Junto con otros, los dos solidarios, Mick Napier y Jim Watson, realizaban una campaña de boicot en un centro comercial de Glasgow contra la empresa israelí “Jericho” que produce cosméticos en una fábrica junto al Mar Muerto, en la Cisjordania ocupada.
La movilización formaba parte de una protesta contra la agresión militar israelí en 2014 contra la población civil de Gaza en la que 2.200 palestinos fueron asesinados por el ejército. De ellos, 550 eran niños.
La empresa israelí llamó a la policía, que se presentó en el centro comercial y detuvo a los dos solidarios, lo que desencadenó el largo proceso ante los tribunales en los que los manifestantes fueron acusados de esos famosos “delitos de odio” que el imperialismo ha puesto de moda en toda Europa.
La manipulación judicial estaba clara desde el principio. La acusación trataba de justificarse asegurando que los acusados actuaron movidos por el “odio a Israel”; no por las matanzas que Israel estaba cometiendo, sino por puro odio a un pueblo (o a una religión), como si el odio o el amor cayeran de un guindo.
Como suele ocurrir en todos los juicios políticos, el fiscal escocés trató de pasarse de listo y entrar en asuntos históricos y políticos que le caían muy anchos. En el juicio oral dijo que cuando hablaban de las matanzas cometidas contra los palestinos, los acusados incurrían en una “difamación de sangre” antisemita propia de épocas medievales.
Para no hacer el ridículo los fiscales deberían dedicarse al circo. No se puede hablar de difamación cuando hay más dos mil cadáveres encima de la mesa y emprender un juicio para lavar la cara a los asesinos.
En su turno de palabra Napier estuvo impecable cuando, hablando de asesinos y de difamadores, recordó que en el verano de 2014 los hospitales y las morgues de Gaza se saturaron hasta el punto de que las familias tuvieron que guardar los cadáveres de sus allegados en los congeladores y las neveras de las viviendas.
En el momento en el que nos manifestábamos en el centro comercial, dijo Napier desde el banquillo, el Secretario General de la ONU calificaba la actuación israelí en Gaza como un “ultraje a la moral, un acto criminal y una violación flagrante del derecho humanitario”. Mientras el propio gobierno escocés repetía calificativos análogos contra Israel, los fiscales “trabajaban con grupos de presión pro-israelíes para acallar las voces de solidaridad con los palestinos”, concluyó Napier.
El sionismo es un movimiento de raíces puritano anglo-sajonas, no judías religiosas, ya que la ortodoxia judía no contempla la vuelta a Jerusalén hasta la llegada del Mesías. Ni tradiciones históricas judías o genética, porque como se enseña en la Universidad de Tel Aviv, a los judíos no los expulsó nadie de sus tierras. Algunos se desplazaron a otros lugares del Mediterráneo, al desplazarse los centros de comercio. Otros a predicar su religión, y otros se quedaron. Aconteciéndoles como a la mayoría de pueblos vecinos, su conversión al Islam, siendo los actuales palestinos. Los primeros colonos puritanos que huían de las persecuciones religiosos, veían en la nueva tierra, su tierra prometida. Evangelistas, o mormones que llamaron a sus nuevos asentamientos en Utah, su Zión (de Tsión, Jerusalén en hebreo). El movimiento germinó en centro Europa, por una élite político económica de judíos seculares azkhenazis, a finales del S.XIX. influenciado por el caso Dreyfuss y los progromos del ejercito zarista, y liderados principalmente por Hertlx. El sionismo es un movimiento colonialista y racista, pese a que los azkhenazis no son de origen semita, ya que promueve un Israel judío y para los judíos, excluyendo a otros pueblos. El sionismo que conformó en gran parte el imperialismo gringo, unió a la ex colonia con el imperio británico, enemigos desde la guerra de independencia, y forjó una alianza con ambos, después de la 2ª Guerra Mundial.