El 85 por cien de las trabajadoras textiles de la región de Monastir, en Túnez, son mujeres. Son las heroínas anónimas de la moda, cuyas condiciones laborales se encuentran entre las más duras del mundo de la subcontratación. La suspensión de los Acuerdos Multifibra (*) en 2005 agravó aún más la violación de sus derechos laborales.
Ksibet El Madiouni, un día soleado de febrero de 2024. Son las 12:00 del mediodía cuando este pequeño pueblo, situado a 10 kilómetros al sur de Monastir, se inunda de los colores de las blusas de las trabajadoras textiles: rosa, azul, verde, malva, blanco… Es como un sello distintivo de su pertenencia a cada una de las pequeñas fábricas de ropa de Ksibet El Madiouni. Mujeres de entre 20 y 40 años ocupan un tramo de acera, las escaleras de una casa en construcción y, más adelante, una rotonda.
Entre las parejas y tríos de costureras, se vislumbran chicas de quince y dieciséis años. No tienen tiempo para relajarse de verdad, ni siquiera para quitarse los delantales: solo media hora para un almuerzo apresurado. En estos pequeños talleres de costura, que emplean a una media de treinta personas, repartidos por los barrios residenciales de Ksibel El Madiouni y especializados en la subcontratación para marcas de renombre internacional, como Zara, Diesel, Levi’s, Benetton, Tommy Hilfiger, Dolce & Gabbana, Guess, Max Mara, Gap y Darjeeling, los antiguos comedores se han reconvertido con el tiempo en almacenes para retales de tela y mercancía lista para la exportación.
“Salen porque también necesitan respirar aire fresco y tomar el sol. Muchas han desarrollado alergias al polvo, asma provocada por las fibras de algodón y alergias a los productos tóxicos utilizados para teñir los vaqueros. Los trastornos musculoesqueléticos también son muy comunes entre estas trabajadoras debido a la postura rígida que mantienen durante horas frente a sus máquinas de coser, sentadas en sillas inadecuadas para la ardua labor que realizan”, explica Amani Allagui, coordinadora de proyectos de la filial de Monastir del FTDES (Federación Tunecina de Derechos Económicos, Sociales y Ambientales). Esta ONG se centra en los derechos de las trabajadores textiles, tanto a través de la investigación de campo como de la defensa de un mejor acceso a la atención sanitaria.
Sin embargo, este descanso de media hora, a veces interrumpido por los jefes cuando hay que entregar pedidos urgentes, es motivo de frustración. “Su tiempo es oro, y el nuestro no vale nada”, protesta Fadhila, de 32 años, trabajadora textil en Ksibet El Madiouni, haciendo hincapié en la presión constante a la que se enfrentan, sobre todo en la implacable búsqueda de la máxima productividad, meticulosamente cronometrada por la “cheffa”, como llaman a su supervisora.
El 85 por cien de la plantilla es femenina.
Monastir, a 160 kilómetros al sureste de Túnez, es el principal centro de producción textil de Túnez, con 397 pymes especializadas en la confección, de las cuales el 86,5 por cien se dedican exclusivamente a la exportación. Esto representa más de una cuarta parte de todas las empresas del sector a escala nacional. Con el 70,77 por cien de las empresas textiles, este sector emplea a 44.625 trabajadores en esta provincia, la mayoría mujeres (casi el 85 por cien), según un estudio de FTDES sobre la violación de los derechos económicos y sociales de las trabajadoras en el sector textil de la región de Monastir.
En primer lugar, la costura sigue siendo una profesión con sesgo de género en Túnez. En segundo lugar, sus salarios relativamente bajos se consideran culturalmente un ingreso complementario para los hogares, lo cual, dada la realidad actual, dista mucho de la verdad. Y en tercer lugar, esta fuerza laboral femenina, a menudo necesitada y con niveles educativos relativamente bajos, tiene fama de ser reacia a protestar a pesar del doble yugo de la dominación patriarcal y capitalista.
El sector textil y de la confección representa un motor crucial para la economía tunecina. Sin embargo, sigue dependiendo totalmente de los clientes europeos. Estas empresas imponen a los subcontratistas locales exigencias de calidad, productividad, plazos de entrega y ritmo de trabajo adaptados a los dictados de la moda, cuyo lema es: cada vez más rápido, cada vez más colecciones y opciones, a precios cada vez más bajos. Este modelo, que ya no es estacional, tiene un impacto catastrófico en los recursos humanos, sobre cuyas espaldas se obtienen enormes beneficios: las prendas de confección se venden en las tiendas por tan solo tres veces su coste de fabricación.
Acaban los Acuerdos Multifibra, comienza el trabajo precario
Túnez se ha convertido en un paraíso para la industria textil en países europeos como Francia, Bélgica, Italia, Alemania y España desde la implementación de la ley de 27 de abril de 1972, que estableció un régimen especial para las industrias orientadas a la exportación. Esta ley tenía como objetivo crear el mayor número de empleos posible, aumentar los ingresos en divisas e impulsar el crecimiento. El Estado fomentó enérgicamente la creación de empresas con un 60 por cien de participación extranjera, constituidas bajo esta legislación.
Además, el desarrollo del sector textil de subcontratación se vio estimulado en 1976 por los Acuerdos Preferenciales Multifibra (*). Estos Acuerdos, de carácter proteccionista, permitieron a países en desarrollo como Túnez y Marruecos eludir la feroz competencia de los grandes proveedores al exportar cuotas de prendas de vestir a países europeos.
En 2005 los Acuerdos Multifibra (*) llegaron a su fin. Túnez experimentó entonces una drástica reducción de su cuota de mercado, especialmente porque, a diferencia de China, que exporta productos terminados, se limita a ensamblar tejidos fabricados en otros países, un proceso conocido como fabricación por contrato.
El final de los Acuerdos Multifibra (*) provocó cambios en el sector. Aquellos cambios agravaron aún más la violación de los derechos laborales en la industria de la moda. En 2009 se llevó a cabo una modernización nacional del sector, supuestamente para aumentar su competitividad. “Este ajuste se ha realizado exclusivamente a expensas del eslabón más débil de la cadena de producción: las mujeres que trabajan duramente en ella”, afirma Mounir Hassine, director de la sección FTDES en Monastir.
Además, la reforma del Código Laboral de 1996 introdujo los contratos de duración determinada, que establecen modalidades de trabajo flexibles y facilitan los despidos injustificados. Hoy, según los últimos estudios del FTDES, el 85 por cien de los contratos de las trabajadores textiles son de duración determinada, frente a solo el 50 por cien en 2013. Además, la industria de la confección, que empleaba a 250.000 trabajadores hasta 2007, ha perdido 100.000. Probablemente, estas trabajadoras se incorporaron a las filas de las numerosas y clandestinas unidades de producción informal, ¡la mayoría de las cuales producen para el sector formal! Pequeños negocios que operan desde garajes o salas de estar en casas particulares, conocidos por sus condiciones laborales y salarios que ignoran cualquier cobertura de seguridad social, convenios colectivos o incluso las normas de seguridad laboral.
El gran tabú: las agresiones sexuales
Seis categorías de trabajadoras conforman la industria de la confección. En la base de la pirámide (categoría 1) se encuentra el personal de limpieza. Luego viene la categoría 2, las nuevas trabajadoras, a quienes el gerente asigna tareas relativamente sencillas: planchar, etiquetar y empaquetar. El grupo más numeroso lo conforman las costureras en sus máquinas (categoría 3), algunas de las cuales poseen un certificado profesional. Estas mujeres perciben actualmente un salario de alrededor de 700 dinares tunecinos (200 euros) al mes. A continuación, se encuentran las trabajadoras especializadas, en particular las cortadoras. Si bien este trabajo ha sido tradicionalmente masculino debido a sus exigencias físicas, hoy en día se está feminizando cada vez más. La categoría 5 está reservada para el mecánico, generalmente un hombre, y la jefa de taller (más frecuentemente una mujer), bajo cuya supervisión el mecánico de prendas realiza el ensamblaje y el ajuste de las prendas. La jefa y el mecánico perciben actualmente un salario de alrededor de 1.200 dinares tunecinos (355 euros). El responsable de calidad y el responsable de producción ocupan la cúspide de la jerarquía de producción; sus salarios pueden alcanzar los 1.500 dinares tunecinos (444 euros) o incluso más.
El sector textil opera mayoritariamente con una semana laboral de 48 horas. Las jornadas laborales son de al menos ocho horas diarias. Cuando se contabilizan, ni las horas extraordinarias ni los días festivos se suelen pagar a la tarifa más alta que exige la ley.
Las agresiones sexuales son un gran tabú en este mundo predominantemente femenino. Debido al estigma social que conllevan, las trabajadoras de las fábricas apenas insinúan este problema. Esto quedó especialmente patente durante las entrevistas que realizamos para el estudio de la UGTT (Unión General Tunecina del Trabajo) sobre “Mujeres y violencia de género en el lugar de trabajo”. Nos contaron lo que a veces sucede entre bastidores en sus talleres: el supervisor que interroga a una joven empleada sobre su vida privada, o el guardia de seguridad que instala una cámara en el baño de mujeres y es sorprendido in fraganti, relata Nahla Sayadi.
Con una sonrisa y una figura esbelta, Malika, de 45 años, trabaja en una tienda de ropa en Monastir. En este local del centro, lleva dos años como jefa de ventas. Malika estaba harta del ritmo agotador de los talleres textiles de Ksar Helal, cerca de Monastir, donde empezó a trabajar a los 13 años, siguiendo los pasos de sus tías y primas.
“¿De verdad tenemos otra opción? ¡La fábrica es la única alternativa para las jóvenes de Ksar Helal que no rinden en la escuela!”, suspira Malika. Su trayectoria profesional de treinta años estuvo marcada por varios periodos de baja laboral, que oscilaron entre un mes y tres años. “Me iba en cuanto me veía superada por el agotamiento físico y mental. Necesitaba recargar las pilas antes de volver a la empresa. En verano, con 40 grados de calor, cosíamos abrigos de piel para las colecciones de invierno, sin siquiera un ventilador para refrescar el ambiente. El sudor nos corría de la cabeza a los pies. En invierno, tiritábamos en talleres con corrientes de aire. Terminaba mis días con las rodillas rígidas y los brazos entumecidos, sintiéndome más pesada que las máquinas de coser”.
Malika, quien reconoce que hoy gana menos que en la fábrica, pero se siente mucho más serena y realizada, ha desarrollado varices profundas debido a sus extenuantes jornadas de trabajo, por estar tanto tiempo de pie frente a la tabla de planchar. Afortunadamente, no ha contraído trastornos musculoesqueléticos (TME), que suelen aparecer cuando las trabajadoras exceden su capacidad funcional y no descansan lo suficiente. Estas dolencias, que ahora le impiden a Fethia, de 60 años, víctima del cierre repentino de la empresa belga Absorba en 2013, mover la muñeca, le causan dolor: “El dolor me despierta por la noche. Ya ni siquiera puedo sostener un vaso, porque tengo miedo de que se me caiga lo que lleve encima”, se lamenta.
La lucha de las trabajadoras: demandas por despido improcedente
Fethia, Jamila, Neyla, Najah, Amel y las aproximadamente dos mil trabajadoras de todas las categorías obtuvieron sentencias a su favor tras interponer demandas contra el cierre repentino de la fábrica Absorba. Sin embargo, las indemnizaciones fijadas por los tribunales, estimadas en varios miles de dinares para cada una, en la mayoría de los casos no se pagan. ¿Cómo pueden hacerse valer cuando el propietario extranjero ya se ha marchado, dejando tras de sí solo maquinaria obsoleta, y cuando sigue sin dejar de pagar las facturas y deudas pendientes?
Para la dirigente sindical Nahla Sayadi, los cierres de fábricas sin previo aviso aumentaron significativamente tras la revolución tunecina de enero de 2011, “en un momento en que las trabajadoras textiles habían adquirido cierta conciencia social”, señala.
Una historia de resistencia acaparó los titulares en 2016: tras el impago de sus salarios en enero, las 67 mujeres de la fábrica Marmotex en Chebba, provincia de Mahdia, después de manifestarse en las calles, optaron por la autogestión en marzo de 2016 para salvar su fábrica, dedicada a la producción de prendas de vestir para la exportación. Se había alcanzado un acuerdo con la UGTT, la inspección de trabajo y el propietario. Sin embargo, éste, un hombre poderoso e influyente en la región, hizo todo lo posible por sabotear el proyecto. La cooperativa en construcción, para gran consternación de sus fundadoras, fracasó.
No obstante, la iniciativa fue adoptada con éxito por la sección de Monastir del FTDES, que en 2020 inauguró una cooperativa textil en Ksibet El Madiouni. La fábrica, llamada Manos Solidarias, ha logrado reintegrar a 50 mujeres, la mayoría mayores de 40 años, al mundo laboral después de haber sido rechazadas por la fuerza depredadora y destructiva de la producción de moda.
Devolviendo la dignidad a las trabajadoras: la cooperativa Manos Solidarias
De vuelta en Ksibet El Madiouni. La cooperativa Manos Solidarias se ubica en la Avenida Bourguiba, en pleno centro de la ciudad. En su interior, el taller de tamaño mediano cuenta con una gran mesa de corte, calderas y una tienda repleta de vestidos de mujer, ropa deportiva y prendas infantiles. La unidad de producción, un hervidero de actividad, reúne a unas treinta mujeres con blusas rosas, burdeos, azules y blancas: los últimos vestigios de las etiquetas de las fábricas donde trabajaban antes de unirse a la cooperativa. La diferencia aquí, en comparación con las 396 fábricas de ropa de la región, radica en que ¡las propias trabajadoras gestionan su empresa! Esto se basa en un modelo inspirado en la economía social y solidaria.
“Son partícipes de la empresa; ahí reside el secreto de su motivación”. Las decisiones sobre la estrategia de nuestra empresa se toman de forma colectiva. “Los trabajadores eligen a los miembros del consejo de administración de la empresa en una asamblea general”, explica Jamila Bousaid, de 58 años, presidenta de la cooperativa textil Manos Solidarias.
En su oficina destacan dos retratos de antiguas trabajadoras, compañeras de Jamila Bousaid: los de Emna Zayati y Raoudha Bousrih, quienes fallecieron prematuramente en 2021, a los 55 años, a causa de enfermedades laborales. ¡Nadie quiere olvidarlas!
La historia de Manos Solidarias comenzó a principios de 2020, cuando un grupo de trabajadoras de la confección, todas mayores de 40 años y despedidas injustamente, se pusieron en contacto con el FTDES. Conocen bien a algunas de sus miembros, ya que las entrevistaron en el marco de sus investigaciones. Varias de ellas tenían litigios pendientes contra empresarios desaparecidos sin dejar rastro, y además contaban con décadas de experiencia. Tras un período de dificultades, se encontraron sin recursos. Fue entonces cuando, dentro del FTDES, resurgió la idea de una empresa autogestionada, similar a la de Chebba tres años antes. Impulsada por el entusiasmo de sus fundadoras. La cooperativa se creó en marzo de 2020.
La iniciativa resultó estar plagada de obstáculos. ¡Un verdadero peligro! La ley sobre economía social y solidaria, aprobada por el Parlamento el 17 de junio de 2020, estaba suspendida. No se promulgaron decretos de implementación para hacerla viable. En consecuencia, los dos principales obstáculos a los que se enfrenta Manos Solidarias son una administración conservadora y, sobre todo, la competencia desleal de productos procedentes del sector informal, ya sean de fabricación local o importados de Turquía o China.
Las mujeres trabajaron en un catálogo ilustrado que mostraba numerosos artículos y diseños de su propia creación, elaborados con materiales ecológicos y que demostraban la amplitud de su experiencia: camisetas para hombre y mujer, conjuntos deportivos unisex, sudaderas con capucha, petos, delantales, bolsas de tela, caminos de mesa, cajas de almacenamiento y mucho más.
“Fuimos de puerta en puerta para mostrar el catálogo a los comerciantes y explicarles nuestra propuesta. Elogiaron la calidad de nuestro trabajo y el valor de nuestro proyecto social. Pero no logramos cerrar ningún trato. No podíamos competir con el mercado informal”. Si no hubiera sido por el apoyo de FTDES, que vendió nuestros productos en sus congresos y eventos, también habríamos quebrado. Así que volvimos a la subcontratación, que, año tras año, nos garantiza pedidos que al menos cubren los salarios de nuestro personal”, lamenta Iheb Ben Salem, director de la cooperativa.
Hoy, a pesar del apoyo financiero para la compra de maquinaria de costura proporcionado por la Unión Europea y CCFD-Tierra Solidaria, así como de la buena voluntad, la creatividad y la determinación del equipo, la supervivencia misma de Manos Solidarias parece estar en juego.
A pesar de todos los desafíos, Manos Solidarias sigue siendo un faro de esperanza en este oscuro mar de empresas regidas por un sistema que esclaviza a mujeres y hombres.
Olfa Belhassine https://medfeminiswiya.net/2024/09/10/enquete-sur-les-ouvrieres-du-textile-tunisien-les-laissees-pour-compte-de-la-fast-fashion/
(*) Los Acuerdos Multifibra fueron tratados bilaterales e internacionales negociados dentro del GATT/OMC para preservar la industria textil de los países más desarrollados frente a la competencia de los del Tercer Mundo. Tenían un carácter proteccionista, imponiendo cuotas de exportación, por país y por producto (algodón, la lana y los materiales sintéticos).