No teníamos claro a qué se referían con ese raro aforismo cuando empezó todo, pero yo creo que la criatura ya va tomando forma. Desde la decisión de Alemania de vacunar a la fuerza a todo el país y de confinar a los no vacunados, yo diría que a la nueva normalidad ya se le ven los dientes. Y ya no son de leche. Se les adivina afilados y con inquietante determinación.
Últimamente, parece que los acontecimientos, en vez de suceder, golpean y se pierden de camino a la corteza prefrontal, la que rige la aceptación de normas sociales. Estábamos asimilando la vacunación cuasi forzosa en Francia y en Italia, cuando aparece Austria con el primer decreto de segregación y, sin respiro, se extiende la ansiedad restrictiva por toda Europa. En Alemania ni siquiera será válido un test negativo para muchas actividades, encuentros de más de dos personas, y movimientos, para ejercer esa cosa insolidaria que se llamaba libre albedrío (los vacunados también contagian, lo digo bajito para no asustar). Pero, si se sigue esa línea, seamos coherentes. Esas medidas no serán suficientes. Esos tipos van a seguir cogiendo transportes públicos para ir a trabajar, al médico o al supermercado o vete tú a saber dónde si les dejan. Aunque duela habría que empezar a ubicarles en un barrio concreto, que teletrabajen allí y cuando salgan que lleven algún tipo de identificación visible, no basta el QR en la cartera. Un distintivo cosido en la solapa, por ejemplo. El resto de personas sensatas no tenemos porqué soportar ese riesgo.
¿Esta es la coherencia que se pretende? ¿Primero fueron a por lo no vacunados y yo no dije nada porque no era uno de ellos?
Mientras, se cierra el círculo sobre los niños, próximo colectivo en el que la aguja ha puesto sus ojos. A mediados de diciembre llegan los viales infantiles. Ya hay citas concertadas. Parece que este es el ritmo que le va a la nueva normalidad. A toda velocidad, sin complejos con la ley, sin alternativas a su modelo y sin un solo debate médico (perdón, uno) para contrastar puntos de vista alternativos, (por si acaso hay miles de científicos por el mundo, varios premios Nóbel (Levitt, Montagnier) o incluso el inventor de la tecnología del Arn-M, que estén diciendo cosas distintas). No hay fisuras. Todo lo que no dice la OMS es negacionismo.
Pensar es difícil por eso la mayoría prefiere juzgar, decía Jung. Ahora ya, epidemiólogos, actores, periodistas y cualquiera con un teclado, directamente, señalan, se burlan, insultan y acosan sin tapujos a esa minoría que no se quiere vacunar. No me había dado cuenta pero parece que ya se ha terminado el debate sobre quiénes son los responsables de esta sexta ola. Da igual que la OMS la atribuya, no a esa minoría, sino a los vacunados (que se creen que no contagian). Si lo que preocupa es el contagio de esa minoría, también se le puede hacer test periódicos (gratuitos y de saliva) e incluso test de células B y T -otro tipo de respuesta de nuestro sistema inmunitario-, que se calcula que ya ha inmunizado de manera silenciosa al 40% de nosotros y que permitiría cribar aún más la capacidad de transmisión de esa minoría. Parece que no hace falta. Ya se les ha juzgado y condenado y ahora acaba de empezar su busca y captura.
Si te paseas por las redes sociales ya puedes olerlo, se respira ambiente de caza.
El pasado 28 de noviembre se rozó lo grotesco contra esa minoría en el programa de Nuria Roca cuando Jose Sacristán, después de insultarles, volvía a acusarles de matar gente por su actitud y pedía que se pagaran su hospital en caso de enfermar de covid. La presentadora sonreía y acogía con complicidad algo que está bastante cerca de un delito de incitación al odio. Dicho entre risas, con total normalidad, hiela un poco la sangre.
Otra grave invitación al acoso contra esa minoría apareció en estas mismas páginas, titulada nada menos que Ha llegado la hora de actuar contra los antivacunas que van por ahí matando gente.
¿En qué momento nos hemos vuelto así?
¿La nueva normalidad era esto?
No se sabe qué es peor si la norma injusta en sí, o la jauría humana que espolea la norma injusta.
No sé en qué momento se ha instalado este estado de arbitrariedad, que ni siquiera el gran Sacristán puede deducir que si obliga a pagar su tratamiento a los no vacunados, por qué no hacerlo con los alcohólicos, los fumadores, con los obesos que se atiborran a donuts, etc. ¿Quién paga los gastos de los vacunados que son mayoría en los hospitales, entonces? ¿Las farmacéuticas? Ah, no espera, que están eximidas de cualquier responsabilidad. Qué mundo, de repente.
Mientras se calientan las calles de medio continente por el rechazo a la supresión de derechos fundamentales, no me termino de creer que esté escribiendo sobre las distintas formas de imposición de un medicamento en fase aún experimental, autorizado solo como emergencia, con el 90% ya vacunado; y en la persecución y segregación iniciada contra los que prefieren -ustedes disculpen- no ponérselo. ¿Estamos ya hablando de un próximo apartheid social? Espero equivocarme. Ya digo que los acontecimientos van demasiado rápido.
Si no he entendido mal, la vacunación está dando entre moderados y buenos resultados en cuanto a ingresos y decesos, al menos en España. Los registros hospitalarios eso dicen. No consigue inmunizar, pero sí atenuar los casos más graves. A falta de conocer los efectos a medio y largo plazo, se puede decir que es un éxito notable. No vamos a alcanzar la inmunidad de grupo (lo de rebaño nos lo ahorramos) porque, aunque nos vacunáramos todos, seguiríamos infectando e infectándonos. No está claro si la inyección reduce el contagio. Hay estudios que afirman una cosa y otros la contraria. En Inglaterra, por ejemplo, reportan que no existen casi diferencias en la transmisión del virus entre los vacunados y los no vacunados. Pongamos incluso que los vacunados infectan menos, pero si tenemos en cuenta que representan el 90% del país, no queda nada claro qué grupo está infectando más. Por tanto, cargar las culpas y todo el acoso subsiguiente a los no vacunados raya en lo surrealista. Jalear para que los encierren en sus casas y paguen los gastos hospitalarios si enferman, en el delirio.
Soumya Swaminathan, jefa de científicos de la OMS, ha confirmado que las vacunas están protegiendo en una tasa de en torno al 80% frente a formas graves de la enfermedad, incluso con la variante delta. Eso suena fantástico. De modo que podemos esperar un 80% menos de enfermos covid graves y, de ahí, se puede deducir que no estamos ni estaremos en riesgo de colapso hospitalario y, por ende, no ha lugar, no hay base lógica para recortar derechos fundamentales.
Si por el contrario, la Sra. Swaminathan no está en lo cierto y no se espera que las vacunas puedan prevenir el atasco de las UCIs, ni puedan reducir la expectativa de casos graves, cuál es la necesidad de forzar la vacunación a todo el mundo! sobre todo, si ya tenemos vacunado a un 90% de la población mayor de 12 años (y solo el 2% de la población mayor de edad asegura que no se va a vacunar). Si se sabe que los vacunados infectan también, ¿por qué vamos a restringir derechos solo a ese 10% (o 2%) que, por otro lado, jamás seria causa de colapso hospitalario? En Alemania, por ejemplo, hay ahora allí casi diez veces más contagios y las mismas muertes que en la primera ola, a pesar de tener al 73% de la población vacunada.
La ciudadanía tiene derecho a dudar de que ese medicamento tenga más perjuicios que beneficios, como mínimo, en la franja de las personas menores de 30 años (suspendido para los jóvenes de Finlandia, Suecia y Dinamarca), en las embarazadas (desaconsejado hasta hace dos meses), o en los que han pasado la enfermedad (cuya inmunidad es tan robusta o más que la vacuna). Desde el momento en que se fuerza su inyección, nos arrebatan ese derecho.
Esto está pasando hoy.
Cuando no me dejan dudar, tiendo a pensar que quizás es porque el relato es falso y dudo más.
En una democracia nadie puede obligarte de esta manera descarada, a saltarte, entre otros derechos, el Principio de Autonomía de la bioética, disciplina universalmente reconocida, que obliga a respetar la libertad de decisión de cualquier ser humano, sobre cualquier intervención médica sobre su cuerpo, a través del llamado consentimiento informado. A día de hoy se está vulnerando algo elemental en cualquier relación humana: te doy el derecho o no de actuar sobre mi cuerpo. ¿Qué parte de ese contrato prehistórico no se ha entendido? El derecho al consentimiento libre e informado, significa, además, que no se puede coaccionar con pérdida de derechos básicos esa íntima decisión.
Si no fuera porque la velocidad de acontecimientos es inasumible y el estado oficial de las cosas es de tal desproporción, que todo vale porque nos estamos enfrentando a, poco menos, que un armagedón, el grado de coacción sería insoportable para cualquiera, vacunado o no. Sobre todo porque hay muchas otras soluciones antes -mucho antes- de someternos, a todos, a tal retroceso político.
El problema no es solo el atropello democrático para imponer este medicamento, es el precedente que vamos firmando en la hoja del calendario del día de mañana.
Este manifiesto ciudadano, salida razonable covid, explica con mucha claridad varias de esas demandas y soluciones alternativas, empezando por el discriminatorio “pasaporte covid” que, incluso los técnicos de la administración, consideran ineficaz.
De la pausa que tenga la ciudadanía para rebajar los niveles de cortisol y bilis con que se está reaccionando, va a depender que se pueda instalar un campamento base para un pensamiento sensato y a raíz de ahí, no continuar, por favor, esta caza de brujas. Parece que, en vez de pliegues cerebrales, tenemos ristras de intestinos. El trauma vivido por la falta de camas y la muerte de 30.000 ancianos en residencias, epicentro del shock colectivo, no se va a solucionar con velocidad, discriminación, deuda, restricciones y miedo, sino con respeto a ley, pausa, debate abierto y, sobre todo, inversión en sanidad (pública).
—Federico Ruiz de Lobera https://diario16.com/la-nueva-normalidad-era-esto/
A partir de ahora, un chute semestral será lo que diferenciará a los humanos de los gusanos: bienvenidos a la Nueva Subnormalidad, donde pagaréis con el diezmo de vuestra salud por vuestros recién enajenados derechos humanos.
Oficialmente, serás un gusano si no pones el brazo cuando te llamen. Y como tal serás tratado.
En realidad, todos sabemos (consciente o inconscientemente) que es justo al revés, y unos cuantos hemos avistado que el camino fácil es en realidad un tortuoso sendero hacia ninguna parte entre precipicios hambrientos.
Todos hemos podido percibir el pestazo de las políticas de control demográfico bajo los empalagosos perfumes de los medios de intoxicación oficial; la piel putrefacta de los rancios intereses del gran capital bajo el plomizo maquillaje tonalidad «bien común» de los gobernantes.
Y sin embargo, toda una generación decadente, blanda y despreciable -inmerecedora de los esfuerzos milenarios de sus antepasados por ganar la libertad- ha decidido ignorarlos y sobrevivir en la ignorancia impostada y caduca del imbécil.
Así sea.
Te aplaudo hasta con las orejas…
Mi familia y yo estamos viviendo ahora mismo esta caza de brujas en el Instituto y te agradezco profundamente esta reflexion de la «nueva normalidad» que de normal no tiene nada.