A lo largo de la Guerra de Ucrania el gobierno de Zelensky ha dado muestras sobradas de su obsesión por Crimea y el puente de Kerch, que ejercen una influencia hipnótica. No sólo es el dolor por lo perdido sino la conciencia plena de lo que nunca podrán recuperar.
En las decisiones estratégicas y militares de Kiev pesan mucho más los componentes emocionales que los militares. Ucrania siempre quiso hacer propaganda de sí misma y ponerse como si fuera la víctima. Le habían arrebatado Crimea y debía recuperarla a toda costa.
Por eso su contraofensiva fue telegrafiada a los cuatro vientos. Es la primera operación militar de la historia que no se intentó guardar en secreto. Todos sabían el qué, el cuándo y el cómo, incluidos los rusos, que no se llevaron ninguna sorpresa.
Sabían que los ucranianos se disponían a atacar y dónde lo harían. Naturalmente trataban de llegar a Crimea por el camino más corto, así que se lo pusieron muy fácil a los rusos que, durante meses, se dedicaron a saturar el recorrido con campos minados, trincheras, puntos de tiro y obstáculos.
Un ataque frontal contra una defensa preparada sin el elemento sorpresa es siempre una mala elección. En Kiev dan muestras de desesperación y, como ya hemos dicho en otra entrada, en Rabotino han lanzado sus últimas reservas, que al mismo tiempo son unidades de élite.
Nada ha cambiado. La trituradora sigue, aunque parece que nada se mueve, que todo está como antes. No hay avances ni retrocesos. Los que sólo han conocido las películas de la Segunda Guerra Mundial están sorprendidos.
Cada día las novedades de los medios se ciñen a un solo asunto: cuánto más material militar van a enviar Estados Unidos y la Unión Europea. Es el mejor indicio de una guerra de desgaste que convierte a los campos de batalla en cementerios humanos y chatarrerías humeantes.
Ucrania no tiene industria militar porque Rusia la destruyó en los primeros días de la guerra. Ha dilapidado la herencia que recibió de la URSS y vive de los préstamos de las grandes potencias occidentales. Cuando los suministros se acaben, la guerra se acaba también.
El objetivo principal de Rusia en la guerra, la desmilitarización de Ucrania, se logró desde el primer minuto y la guerra de desgaste se prolonga, acabará desmilitarizando a los países de la OTAN, uno a uno.
Rusia es autónoma, tiene su propio complejo militar industrial, que ahora está alcanzado su velocidad de crucero. La propaganda imperialismo no puede sorportarlo, y primero dijo que las municiones comenzaban a escasear y luego todo lo contrario: Rusia fabrica a un ritmo mayor que todos los países de la OTAN juntos, pero sus equipos son de muy mala calidad, o sea, soviéticos, anticuados, propios de la Guerra Fría.
El material de guerra occidental es moderno, sofisticado y de alta tecnología. Ahora bien, los tanques Abrams se diseñaron en 1975 y los Challenger en 1979. Después no han tenido más que remiendos porque la obsolescencia de los equipos militares llega muy pronto.
Por lo demás, los suministros de la OTAN se han visto sometidos al fuego implacable de la artillería rusa. Ahora mismo en Rabotino los ucranianos han abierto un pasillo por la que avanzan hacia un abismo. Los rusos dominan las alturas, desde las que martillean implacablemente al paso de los blindados.
Si los ucranianos logran capturar Rabotino o, por lo menos rodearla, no habrán alcanzado aún el primer cinturón de las defensas rusas, que son como un chaleco antibalas: el proyectil penetra y las capas de kevlar lo frenan progresivamente sin que nunca logre atravesar las fibras. La bala ha quedado atrapada en el chaleco.
Lo mismo les ocurriría a los ucranianos en el mejor de los casos. Quedarán atrapados en la zona gris sin llegar nunca a los “dientes de dragón” de las defensas rusas. Muy lejos de Crimea.