La masacre rifeña

Los españoles cortan las cabezas a los moros
Juan Manuel Olarieta

Asqueados de la humillaciones y abusos que padecían, en 1921 los rifeños del norte del Magreb se levantaron en armas contra los colonialistas españoles, proclamando su independencia. La criminal monarquía española respondió de la única manera que sabe: con una sanguinaria guerra que dejó un saldo desolador, con miles de muertos.

Naturalmente los muertos eran los obreros y campesinos más humildes, utilizados como carne de cañón para defender los intereses de Alfonso XIII y su cortejo. Para no ser enviados a aquella carnicería, muchos obreros y campesinos se vieron obligados a automutilarse cruelmente.

En la masacre se incubó una casta de oficiales del ejército español sin escrúpulos, llamados desde entonces “africanistas” (Franco, Sanjurjo o Millán Astray) que demostraron luego sus artes en el aplastamiento de la sublevación asturiana y poco después en la guerra civil.

Poniendo al descubierto su verdadero naturaleza carnicera, los militares españoles no vacilaron en emplear por vez primera en la historia gas mostaza y fosgeno contra una población civil indefensa, algo prohibido por las leyes internacionales. Pero España nunca ha entendido de legalidades cuando se trata de aplastar una rebelión. Todos los medios les parecen pocos.

Los heroicos rifeños insurrectos estaban dirigidos por un dirigente guerrillero, Abdelkrim El-Jatabi, que ocasionó a los militares hispanos una humillante derrota en la batalla de Annual, que los libros de historia aún califican como un “desastre”.


Lejos de abandonar Marruecos a sus habitantes, la rancia oligarquía dominante espoleó a los capitostes uniformados, que se aprestaron a resarcirse de su absoluta ineptitud con una cruel venganza. “Siempre fui refractario al empleo de gases asfixiantes contra estos indígenas, pero después de lo que han hecho, y de su traidora y falaz conducta, he de emplearlos con verdadera fruición”, decía el alto comisario español en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, al entonces ministro de la Guerra en un telegrama.

Al año siguiente el gobierno del abuelo del actual monarca español, Juan Carlos, compró gas mostaza a empresas francesas y alemanas, lucrándose personalmente en uno de los negocios más sucios pero más rentables de la monarquía española. En 1923 Alemania inició sus suministros de gas y levantaron una fábrica militar de armanento químico en las proximadades de Madrid, La Marañosa, que aún sigue en funcionamiento.

La aviación española gaseó sin compasión campos de cultivo y aldeas indefensas para arrasar la retaguardia de la guerrilla rifeña. Utilizaron gas mostaza, fosgeno y otros componentes químicos altamente tóxicos.

El empleo de gas mostaza estaba prohibido internacionalmente desde el Tratado de Versalles de 1919. Sin embargo, el Reino Unido lo usó contra el Ejército Rojo en 1919 durante la guerra civil.

Una de las principales propiedades del gas mostaza es que es vesicante, es decir, produce ampollas cuando entra en contacto con la piel humana. También causa profundas alteraciones en el genoma de los tejidos expuestos, inhibiendo la división celular y provocando mutaciones cuyos efectos se manifiestan durante generaciones.

El Rif es una región montañosa muy aislada y la población ni siquiera sabía con qué les bombardeaban. No eran capaces de identificar la enfermedad; hablaban del “akhenzir”, un término bereber que identificaba los síntomas que todo el mundo padecía. Los más ancianos hablaban de un humo amarillo y de que les ardía la piel o de que se asfixiaban.

Abdelkrim El-Jattabi

España jamás ha reconocido la masacre, nunca se ha realizado una investigación y los hechos se han mantenido en el secreto más riguroso. Se ignora cuantas personas murieron, pero desde el bombradeo químico de 1923 el cáncer y las y enfermedades pulmonares son una plaga en la región. Durante los años 60 y 70 del siglo pasado seguían muriendo miles de rifeños.

Los responsables del Instituto Oncológico de Rabat admiten que el 60 por ciento de sus pacientes provienen de la región de Alhucemas y Nador y que existe un estrecho vínculo entre el bombardeo con gas mostaza en 1921 y la multiplicación de los casos de cáncer de laringe y de estómago en en el norte de Marruecos.

Un grupo de rifeños de Alhucemas fundó el 8 de julio de 2000 la Asociación de Víctimas del Gas Tóxico, que exige a la monarquía española y a los países que le suministraron el armamento químico que, al menos, pidan disculpas por los crímenes cometidos.

En febrero de 2007 el Congreso de los Diputados rechazó una propuesta para que el España asuma sus responsabilidades por asesinar con gases tóxicos a miles de inocentes en la colonia norteafricana. Las Cortes fascistas se volvieron a cubrir de gloria. El silencio de los medios fue todavía más ilustrativo. El crimen siempre necesita esa clase de complicidades, que no se acabaron con Alfonso XIII.

Mientras tanto la Audiencia Nacional sigue buscando genocidas por todo el mundo, hasta las mismas cumbres del Tibet. Es mucho más fácil: podría empezar por los que tiene más a mano y declarar criminal de guerra a Alfonso XIII.

Fuente: http://civilizacionsocialista.blogspot.com.es/2009_02_01_archive.html

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