La lucha contra el imperialismo (y 2)

Juan Manuel Olarieta

Aunque se habla de él en singular, el imperialismo no es un todo; «no existe ese todo», decía Lenin (1). El imperialismo no se puede asimilar a la troika, ni al Club Bilderberg, ni a la Unión Europea, ni a las transnacionales. Las instituciones públicas y privadas del imperialismo se basan en los tratados y los acuerdos mutuos entre las aves de rapiña imperialistas. Pero además de eso hay que tener en cuenta la ruptura de los mismos.

El siglo XX demuestra que en la época del imperialismo las contradicciones internas siempre han resultado más importantes que la coordinación de los esfuerzos entre los buitres («la comunidad internacional»), que no son otra cosa que otros tantos intentos de imponer la hegemonía de alguno de ellos sobre los demás. Lo que diferencia al imperialismo respecto a la etapa anterior del capitalismo son precisamente esas contradicciones internas. Los acuerdos entre imperialistas son efímeros; lo que realmente permanece entre ellos es su mutua rivalidad.
Este rasgo característico es una fuente constante de paradojas, sobre todo cuando se asocia mecánicamente el imperialismo a la dominación de las potencias más fuertes respecto a los países dependientes. Entonces el imperialismo sigue pareciendo un todo: el que forman dichas potencias hegemónicas.
Las contradicciones internas del imperialismo no son de tipo geográfico o geoestratégico, del tipo norte-sur u oriente-occidente. Tampoco son las contradicciones entre dos enemigos, como el proletariado y la burguesía, sino las que existen en las propias entrañas del enemigo, las que enfrentan a las potencias imperialistas como bloques rivales.
La rivalidad entre las potencias imperialistas, la lucha de unos imperialistas contra otros, propicia en ciertas corrientes del movimiento revolucionario la equiparación de ambos bandos, la tesis de que «no hay imperialistas buenos», de que no se puede criticar sólo a unos imperialistas porque se hace el juego a los otros, de que todos ellos son malos porque, en suma, pretenden repartirse las zonas de influencia en el mundo. Ni siquiera admiten algo parecido a un «enemigo principal». No discriminan entre unos y otros, no existen unos que atacan y otros que se defienden, no hay agresores ni agredidos porque todos son iguales.
Así presentado el asunto no hay ninguna posibilidad, pues, de entrar en ese juego, que es ajeno a la lucha de la clase obrera. La respuesta tiene que ser la inhibición porque no es posible tomar partido en algo así, estar con unos o con otros. Es una postura propia de los puristas que no asumen ningún protagonismo dentro del movimiento de masas, de los que se limitan a elaborar comunicados infalibles con los que es imposible estar en desacuerdo porque se sitúan por encima del bien y del mal, o más bien están fuera de juego, algo característico de quienes viven en un tercer país no involucrado en ninguna batalla.
Por ejemplo, en los primeros años ochenta durante las marchas contra la OTAN la secta UCE portaba pancartas con la consigna «Ni OTAN ni Pacto de Varsovia» que dejaba a los manifestantes estupefactos, no sólo por la consideración del Pacto de Varsovia como una organización imperialista, del mismo estilo que la OTAN, sino porque nadie sabía que existeran en España bases militares de tal organización. Lo propio de ese tipo de sectas consiste en añadir problemas ficticios (Pacto de Varsovia) a los realmente existentes (OTAN).
La equiparación de unas potencias imperialistas con otras también conduce a la concepción del imperialismo como un todo, normalmente porque quienes las adoptan son grupos marginales, algo que les lleva a la superficialidad. Sus comunicados son colecciones de obviedades y frases trilladas.
Las potencias imperialistas se agrupan por bloques, cada uno de los cuales tiene sus propias características, que las organizaciones revolucionarias tienen que saber diferenciar al detalle, teniendo en cuenta que, como decía Lenin en 1916, la peculiaridad del imperialismo es «la tendencia a anexionarse no sólo países agrarios sino toda clase de países» (2).
Cuando Lenin se refería a «toda clase de países» era para incluir a las propias potencias imperialistas, a los países centrales como objeto del reparto del mundo, como le ocurrió a Alemania tras la Primera Guerra Mundial que, paradógicamente, a pesar de ser «uno de los países capitalistas más fuertes y avanzados», Lenin lo consideraba como «un país imperialista oprimido» (3).
Pero, ¿cómo es posible concebir que un país imperialista esté, al mismo tiempo, oprimido?
Esa paradoja es posible por varias razones pero fundamentalmente por la hegemonía: si todos los países imperialistas fueran iguales, ¿qué sentido tiene hablar al mismo tiempo de hegemonía y de lucha por la hegemonía como rasgo distinto del imperialismo?
Si hay hegemonía y si hay lucha por hacerse con ella es porque no todos los países imperialistas están en el mismo plano, no son iguales, como creen los nihilistas porque el imperialismo se rige por la ley del desarrollo desigual, es decir, porque el imperialismo crea desigualdades entre los propios países imperialistas, rompe los equilibrios existentes y crea nuevos desequilibrios entre ellos que, además, no son siempre los mismos, hasta tal punto que con el desarrollo del capitalismo, los imperialistas acaban convirtiéndose en víctimas de su propio juego. Cuando todo el mundo está repartido, son los propios imperialistas los que dejan de ser el sujeto para convertirse en el objeto mismo del reparto, como le estaba ocurriendo a Alemania entonces.
Lenin no ponía a los imperialistas en el mismo plano, hasta tal punto que la Revolución de Octubre hubiera resultado impensable sin una contradicción entre los imperialistas tan aguda como la gran guerra de 1914 que Stalin caracterizó como «una pugna encarnizada entre los dos principales grupos imperialistas»(4). La subsistencia luego de la URSS también hubiera resultado mucho más difícil sin esa contradicción, por lo que, a diferencia de los nihilistas, en 1920 Lenin seguía preguntando: «¿Hay en el mundo capitalista de nuestros días contradicciones radicales que se deban utilizar?»(5).
Es algo que un revolucionario se pregunta a cada momento, un punto de vista muy distinto de quien quiere limitarse a redactar comunicados. Lenin habla de «utilizar», de hacer y no de escribir, lo cual exige ir mucho más allá de las colecciones de frases y de recetas que valen en 1915 lo mismo que un siglo después, como si el mundo fuera el mismo y como si las situaciones fueran intercambiables. Alguien que tiene que hacer, se ve obligado a tomar partido y los amantes de las frases hechas deben saber que ese posicionamiento nunca es el mismo, lo cual es una fuente continua de nuevas paradojas, algo que también explicó Lenin de manera paradógica: en febrero de 1918, escribió, «no vacilé lo más mínimo en llegar a cierto ‘acuerdo’ con los monárquicos franceses», lo cual no consideró como un óbice para hacer luego todo lo contrario: «No dudaré ni un solo instante en concertar un ‘acuerdo’ idéntico con las aves de rapiña del imperialismo alemán»(6).
A causa de su partidismo, en 1917 a Lenin le acusaron de ser un espía alemán, viéndose obligado a huir de Rusia, a la que acababa de llegar después de muchos años de exilio. Lo mismo le ocurrió a Stalin cuando en 1939 firmó un acuerdo de no agresión con el III Reich, algo que los puristas han despreciado durante décadadas y que, sin embargo, cuatro años después no impidió firmar algo similar con el bando contrario: el Acuerdo de Teherán primero y el Tratado de Yalta después.
A pesar de que Lenin ponía la palabra «acuerdo» entre comillas, los nihilistas se siguen asombrando de la posibilidad de llegar a acuerdos con el enemigo, o interpretan que dichos «acuerdos» convierten en un amigo a un enemigo como por arte de magia, o que son un «apoyo» a unos en contra de los otros. «No se puede apoyar a un imperialismo contra otro», dice el grupúsculo francés denominado Partido Comunista Maoísta en referencia a la guerra en Ucrania (7) para hacer creer que la agresión no va dirigida también contra Rusia, que con ella Rusia se está expandiendo, o bien que Rusia tiene algo que ganar y no algo que perder o, mejor aún, que seguir perdiendo.
Los puristas son una especie que ha proliferado mucho en la historia. En 1939 aseguraron que la URSS se repartió Polonia con Alemania y en 1945 que se repartió el mundo entero con Estados Unidos y Gran Bretaña.
Es incalificable poner a los atacantes y los atacados al mismo nivel, casi tanto como asegurar que la guerra civil de 1936 fue un choque fratricida entre unos (fascistas) y otros (antifascistas). Si es difícil en la lucha de clases, por no decir imposible, se torna mucho más complicado en la arena internacional. Por eso los puristas suelen ser escritores, cronistas y redactores de blogs y de comunicados. Quienes asumen responsabilidades dentro de un movimiento revolucionario organizado saben que no hay situación más favorable que la escisión del adversario, que es la propia lucha revolucionaria lo que acaba dividiéndole y, por consiguiente, creando una situación aún más favorable para el movimiento.
Antes de la Revolución de Octubre, Lenin llegó a un acuerdo con la Alemania imperialista para viajar a Petrogrado en tren en mitad de la guerra mundial, junto con la dirección del partido bolchevique en pleno, nada menos que 32 militantes: «Durante la guerra mundial millones de balas alcanzaron su objetivo. Los ingenieros idearon los proyectiles más violentos, más potentes y de más largo alcance. Pero ninguno lo tuvo mayor ni fue más decisivo para la historia reciente que ese tren, cargado con los más peligrosos y más decididos revolucionarios del siglo y procedente de Suiza, atraviesa silbando toda Alemania, para llegar a Sant Petersburgo y allí hacer que el orden de la época salte en pedazos»(7).
Churchill escribió que el Estado Mayor alemán había dejado caer a Lenin en Petrogrado «como si se tratara del bacilo de la peste». ¿Cómo es posible que los imperialistas pusieran un tren a disposición de los bolcheviques para que se trasladaran desde Suiza hasta Rusia para estremecer al mundo entero sólo siete meses después de llegar a la estación de tren de Finlandia?
La misma pregunta se puede trasladar al interior mismo del partido bolchevique, donde también había puristas que se opusieron a un viaje que les hacía parecer cómplices del imperialismo alemán. Para este tipo de personas las apariencias, lo que digan los demás, no sólo son importantes, sino que son lo único realmente importante. No se trata de hacer sino de parecer.
Después de la Revolución, la URSS siguió firmando acuerdos con los imperialistas alemanes. En 1918 firmó el tratado de Brest-Litovsk, en 1922 el de Rapallo y en 1939 el Pacto Molotov-Von Ribbentrop. Pero Lenin y el gobierno soviético no «apoyaron» nunca al imperialismo alemán. Ni siquiera «se apoyaron» en él. Lo que hicieron fue aprovechar sus contradicciones con otros imperialistas para consolidar la revolución proletaria en la URSS.
(1) Lenin, Materiales sobre la revisión del programa del partido, en El imperialismo y los imperialistas, 1917, pg.133.
(2) Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo, 1916, pg.109.
(3) Lenin, Informe acerca de las concesiones, 1920, pg.165.
(4) Stalin, La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos, en Cuestiones del Leninismo, pg.119.
(5) Lenin, Informe acerca de las concesiones, 1920, pg.162.
(6) Lenin, Carta a los obreros norteamericanos, 1918, pgs.147-148.
(7) http://drapeaurouge.over-blog.com/2014/03/ukraine-la-lutte-se-poursuit-entre-les-imperialistes.html
(8) Stefan Zweig, El tren sellado, en Momentos estelares de la humanidad, Editorial El Acantilado, 2012.

comentarios

  1. ENRIQUE MUÑOZ GAMARRA: muy buen artículo. Muy profundo sobre el imperialismo actual. Interesante sobre "la equiparación de unas potencias imperialistas con otras también conduce a la concepción del imperialismo como un todo, normalmente porque quienes las adoptan son grupos marginales, algo que les lleva a la superficialidad. Sus comunicados son colecciones de obviedades y frases trillada.". Algo de esto hablo en mis artículos sobre situación internacional actual, pero, no hablo de equiparación de potencias, lo cual es una terrible falsedad, hablo de equiparación de fuerzas sobre todo en el asunto nuclear. En lo demás, vuelvo a repetir, indudablemente, no hay equiparación de potencias, en esto incluso, cuando hago una relación de las principales potencias imperialista menciono en primer lugar a China, lo que demuestra que es falso la equiparación de potencias. Cierto, se ha instalado un sistema multipolar imperialista, lo cual tampoco es una equiparación de potencias, pues, en esta las contradicciones interimperialistas son aún mayores, es decir, muy duras y la prueba de esto es la dura carrera armamentística en que están involucrados ahora estas potencias imperialistas. Además no olvidemos la ley del desarrollo desigual en el sistema capitalista. Hay otras cosas que aquí no podemos acentuarla.
    Un saludo y gracias por permitirme hacer este comentario:
    ENRIQUE MUÑOZ GAMARRA.
    enriquemunozgamarra.org

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