La era del vacío ideológico absoluto (3): ‘think tanks’

Juan Manuel Olarieta

En el inglés que se habla en Estados Unidos “think tank” significa “cerebro” y podría traducirse como “equipo de expertos”. La acepción actual del término surgió en la Segunda Guerra Mundial, es decir, tiene un origen claramente militar. Se refería al departamento de un ministerio, normalmente secreto, en el que científicos y militares se reunían para planificar asuntos estratégicos.

En la medida en que Estados Unidos ni se desmilitarizó ni se desarmó tras la Segunda Guerra Mundial, esa forma de funcionamiento se consolidó en el interior y se expandió a otros países.

A la Corporación Rand (Research and Development) se la considera como el primer “think tank”. Fue creada en 1948 por el general Henry H. Arnold y hoy trabajan en ella más 1.000 investigadores. Aunque nació al servicio del Pentágono, luego extendió sus tentáculos hacia áreas como las relaciones internacionales o el comercio mundial, entre otras.

Se calcula que en el mundo existen alrededor de 1.500 “think tanks”, de los que 1.200 radican en los Estados Unidos. Son, pues, instituciones típicamente anglosajonas que el imperialismo ha difundido como una forma de funcionamiento de la moderna política monopolista.

Los “equipos de expertos”, que en España suelen adoptar la forma de fundaciones privadas, expresan la militarización de la política burguesa contemporánea. Antiguamente lo militar estaba asociado a las guerras, que eran intermitentes. Una vez acabadas, la pretensión de seguir poniendo lo militar en primer plano era tachado de “militarismo”, algo muy mal visto.

Ya no es así. Tras la Segunda Guerra Mundial la política no volvió a recuperar su terreno. Llegó la Guerra Fría y hoy lo militar es permanente y algo que va mucho más allá de la guerra. En 1960 en su discurso de despedida de la presidencia de Estados Unidos, Eisenhower habló del “complejo militar industrial” que se estaba creando y que no ha hecho más que expandirse desde entonces.

La Guerra Fría amplió el radio de acción de la “defensa” a materias próximas, creando nociones imprecisas, como la “seguridad”, que todo lo alcanzan. A medida que la política cede terreno, lo militar amplía sus dominios, adquiriendo un protagonismo decisivo.

A diferencia de los tiempos de Clausewitz, cuando la guerra era considerada como la continuación de la política por otros medios, hoy lo militar se concibe (se camufla, más bien) como una cuestión técnica, apolítica, que cae bajo la competencia de expertos, ingenieros y universitarios. Los asuntos militares son de esas “cuestiones de Estado” en las que se necesitan dictámenes, más que opiniones.

Si se lee el discurso de Eisenhower (que, por ciento, además de presidente era general del ejército) se entiende el importante papel que desempeñan los investigadores y universitarios en la militarización del Estado moderno. Los científicos han sido sometidos “con el poder del dinero”, dijo Eisenhower. En el mundo los centros de investigación son hoy grandes prostitutas que se venden al mejor postor.

Desde hace décadas Darpa (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) muestra que los militares gestionan fabulosos presupuestos públicos, que jamás se recortan porque lo primordial es la “seguridad”. En Estados Unidos una gran parte de los universitarios, científicos e ingenieros comen del dinero del Pentágono y están a su servicio. De esa manera, decía Eisenhower, la democracia se convierte en rehén de la tecnocracia y las políticas públicas quedan secuestradas por camarillas de expertos y de otros que se hacen pasar por tales.

Cuando en una tertulia a un medio de comunicación no le basta la opinión de un “cualquiera” sino que necesita algo más consistente, un dictamen, recurre a un experto. El Estado hace lo mismo. Hoy la burguesía no puede admitir que determinadas decisiones estén sujetas a la democracia y al control público. No se votan nunca en ninguna instancia oficial porque los monopolistas necesitan “seguridad”.

Aunque no sean militares, una parte importante de los aparatos del Estado están militarizados, son paramilitares, o subcontratistas de los militares. Así, desde su origen la CIA está estrechamente vinculada, tanto al Pentágono como a las universidades. Actualmente una parte importante de sus funciones las ejecuta a través del “think tank” Stratfor (Strategic Forecasting), que a la vez actúa como empresa de asesoramiento y grupo de presión.

Lo militar, lo paramilitar, los subcontratistas militares y los múltiples mercenarios a su servicio tienen una presencia permanente, a diferencia del Estado burgués del siglo XIX, y desempeñan un papel muchísimo más importante de lo que la mayoría quiere admitir, especialmente en países de raigambre castrense, como España, donde se ha visto favorecido por dos factores.

El primero es el secreto. De lo militar no se habla porque no se sabe; de lo paramilitar porque no se puede. En el ámbito militar lo secreto se justifica a sí mismo. La publicidad y, por lo tanto, la democracia, son esencialmente antimilitaristas.

El segundo factor son todas esas seudoteorías acerca del supuesto “neoliberalismo” que ayudan a camuflarlo. No hay tal retorno al Estado liberal del siglo XIX, ni puede haberlo. Hoy el capitalismo es capitalismo monopolista de Estado; no puede prescindir del Estado y ese Estado (y ese capitalismo) tienen un componente paramilitar creciente.

La prioridad número uno del Estado moderno es la “seguridad”, su propia seguridad, la del Estado, la certidumbre de que nadie va a tener la pretensión de cambiar ninguno de sus aspectos fundamentales, salvo que pretenda ir a la cárcel por cometer un atentado contra la “seguridad” del Estado.

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