ayer la ONU expresó su “horror” después del descubrimiento de unos 160 cadáveres enterrados en fosas comunes en Tarhouna, una zona que cayó la semana pasada en poder de las fuerzas progubernamentales.
Lo que no expresó fue su responsabilidad y la de la OTAN en la carnicería que vive Libia desde la caída y asesinato de Gadafi hace nueve años.
El 5 de junio las fuerzas leales del Gobierno de Unidad Nacional (GNA), reconocido por la ONU, expulsaron a las tropas de Jalifa Haftar de Tarhouna, su último bastión en la zona occidental del país, a 65 kilómetros al sudeste de Trípoli.
En una declaración, la Misión de Apoyo de la ONU en Libia (Manul) dijo que “toma nota con horror de la información sobre al menos ocho fosas comunes descubiertas en los últimos días, la mayoría de ellas en Tarhouna” y pidió una “investigación efectiva y transparente sobre las supuestas muertes ilegales”.
También acogió con beneplácito la creación por el Ministerio de Justicia de una comisión de investigación que pidió “asegurar las fosas comunes, identificar a las víctimas, establecer las causas de la muerte y devolver los restos” a las familias.
Los cadáveres de las fosas comunes fueron retirados por la Media Luna Roja libia, aunque quedaron restos de ropa esparcidos por el lugar.
Tras el fracaso de su ofensiva lanzada en abril del año pasado en la capital Trípoli (oeste), sede del GNA, Haftar está ahora a la defensiva. Turquía dijo ayer que apoya el alto el fuego patrocinado por la ONU, rechazando el llamamiento a una tregua de Egipto, aliado de Haftar.
Desde abril del año pasado, todos los intentos de poner fin a las hostilidades han fracasado, en un contexto de creciente participación de potencias extranjeras. El conflicto ha provocado miles de muertes, muchas de ellas de civiles, y ha obligado a más de 200.000 personas a huir de sus hogares.