El empleo de personas como conejillos de Indias no es sólo que se trate a los sanos como si estuvieran enfermos. Tampoco es que los experimentos se lleven a cabo en el Tercer Mundo y no con esos millonarios, como Bill Gates, que se dedican a la beneficencia. Ni siquiera lo más grave es que se utilicen a niños. Lo realmente preocupante es que estamos en presencia de una compraventa de personas, de una forma moderna de tráfico de esclavos, en el que los matasanos han sustituido a los negreros.
El negocio es tan repugnante que en 1998 Estados Unidos tuvo que publicar un reglamento para la experimentación médica con niños (1) porque se habían producido numerosas complicaciones por el uso de antibióticos en niños, los cuales nunca habían sido estudiados en ellos.
Desde luego que ese tipo de reglamentos, que son sistemáticamente vulnerados por las multinacionales farmacéuticas, no rigen en los países del Tercer Mundo, donde disfrutan de ese gigantesco campo de concentración con el que siempre soñaron los matarifes del III Reich para experimentar a sus anchas.
El año pasado el ministro de Sanidad de Perú suspendió los permisos para emprender investigaciones clínicas en niños y comunidades nativas del país (2).
Es algo paradigmático, por muchas razones. Primero porque el gobierno se vio obligado a imponer la suspensión después -no antes- de una denuncia periodística sobre la experimentación médica con niños indígenas.
Los gobiernos del mundo son cómplices, miran hacia otro lado y quieren hacer creer que se enteran a través de los medios de comunicación.
El papel de las ONG en este tipo de crímenes no puede ser más repugnante. Además de encubrir a los verdaderos protagonistas de la experimentación, las multinacionales farmacéuticas, son las ONG actúan directamente sobre el terreno con su hipócrita discurso benefactor.
El año pasado en Perú la ONG Prisma experimentó con más de 3.000 niños sanos por cuenta de multinacionales tan conocidas como Pfizer, Sanofi Adventis, Brystol Myers Squibb, Novartis, GlaxoSmithKline, Biogaia, además de una pesquera local llamada Agrohidro (3).
En la medicina las aberraciones criminales suelen ser consecuencia, en ocasiones, de las intelectuales. En el caso del Perú ponen de manifiesto que la medicina moderna, calificada como “científica”, ha pasado en un siglo de una paranoia con los antibióticos a la contraria, la paranoia con los probióticos, o dicho en otros términos: antes consideraban que las bacterias eran malas y ahora dicen que son buenas para la salud.
En uno de los ensayos practicados con 60 niños peruanos sanos de 2 a 5 años de edad se trataba de comprobar su tolerancia a la bacteria Lactobacillus reuteri DSM 19738. En ocasiones, el probiótico, cuyo nombre comercial es BioGaia, puede provocar efectos secundarios serios.
Es la reproducción del mismo colonialismo que América Latina conoce desde hace 500 años: para experimentar con los niños peruanos, la ONG sobornó a sus padres con comida, por lo que el consentimiento para poner a sus hijos en manos de los matasanos no es libre sino obtenido bajo recompensas, tales como un poco de leche, arroz, aceite, atún y un pequeño juguete para el niño.
La aparición de niños e indígenas es una constante en la medicina moderna, donde la dominación se disfraza con la falta de escrúpulos (“es por su bien”). El interés del dominado lo determina el dominador y el interés de éste coincide con el del anterior.
¿No es más barato practicar todos estos experimentos con los niños de Washington? Los laboratorios se ahorrarían tener que regalarles juguetes y latas de atún…
(1) http://grants.nih.gov/grants/guide/notice-files/not98-024.html
(2) http://www.minsa.gob.pe/?op=51¬a=16657
(3) http://larepublica.pe/impresa/en-portada/7673-farmaceuticas-usan-mas-de-3000-ninos-peruanos-para-experimentos-medicos