La instituciones públicas de los países democráticos tienen un especial deber de transparencia, es decir, de poner a disposición de la población los documentos en los que se apoyan para tomar sus decisiones.
La transparencia debe ser especialmente rigurosa cuando se trata de la salud pública. Sin embargo, en Estados Unidos la FDA ha pedido a un juez federal que espere 55 años para divulgar la información en la que se basó para conceder la autorización de la vacuna contra el coronavirus de Pfizer (*).
Quieren hacer esperar hasta 2076, lo cual es una de las muchas tomaduras de pelo que viene conociendo el mundo desde hace un par de años.
Inmediatamente después de la aprobación de la vacuna de Pfizer, más de 30 académicos, profesores y científicos de las universidades de Estados Unidos solicitaron la información presentada a la FDA por Pfizer para la aprobación de su vacuna.
Como la FDA no respondió, en septiembre un grupo de abogados presentó una demanda contra ella para exigir la documentación. A día de hoy, casi tres meses después de aprobar la vacuna de Pfizer, la FDA todavía no ha publicado ni una sola página.
En respuesta, hace dos días la FDA pidió a un juez federal que le diera de plazo hasta 2076 para presentar la información. El pretexto es que el expediente tiene más de 329.000 páginas de documentos y que sólo puede aportar 500 páginas al mes.
Comparen los lectores: desde que Pfizer solicitó la aprobación de su vacuna, 7 de mayo, hasta que la FDA la aprobó el 23 de agosto, transcurrieron 108 días. Por lo tanto, los funcionarios llevaron a cabo la revisión de miles de documentos en un tiempo récord. Es más fácil estudiar todos esos papeles que llevarlos al juzgado.
Es otro caso más de ocultación. Los gobiernos quieren imponer la obligatoriedad de la vacunación a ciegas.
(*) https://www.sirillp.com/wp-content/uploads/2021/11/020-Second-Joint-Status-Report-8989f1fed17e2d919391d8df1978006e.pdf
Para entonces, quedarán apenas 1000 millones de personas en el mundo, a los que les importará muy poco cómo y porqué han llegado hasta donde están, pese a que todavía quedarán patentes las ruinas de miles de ciudades desiertas e inservibles, testigos mudos de una humanidad desvanecida que antaño creyó en un mundo inocente.
Para explicarlo, El Dogma hablará de la época actual como una era de descontrol demográfico y crecimiento demencial, en la que hubo que adoptar medidas severas y desesperadas para preservar La Sostenibilidad.
Y en cuanto a todos aquellos que en su momento nos dimos cuenta de lo que en realidad estaba pasando (eugenesia planificada por miedosos dementes borrachos de poder, y sostenida por seres que dejaron de ser humanos mucho antes de morir), no quedarán más que, principalmente, el eco de una serie de átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno.
Átomos que terminarán pasando a formar parte de la generación privilegiada que vivirá en un paraíso rodeado por rejas de oro invisible, donde creerán (o querrán creer) que nacieron dignos y libres. Será un mundo homogéneo donde sus habitantes no podrán distinguir si son Aves en el Paraíso o gallinas en un gallinero.
Y nada de esto le importará al nuestros piadoso y benevolente Astro Rey, el cual seguirá arrullando a sus pequeños hijos, sean esclavos o amos, benevolentes o malvados, inocentes o culpables, con su nana gravitatoria. Seguirá alimentando y alumbrando con su energía a los insignificantes pasajeros de esta bola de rocas a la deriva entre el colosal vacío interestelar.
Pero no se hagan ilusiones los oligarcas, ya que tampoco el importará el día en que, obedeciendo al destino marcado por las leyes de la física, el Sol agote su hidrógeno y comience a crecer a partir de la fusión del helio.
¿Qué habrá quedado entonces de La Humanidad? Exactamente lo queda de los espejismos sean buenos o malos: nada, salvo el eco desplazándosela al rojo de sus logros y miserias.