El día 17 de octubre de 1961, una manifestación pacífica convocada por el FLN contra el toque de queda impuesto sobre los argelinos que vivían en la región parisina por el prefecto de policía Maurice Papon desembocó en una represión brutal, que causó entre 70 y 200 muertos.
El historiador Jean-Luc Einaudi cuenta 200, y 325 argelinos muertos por la policía a lo largo del otoño de 1961. Los argelinos no fueron las únicas víctimas, porque el racismo de la policía hacía que cualquier persona de color (marroquíes y tunecinos, pero también portugueses) fuera detenida, golpeada y asesinada.
Algunas de las víctimas fueron arrojadas al río Sena desde los puentes, tras ser golpeadas hasta la inconsciencia. Los archivos policiales han demostrado que Papon animó a los oficiales a obrar de esa manera; por otro lado, los policías participantes tuvieron la precaución de quitarse el número de placa del uniforme, lo que demuestra una acción organizada.
El 17 de octubre de 1961 las fuerzas policiales bloquearon todos los accesos a la capital, las estaciones de metro, los trenes, las llamadas “portes” (puertas), etc. De aproximadamente 150.000 argelinos residentes en París, se calcula que entre 30.000 y 40.000 se unieron a la manifestación. Las acciones policiales efectuaron 11.000 detenciones y los detenidos fueron transportados por el RATP (autobuses y trenes de cercanías) al Parc des Expositions, centro de internamiento ya usado durante la ocupación nazi.
Los detenidos no sólo eran argelinos, sino también marroquíes, tunecinos, españoles e italianos emigrantes, que fueron enviados a diversos acuartelamientos, el Palais des Sports de la Puerta de Versalles, el Estadio Coubertin, etc.
A pesar de estas detenciones, entre 4.000 y 5.000 personas consiguieron agruparse y manifestarse pacíficamente entre la Plaza de la República y la Plaza de la Ópera, sin incidentes. Pero fueron bloqueados en Ópera, y los manifestantes retrocedieron. A la altura del Cine Rex (actual Rex Club, en los Grandes Bulevares), la policía abrió fuego y cargó contra los manifestantes, causando bastantes muertes.
En el puente de Neuilly (que separa a París de los suburbios) las fuerzas policiales también abrieron fuego, causando más muertos. Los argelinos fueron arrojados al Sena en diversos puentes de la ciudad y los suburbios, principalmente en el céntrico Puente Saint-Michel, justo al lado de Notre Dame y a dos pasos de la Prefectura de policía….
El silencio se mantuvo, en algunos casos, mediante amenazas contra policías que habían sido testigos y podrían haber denunciado a sus compañeros. La masacre fue objeto de ocultación estatal. El presidente Charles de Gaulle dijo que era algo “secundario”. El 8 de febrero de 1962 una manifestación, principalmente de miembros del Partido Comunista y de la CGT también acabó en una masacre (la llamada “masacre de Charonne”, una estación de metro parisina).
En la década de los 90 la Masacre del 17 de Octubre, como es conocida en Francia, llegó a la conciencia nacional. En particular, el testimonio de Jean-Luc Einaudi durante el proceso de Maurice Papon por crímenes contra la humanidad le ayudó a conseguir permiso para investigar los archivos de la policía, a los cuales no había tenido acceso antes (échate a temblar, Rodolfo Martín Villa…).
Papon fue juzgado solamente por los hechos perpetrados cuando era prefecto de Burdeos durante la Segunda Guerra Mundial y siempre negó, a pesar de las pruebas acumuladas contra él por el historiador Jean-Luc Einaudi, su responsabilidad directa en la masacre. El 17 octubre de 2001 el alcalde socialista de París, Bertrand Delanoë, puso una placa en el puente de Saint-Michel para conmemorar la masacre. El 18 de febrero de 2004 se realizó una petición para nombrar a una estación de metro en Gennevilliers como “17 de Octubre de 1961”, en recuerdo de la masacre.
“Aquí ahogaron a los argelinos”, recuerda la pintada |
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HOY ESTOY POR HACER APUESTAS
Yo he visto correr en Daimiel a la Guardia Civil a celebrar la misa de "su patrona" Virgen del Pilar, con guantes blancos cubriendo sus manos (ignoro si todavía limpias), cinchándose a la carrera con el birrete bajo el brazo para no llegar tarde con los pantalones en los tobillos. Vamos, hábiles que ni los malabaristas (les intenté hacer oír: "Nosotros, perros de presa, hemos matado la liebre; dcie el perrillo faldero. Pero iban ambos tan apurados −uno con su hermosa mujer apuradita detrás-, que no oyeron). A algún grupo que venía como en familias con paso más tranquilo y pinta de mandamás, le pregunté de forma suficientemente audible si los guantes eran para ocultar las manos teñidas de rojo. Pero como no se creían lo que en realidad habían oído, me miraron con una cara de meter miedo y querer saber si habían oído bien que me obligo a la prudencia y opté por no interrogar más.
¡Qué para qué tanto rollo por mi parte? ¡Pues… a modo de introducción!:
Sucede que quisiera apostaros a que también esos capos franceses de que habláis eran católicos de los que mediante sus religiones nos predican e imponen o impusieron criminalmente el cristianismo y similares (budismo, algún tipo de islamismo, protestantismo, judaísmo y quién sabe cuántos otros istmos). Acá ya van dos milenios y esto no tiene pinta de acabar, para beneficio y loa de quienes nos trasquilan, humillan, ofenden e incluso asesinan.
Y también me juego lo que sea a que asimismo este año volverán a cantar su misa de "El gallo católico". Os aviso noblemente: No apostéis, que yo lo hago a caballo ganador y dispuesto a mantener la apuesta lo que me quede de vida.