Mientras el estado de guerra adoptó una apariencia epidemiológica, el debate se pudo mantener en el terreno de las especulaciones, las redes sociales y los comunicados. Pero siete meses después la confusión se ha volcado a la calle y adquiere otro carácter, muy distinto del anterior. Lo que antes parecían concepciones más o menos erróneas, se han convertido en un apoyo descarado al toque de queda.
Si tenemos en cuenta que esas fórmulas represivas son típicas de todos los Golpes de Estado que ha habido en la historia, la conclusión es obvia. Es una toma de posición evidente, no sólo a favor del gobierno, sino de la fascistización galopante, la salida del ejército a la calle y la liquidación pura y simple de todos y cada uno de los derechos y libertades.
En ese lenguaje ridículo que hoy hace furor, dado que en España disfrutamos de un gobierno “de izquierda”, quienes nos enfrentamos al mismo somos “la derecha” e incluso “la ultraderecha”, como ha expresado Pablo Iglesias e incluso Erkoreka, jefe de los de la porra en Euskadi: la izquierda abertzale se ha sumado a los negacionistas que, naturalmente, son “fachas”.
Tanto al PNV como al PSOE/Podemos les va a costar mantener su ecuación “negacionistas = fachas” (“fachas = negacionistas”, como Trump o Bolsonaro) en la medida en que sigan prolongando en el tiempo el estado de guerra para intentar contener lo que no es más que una expresión de hartazgo social y político que, por cierto, no es de ahora, de la pandemia, sino que lleva décadas acumulándose.
En 2011 lograron contener y desviar ese malestar con el invento de Podemos, el legalismo y la gesticulación vacía. Ahora la crisis tiene otra envergadura mucho mayor por un motivo evidente: porque su origen no está en ningún virus.
Con el propósito de justificarse a sí mismos, los distintos gobiernos, tanto el central como algunos autonómicos, desatan una ola de represión típicamente fascista y acusan de fascismo a los que se oponen a ella. Es un cambio notable desde que en 1955 los franquistas impusieron el primer estado de excepción y su Ley de Orden Público.
Mientras tanto, quienes deberían salir a la calle a defender las libertades y derechos más elementales se quedan en casa con el pijama puesto por “responsabilidad”, para evitar “contagios” y seguir comiendo la sopa boba. Al quedar sorprendidos por las movilizaciones, adoptan la postura de la zorra y las uvas de la fábula: no están maduras. Los que salen a la calle ya no son los mismos de siempre.
Entonces vuelven a cambiar las etiquetas de sitio: es el lumpen, gentuza… Cualquier desprecio es bueno con tal de justificar la posición que han adoptado de sostener a ultranza el fascismo y el estado de guerra, dejando las calles y las protestas en manos de otros.
Su última contribución es la de desviar la atención del Estado y el gobierno, que son los responsables del toque de queda, hacia unas siglas u otras. Se pasan la vida luchando contra siglas, símbolos y estandartes para encubrir que la represión procede de los aparatos represivos oficiales.
No es que ahora la calle haya pasado a manos de los fascistas; es que la izquierda domesticada se la ha servido en bandeja porque, por encima de todo, hay algo más que evidente: la lucha contra el actual estado de guerra está más que justificada y quienes se quedan en casa con el pijama puesto son cómplices de esta ola de represión.
En Argentina, la izquierda ha tomado exactamente la misma posición. Están realmente desorientados.