Es natural que alguien así se haya propuesto “dar la vuelta a la historia del problema español” cuando lo que en realidad hace es dar la vuelta a la historia; y punto. Manipularla, falsificarla, retorcerla, desfigurarla… Inventarse la historia e inventarse historias son típicos tanto del trotskismo como del nacionalismo, del vasco y del español.
Sólo el lenguaje (“el problema español”) ya denota el origen de clase de tales bodrios. Es la terminología de la intelectualidad burguesa que cavila sobre la “España invertebrada”, sobre “España como problema”, sobre el “ser de España” y su “esencia imperecedera”. Toda esta diarrea intelectual sólo demuestra una cosa: que lo mismo que todos los burgueses, Gil no sabe lo que es España.
En el caso de Gil es posible que el problema se haya originado en su cuna pero, en cualquier caso, le conduce a una contradicción: la chabacanería vasquista, de la que él es un buen ejemplo, se lamenta de que los españoles les digan lo que tienen que ser, pero al revés la cosa no funciona, y algunos vascos se han atribuido la tarea de decirles a los españoles lo que han sido, lo que son, lo que deben ser, lo que tienen que ser, lo que pueden y lo que no pueden.
Este tipo de escritos proliferan porque la burguesía de un pueblo expoliado de sus derechos, como el vasco, acumula mucho resentimiento desde hace años y tiene ganas de revancha. Quiere hacer con “los españoles” lo mismo que han hecho con ellos, pagarles con su propia moneda. Por ejemplo, los vascos pueden ser nacionalistas, pero los españoles no.
No seré yo quien niegue que esa discriminación tiene un cierto fundamento porque ambos nacionalismos (el vasco y el español) no se pueden poner en el mismo plano, ya que responden a situaciones políticas opuestas. Como siempre que ocurren ese tipo de simplificaciones (“todos son iguales”) hay que dejar bien claro que uno (el nacionalismo vasco) es reactivo frente al otro (el nacionalismo español), que es dominante sobre él, le oprime y le mantiene en una situación de subordinación.
Eso es cierto. Ahora bien, requiere una explicación que Gil no expone, lo cual conduce -por más que con su verborrea disimule cuanto pueda- a una verdadera ley del embudo según la cual los españoles tienen que pasar de ser imperialistas, de tenerlo todo, a no tener nada.
Eso es intolerable y, por mi parte, no estoy dispuesto a admitir ni la más leve insinuación en tal sentido. A los grupúsculos liliputienses y a sus compinches, como Gil, estoy dispuesto a tolerarles su bazofia trotskista, su anticomunismo, su manipulación de la historia, sus fraudes, su patrioterismo chabacano y muchas cosas más, excepto que con sus porquerías pretendan enfrentar a vascos y españoles, y divulgar que la conquista de los derechos de unos supone una pérdida para los otros.
Lo digo por un motivo bien sencillo de entender: se llama internacionalismo de verdad, que nada tiene que ver con las elucubraciones de Gil. Creo que no hará falta reiterar que el internacionalismo es lo contrario del nacionalismo, de cualquier clase de nacionalismo, y que conduce a dejar bien claro lo siguiente:
Primero: somos realmente los internacionalistas (y no los nacionalistas) los únicos que defendemos de una manera consecuente la lucha contra la opresión nacional, entre otras cosas porque no sólo defendemos la de una de ellas, sino las de todas
Segundo: la lucha contra la opresión nacional se dirige contra un Estado, no contra ninguna otra nación, ni pueblo
Tercero: el pueblo español está interesado en lo mismo que los pueblos oprimidos; por lo tanto, no pierde absolutamente nada, sino al contrario, gana, con cuantos derechos conquisten las nacionalidades oprimidas
En todas sus variantes, la burguesía de las nacionalidades oprimidas (la vasca, la catalana, la gallega) no tiene claro ninguno de esos principios elementales que derivan del internacionalismo. Es más: se oponen a ellos. Creen que han patentado la lucha contra la opresión nacional en el Registro correspondiente de la Propiedad Intelectual.
No se trata de un problema ideológico, de dos teorías o puntos de vista diferentes, el nacionalismo y el internacionalismo. Se trata de algo mucho peor: ninguna de las burguesías nacionalistas logrará nunca sus objetivos porque no saben cuál es el origen de su problema, contra quién están luchando. Les duele algo, se lamentan, lloran pero no saben por qué. En consecuencia, tampoco pueden saber cómo remediarlo y de ahí sus peligrosas divagaciones.
En su insondable mediocridad, que denota su marchamo clasista, imaginan que la causa de sus problemas son “los españoles” y quizá todos partidos “españoles” como el PCE u otros que son “españolistas”, como les gusta decir. Quizá sea cosa de diglosia, del idioma español, que se impone al vernáculo y le oprime. O quizá de la cultura española, que solapa a la vasca y no permite que se desarrolle.
El texto de Gil es buena muestra del seguidismo que el patrioterismo vasco hace del patrioterismo español en todos y cada uno de sus pequeños y grandes complejos: el idioma español no es sólo el idioma de España, ni es patrimonio de los españoles.
Cualquiera es capaz de entender que el aprendizaje de otro idioma no va, per se, en detrimento del materno y que una cultura, per se, nunca puede obstaculizar a otra. No se conocen casos así. La opresión nacional no es un problema cultural, y mucho menos es un problema de cualquier tipo de cultura, sino en todo caso de un determinado tipo de cultura que, como cualquier ideología, expresa y sirve a un tipo muy determinado de clase social, de política y de Estado.
Donde hay un oprimido tiene que haber un opresor, y si los primeros quieren liberarse de los segundos deben identificarle exactamente porque de lo contrario inventarán fantasmas, molinos de viento que ocultan a los verdaderos opresores contra quienes deben combatir.
Los diversos grupos patrioteros que forman parte de la burguesía liliputiense prefieren buscarse enemigos ficticios, de cartón, antes que enfrentarse con quien realmente tiene la sartén por el mango, que es España, la única España realmente existente, un Estado con una determinada naturaleza de clase.
Las consecuencias son obvias: frente a un enemigo de cartón, coaliciones de cartón, como Iniciativa Internacionalista, y formas de lucha acartonadas, como las electorales.
Con tanto cartón, más que a una batalla política, los liliputienses nos llevan a las fallas. Ya sólo nos queda prenderle fuego a los “ninots” y hasta el año que viene, hasta las siguientes fiestas, o hasta las siguientes elecciones.
• Eso, mucho cartón y fuego. Y que los católicos trasladen su hoguera de San Juan para diciembre-enero, que hace frío. Pero lejos del embudo, no se vaya a derretir y desparramar al gran dios.
• No tengo claro todavía qué fiestas paganas sustituyeron con esa hoguera, a qué puede hacer alusión eso de dicha hoguera, y viene la misa del gallo católico otra vez en la que no descarto que se rememoren las hogueras, y los peces en el río por ver a dios nacer incluso si después de quemado vivo. (Y todo eso, también en Euskadi por los mismos católicos mayoritarios en el marco de las instituciones todas, ¡eh!)
• Pues bueno, pues como lo veo suficiente, pues me voy yendo.
Tal vez el autor,Olarieta,al final del artículo,quiso decir "Iniciativa Anticapitalista" (la troska) y no "Iniciativa Internacionalista".
Ya digo,"tal vez…"
Va a ser que no…
¡Anda que no se le veía el plumero a Iniciativa Internacionalista!
Empezando por los patrocinadores y siguiendo con el prgrana…
Van a tener razón algunos y es que un nacionalista vasco como gilito es lo más parecido a un nacionalista español de la falange.