Hoy día con un ordenador se pueden hacer muchas cosas desde la confortable habitación de una vivienda, pero los piratas (“hackers”) son mucho más que eso: verdaderos dioses para los que nada es imposible, desde desencadenar “revoluciones” de colores y Primaveras Árabes, cuyos protagonistas han sido -según dicen por ahí- entusiastas espontáneos del móvil, interconectados (horizontalmente) a través de las redes sociales…
Es un cuento moderno; la realidad es otra cosa, mucho menos espontánea de lo que relatan los medios. Por ejemplo, el viernes el Presidente de Bolivia, Evo Morales, informó que Estados Unidos había enviado 12 “hackers” para que triunfase el “No” en el referéndum constitucional celebrado el 21 febrero.
Lo más probable es que Morales se haya quedado corto; serían bastantes más de 12 y no sólo se llevaron el móvil consigo.
En cualquier caso, la noticia descubre que las redes sociales son mucho menos espontáneas de lo que dicen los medios; de hecho, no son diferentes de los propios medios. Del mismo modo que Estados Unidos “fabrica” la mayor parte de la información que difunden los medios, “fabrica” exactamente igual la mayor parte de la información que difunden las redes sociales, las páginas web o el WhatsApp.
Ambas forman parte de la misma ideología dominante, son tan falsas (o tan ciertas) como la misma ideología dominante y proceden de los mismos centros de producción del cúmulo de ideas que proliferan en nuestro tiempo, que se difunden anónimamente y cuyo origen también parece igualmente anónimo.
Los propios “hackers” han sido fabricados de esa manera ideológica, tan científica y tan mítica a la vez como la manzana que le cayó a Newton en la cabeza, permitiéndole descubrir (y describir) la ley de la gravedad, algo de lo que hasta entonces no se había apercibido, ni él ni nadie.
Son como Jano, el legendario personaje con dos rostros, capaz de mirar en dos direcciones opuestas a la vez. Cuando el “hacker” descarga películas sin pagar el peaje que corresponde a la propiedad privada es un pirata, un delincuente, pero si se lleva los “Papeles de Panamá” esa misma palabra se traduce de otra manera y se transforma en un benefactor de la humanidad.
Como los científicos y los ingenieros, los informáticos crean sus propias leyendas, que luego se acaban creyendo ellos mismos, posiblemente porque así se ven como personajes legendarios. Esos relatos son la Ilíada y la Odisea del mundo moderno: esos jóvenes trasteando en el garaje encima del teclado de un ordenador que acaban siendo multimillonarios y creando imperios, como Microsoft o Google, a los que nadie acusaría de aprovecharse de la piratería.
Todo lo contrario: resulta que los capitalistas de la informática luchan contra la piratería. Si los “hackers” son piratas, ellos no son “hackers”.
Hasta las palabras se prostituyen, tanto en inglés como en castellano, y su uso es prostitución pura, lo mismo que su traducción. En un principio, la palabra “hack” se utilizaba en los centros de investigación de Estados Unidos como sinónimo de “trastear” e incluso de “jugar”. Entonces el “hacker” era el “manitas” de la informática que exploraba las múltiples posibilidades de un lenguaje de programación, de un sistema operativo o de un programa.
En el principio de todo, incluida la informática, no está una teoría que luego “se aplica” a la práctica, sino al revés. En este caso eso es aún más claro porque algunos programas informáticos se llaman precisamente “aplicaciones” (app, “applications”).
La propiedad privada llegó a la informática mucho después y ocurrió lo que describe Marx cuando en “El Capital” analiza la acumulación originaria: algunos avispados expropiaron lo que hasta entonces era de uso colectivo, lo patentaron y lo llevaron al Registro Mercantil. Desde entonces la informática tiene nombres y apellidos, de personas o de multinacionales. Antes era anónima, abierta, libre y colectiva.
Ahora los piratas le dan la vuelta a la historia, acusan de pirateo a los demás y se han propuesto acabar con la proliferación del pirateo en la informática. Según dicen, con los ordenadores e internet nos hemos acostumbrado a la “barra libre”, a que todo sea gratuito y eso, por lo visto, se ha convertido en un serio problema para las multinacionales, que están llevando a los piratas a la cárcel.
Como se sienten identificadas con esta ingeniería, las multinacionales dicen que a quien perjudica la gratuidad es a la programación, al desarrollo de los sistemas operativos o las aplicaciones digitales, lo cual es falso. Hasta la fecha, una parte importante de la expansión de este conjunto de nuevas técnicas procede de los aficionados y no de los profesionales. La gratuidad no ha frenado sino que ha promovido el desarrollo de la informática.
Pero, lo mismo que la astronomía, la informática no es sólo un conglomerado de habilidades técnicas que se estudian en las facultades de ingeniería correspondientes, sino bastante más: una “cultura” o, mejor dicho, una “subcultura” con sus propios códigos, su argot, su cine (Annonymous, Matrix), sus propios entusiastas (“geeks”) e incluso sus propios partidos políticos piratas.
En los cuentos y las leyendas es difícil separar la realidad de la fantasía. Por eso, quien quiera estudiar las relaciones entre la ciencia y la ideología, a los que la burguesía presenta como mundos antitéticos, tiene en la informática uno de los terrenos mejor abonados y de más actualidad.