La (de)generación del pensamiento y acción revolucionaria

En la primera mitad del siglo XX la generación de pensamiento relacionado con otro tipo de sociedad, estaba vinculado a las organizaciones comunistas. A medida que se fue debilitando, por motivos diversos, entre ellos la paralización burocrática y la sumisión a las teorías del “mercado guiado” socialista y el espejo de la producción capitalista, en una supuesta “emulación” con el productivismo del capital y no tanto en un enfrentamiento con él, esta generación de pensamiento quedó por un corto espacio de tiempo a manos de pequeños núcleos de la socialdemocracia de izquierdas, que fue aniquilada en unas ocasiones o integrada plenamente en el sistema en otros, y como eje común la carencia de acción revolucionaria escondida bajo el manto de un discurso aparentemente radical totalmente distanciado de la práctica política, social, cultural, económica y militar, sin hacer caso de unas acertadas palabras de un revolucionario del siglo XIX: “Las armas y la organización, he aquí el elemento decisivo del progreso del proletariado, el medio serio de acabar con la miseria! Quién tiene el hierro, tiene el pan” (1).

Desde aquel momento, esta generación de pensamiento en los países del centro imperialista, quedó reducida a personas de diferentes lugares, muchos de ellos sin vinculación orgánica con ningún tipo de organización comunista o de la izquierda socialdemócrata. Pensamiento acertado algunas veces, errado otros, pues ha faltado el marco de debate organizativo colectivo necesario para que las propuestas generadoras de pensamiento socialista y comunista pudieran tener un espacio de confrontación de ideas y en función de ellas estructurar una síntesis de acuerdo con los grandes cambios sociales, culturales, económicos y políticos que se han ido produciendo a lo largo de los años.

No puede decirse que no existan formaciones políticas que se reclamen comunistas o de la izquierda socialdemócrata en los países del centro del sistema imperialista. Existen, pero por motivo de su poca o nula incidencia en el seno del nuevo proletariado, la carencia de comprensión o la aceptación de la compleja y diversa estructuración del proletariado en la actualidad, y a menudo por augurar la quiebra inminente del capitalismo, ha hecho derivar su discurso solamente a corto plazo, victimista y reivindicativo en lo material, con el pensamiento puesto a finales del siglo XIX o principios del siglo XX. Algunas formaciones que han querido romper con la memoria revolucionaria llamada ortodoxa, en un aparente revolucionarismo posmoderno, han caído en el engaño de las mil y una trampas de la diversidad, ideadas por el sistema capitalista para fragmentar la clase obrera y sus aliados en un conjunto de pequeños reductos a los cuales incluso el mismo capital magnifica, subvenciona y multiplica publicitariamente.

Tan solo han quedado, en los países de los centros imperialistas, pequeñas organizaciones que han intentado, y lo están intentando todavía, mantener firme la esperanza en un futuro comunista. Muchos miembros de dichas organizaciones, hace años que están encarcelados ante la indiferencia de los comunismos domesticados y otras organizaciones similares.

En los pocos países donde formalmente se reclaman continuadores de las luchas revolucionarias por el socialismo del siglo XX, la generación de pensamiento no anda precisamente en dirección de romper con el maldito legado ideológico, cultural, económico y social del capitalismo, sino en la dirección de hacer malabarismos para incorporar las tesis fundamentales de este legado por medio de un ejercicio posibilista al estilo del que en los años sesenta utilizó Deng Xiaoping: «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato” (2).

Y, siguiendo este hilo, el pragmatismo fue supliendo el análisis basado en las aspiraciones del legado revolucionario, llevando como consecuencia la aceptación que la única manera de juzgar la “verdad” social, económica, científica o política consiste en considerar solo sus efectos prácticos a corto plazo, olvidando que el camino hacia el comunismo puede estar lleno de trabas. Camino que es una apuesta a medio o largo plazo que tiene que trastocar todo tipo de relaciones humanas, pero que día a día, lucha a lucha se deben modificar estas relaciones para llegar a la raíz de los problemas.

A pesar de que públicamente los comunistas han denunciado las teorías de Eduard Berstein, que repudiaba el socialismo como objetivo final del proletariado, y teorizaba que la tarea del movimiento obrero era la lucha por las reformas, la práctica política en los países de los centros imperialistas, el objetivo no ha sido otro que mejorar la situación económica de los trabajadores dentro del marco del capitalismo, utilizando la máxima bersteiniana: “El movimiento es lo todo; el objetivo final no es nada”. Lenin decía que nada mejor que esta máxima para expresar la naturaleza del revisionismo: “determinar el comportamiento de un caso u otro, adaptarse a los acontecimientos del día a día, olvidando los intereses vitales del proletariado, sacrificando estos por efímeras ventajas, reales o supuestas, no es otra cosa que la influencia burguesa dentro del movimiento obrero encarnada por la aristocracia obrera” (3).

Las formas de manifestar el enfrentamiento con el capital se han transformado en unos “happenigs democráticos” en la calle, unos llenos de canciones, silbidos, colorines y algunos originando ciertos disturbios. “Pero para los proletarios que se dejan divertir por paseos ridículos en las calles, por plantaciones de árboles de libertad, por frases sonoras de abogados, habrá agua bendita primero, injurias a continuación, finalmente la metralla, y, siempre la miseria” (4).

Dentro de los muchos olvidos históricos, uno vale la pena evocar, el Primer 1º de Mayo en Catalunya de 1890 en el cual se reivindicaba la jornada de ocho horas y el debate surgido entre las organizaciones obreras reformistas, dirigidas en su mayoría por miembros de las Tres Clases del Vapor y Círculo Socialista y los sectores revolucionarios. El periódico “La Publicidad” del día 28 de abril informaba de los acuerdos mayoritarios: “Somos partidarios de la manifestación, no de la huelga”. El día 30 de abril el periódico “El Productor” insertaba en su editorial otro punto de vista reivindicando la huelga indefinida hasta la consecución de las reivindicaciones: “La libertad no se ruega, se toma. Las mejoras no se obtienen implorando humildemente, se obtienen exigiéndolas. Por esto creemos que actúan mal los compañeros que para conseguir una importante mejora: la jornada de ocho horas, se limitan a convocar una manifestación y acudir a las autoridades para que sea atendida su petición. ¿Qué obtendrán nuestros compañeros con esta actitud? De lo que desean, nada, pero en cambio rebajarán su dignidad. Ya lo hemos dicho: la jornada de ocho horas no la conseguiremos con pacíficas manifestaciones y con inútiles y serviles peticiones, la obtendremos imponiéndola, y la imposición está en la huelga. Queremos la huelga, no la manifestación” (5).

“A partir del VI Congreso de la UGT de septiembre de 1899, se comenzó una reforma de los Estatutos en el sentido de delimitar los requisitos para considerar una huelga como reglamentaria”. Esto perfilaba una doctrina general de moderación sindical, reforzada por la necesaria prudencia que debía impregnar las peticiones a los patronos” Las huelgas debían ser por tanto sensatas y juiciosas” La huelga, en resumen, para los dirigentes de la UGT era un medio para lograr el fin limitado de la mejora económica, pero nunca la emancipación social y mucho menos la política a través de ella” (6).

El 5 de febrero de 1919, al cabo de veintinueve años del primer 1 de mayo, se inició en Barcelona la huelga contra la eléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro, propiedad del banco Canadian Bank of Commerce of Toronto (La Canadiense). El 23 de febrero se unieron a la huelga los trabajadores de la compañía Energía Eléctrica de Cataluña, consiguiendo detener por completo la actividad de las compañías eléctricas y paralizar el 70% de la industria catalana. Esta huelga indefinida se prolongó durante 44 días. El Gobierno en el Decreto de 3 de abril de 1919 fijó la jornada máxima de ocho horas diarias, siendo España el segundo país del mundo, después de la Unión Soviética, en establecer por ley la jornada laboral de ocho horas.

Quedaba patente la aseveración realizada en el editorial de “El Productor” de 1890 aludido anteriormente.

Al cabo de más de cien años ni siquiera se ha utilizado dicho mecanismo con toda su intensidad: La huelga indefinida hasta la consecución de los objetivos. Con la excepción de unos pocos centros de trabajo o a nivel comarcal.

Esta, se ha utilizado simbólicamente con un día de duración y utilizada más para justificar la existencia subvencionada de las grandes centrales sindicales, o como protesta puntual ante algún acontecimiento, que no como una amenaza al sistema en su totalidad. Una huelga general de larga duración contra el sistema tiene que ser fruto de una preparación y organización que pueda prever las necesidades de los huelguistas en materia económica, alimentaria, de transporte… de resistencia, en definitiva. No se trata de un día de fiesta, se trata de un enfrentamiento que llevará confrontación con los mecanismos y aparatos represivos del Estado y la represión laboral de los patrones.

Tan solo en la periferia del sistema, los enfrentamientos tienen otro cariz, aunque no tengan como objetivo fundamental y estratégico la transformación social, sino la mejora de las condiciones de supervivencia, el acceso a la tierra o al agua y la resistencia a las multinacionales ya sean agrarias o extractivas.

Los enfrentamientos

En algunos casos las organizaciones apoyadas por estructuras militares, tienen como objetivo, al menos teóricamente, el socialismo, en otros una indefinición basada en la mejora de las condiciones de existencia o la propia supervivencia (ELN y Farc segunda Marquetalia en Colombia; PCP sendero luminoso en Perú; Ejército del pueblo de Paraguay; Partido comunista marxista leninista de Turquía; Nuevo ejército del pueblo en Filipinas, Partido comunista de la India M).

La mayoría de movimientos político-militares existentes tienen como objetivo la liberación nacional o la independencia (EPB Macheteros en Puerto Rico; Frente de liberación nacional en Córcega; Ejército republicano irlandés auténtico en Irlanda del norte; Partido de los trabajadores del Kurdistán; el Movimiento Papúa libre en Indonesia, Jaish-e-mohammed en Cachemira, Frente nacional de la revolución Pattani en Tailandia; Frentes de liberación Tigray, Ogaden y Oromo en Etiopía).

A su lado algunas organizaciones político – militares de cariz marcadamente anticomunista o pro imperialista en Asia y América latina.

Ahora, muy entrado el siglo XXI, hay carencia de un pensamiento de alcance universal, en la perspectiva de un nuevo tipo de sociedad similar a la que intentaron elaborar los teóricos al servicio de la clase obrera en el siglo XIX, pero que hay que actualizar con la mirada puesta más allá de Europa, en la nueva concepción del proletariado de servicios del mundo imperialista (la fábrica difusa) y en el proletariado industrial y agrario de la periferia del sistema.

No es una tarea fácil, dadas las grandes diferencias existentes entre estos dos mundos. Es muy difícil elaborar propuestas cuando el estómago está vacío, y cuando está lleno, no solo el estómago sino el bolsillo, aunque esté hipotecada por créditos, también se hace difícil elaborar cualquier teoría que tenga la mirada puesta más allá del círculo de afortunados. O en el mejor de los casos optar por actividades filantrópicas en forma de ong,s hacia grupos minoritarios en competencia laica con las instituciones eclesiásticas o fundaciones multinacionales.

¿Cómo hacer coincidir organizativamente el nuevo proletariado europeo de las fábricas sin humo con el proletariado industrial y agrario de la periferia? No es nada fácil, dadas las cosmovisiones muy diferentes e incluso antagónicas, donde tenemos una muestra de contradicción en aquello tanto sencillo como es disponer de un pasaporte que permite al proletariado europeo pasearse por el mundo entero, cuando si el pasaporte, en caso de que se pueda disponer, está en manos de cualquier proletario de la periferia, tiene muy difícil ir legalmente a ninguna parte. Haciendo evidente que dentro del proletariado, a nivel internacional, existen unas grandes diferencias en las condiciones de su base socioeconómica, y que los factores superestructurales no sólo deben relacionarse dialécticamente, sino que juegan un papel muy importante, poniendo en evidencia que el proyecto revolucionario actual debe saber estructurar un proyecto ideológico y político que aborde la propuesta integral de este conjunto de factores, y donde la perspectiva de la sociedad sin clases vuelva a estar en el horizonte.

Amnesia o pérdida de memoria colectiva

A diferencia del siglo XIX, hoy, muchas personas con titulación universitaria, ya no son solamente los cachorros de la burguesía, sino hijos de obreros de la industria, construcción o servicios. Por este motivo parecería más sencillo que dedicaran sus conocimientos al servicio de la mayoría social obrera y campesina, vallando el paso a los historiadores, filósofos, médicos, sociólogos, psicólogos, periodistas, economistas, y toda la tropa que hasta hoy ha escrito la historia, ha diseñado la moral imperante, ha manipulado la sociedad y ha estado al servicio de la acumulación de capital.

Este caudal humano provisto de capacidades y conocimientos se está desaprovechando debido a varios factores, uno de ellos, como señala Eric Hobsbawn: “La destrucción del pasado, o de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea a la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y etéreos de finales del siglo XX. La mayoría de los hombres y mujeres jóvenes al final del siglo crecen en una especie de presente permanente sin ninguna relación orgánica con el pasado público” (7).

No es por casualidad, que varios factores hayan coincidido: uno de ellos la autodisolución de los partidos comunistas mayoritarios, los cuales en una forma más para justificarse ha sido condenar al olvido todo un pasado de lucha, resistencia y generación de pensamiento a cambio de unas migajas o sillas en estamentos públicos. La renuncia o la aceptación de una “mea culpa” de la propia historia de las luchas anteriores ha tergiversado todo aquello que no ha estado posible olvidar.

Otro factor ha sido la repartición de dinero público. En España 23 millones de euros de la llamada “memoria histórica” se han utilizado para mantener unas plantillas de funcionarios, “historiadores/as a la carta”, la tarea de los cuales ha estado fabricar un conjunto de anécdotas sin sustancia, eliminando todo aquello que pudiera ayudar a seguir el hilo conductor de la generación de pensamiento revolucionario de una época pasada, con una musicalidad anclada en un permanente lamento de las vivencias, convirtiendo una necesaria memoria política, ideológica, social y económica en un “collage” del cual no se puede extraer ninguna lección que sirva para constatar aciertos y errores a utilizar en el presente y en una perspectiva de futuro. Se ha minusvalorado u obviado la afirmación de que la lucha y la resistencia eran un valor en sí mismo y una lección para las generaciones futuras que tendrían que emular o persistir.

No es tan solo que esta amnesia sea privativa de las sociedades del centro imperialista, sino que atraviesa geográficamente las varias sociedades que en su momento intentaron un cambio radical. Una reflexión cubana sobre este tema nos indica la problemática actual: “Estos cambios, han tenido un impacto sustancial en una nueva generación en la cual los vínculos con la lucha revolucionaria, producto de la distancia temporal y la experiencia, se vuelven más difusos y como consecuencia, manipulables… A la desconexión histórica inevitable de una nueva generación que no integra en su memoria reciente el significado y el contexto de la consigna “Patria o muerte”, se le apilonan nuevos significados para antagonizar el peso de la herencia espiritual… Ruptura histórica y caos en la memoria” (8).

Lo que sucedió con los pobres desplazados por la construcción masiva de vías del tren en el siglo XIX en el corazón de grandes ciudades puede y tiene que ilustrar las posibles consecuencias de construcciones masivas de autopistas en el siglo XX, y las variadas experiencias del “poder estudiantil” en las universidades medievales tienen relevancia en los intentos para cambiar la estructura de las universidades modernas.

Los socialistas del siglo XIX y XX sin duda usaron el “comunismo primitivo” como una aproximación meramente teórica, pero el hecho que la usaran indica la ventaja de ser capaz de tener un precedente concreto incluso para lo que no tiene precedentes (9).

Conocemos el papel que ha tenido, y tiene, el sistema educativo en las sociedades dominadas por el capitalismo, como instrumento ideológico del Estado, en el cual se desdibuja la realidad social y su estructura clasista, escondiendo o negando la necesidad de la lucha de clases y situando “la educación” en una nube tecnocrática, o de simple hiperacumulación de registros de conocimientos, pero desvinculados de la relación con el contexto social actual y en especial de su utilidad social desmercantilizada. Siguiendo la falsa proclama que con cierta titulación será posible ascender en la escala social, aunque sea por medio de una competencia feroz. Tan solo es el aprendizaje para formar parte de una sociedad en la que cualquiera tiene que ser el lobo de sus semejantes.

Debemos hacer una pregunta: ¿Que ha pasado en otros tipos de sociedad que en su momento intentaron cambiar el sistema imperante? ¿Cuál ha sido el contenido real de los sistemas educativos? ¿Cuál ha sido el espejo en el que han mirado las nuevas generaciones?

En las sociedades capitalistas hay una coherencia entre los contenidos curriculares de lo que se enseña y la práctica social darwinista necesaria por la reproducción del sistema. Pero en las sociedades que en el siglo XX intentaron construir su propia historia tal vez ha faltado esta coherencia: Tal vez ha existido un precipicio entre el que se decía y el que se hacía, olvidando la vieja y reiterada parábola de que “O vives como piensas o acabarás pensando cómo vives”.

Tal vez la deriva hacia un tecnicismo desaforado, situándolo como única base para construir una sociedad socialista, ha ido dejando de lado o ha debilitado los aspectos éticos, culturales, sociales y políticos que deberían imprescindiblemente corresponder a la continuación de un proceso revolucionario hasta llegar a su meta.

La aceptación de la tesis que la ciencia es neutra ha sido una de las puertas de entrada de la ideología capitalista. Y esta ideología ha comportado la existencia de un abismo entre “los expertos” o “científicos” y el resto de la sociedad, tratada de ignorante cómo hemos podido comprobar en este último año de represión mundial con la excusa de una enfermedad. Y esto se ha dado también en las sociedades socialistas, tal vez con características diferentes, pero la planificación desde arriba, sin participación de la base social, ha comportado unas decisiones sobre qué debe hacer y qué debe ser cada miembro de la sociedad.

Esta estratificación social, no derivada de la posesión de capital ni de la extracción de plusvalía, sino derivada del control organizativo, tiene unos efectos culturales similares a los que operan en las sociedades estructuradas en clases sociales, o incluso en castas más estáticas. Y hemos podido comprobar cómo, con el paso del tiempo, técnicos, científicos, administradores, políticos”, han ido ocupando espacios de clase dominante y para mantener su estatus han abrazado el legado de la sociedad capitalista.

Derechos y deberes

A cualquier manifestación de acción política reivindicativa encontramos la palabra “derechos”. Derecho al trabajo, derecho a la vivienda, derecho a unos ingresos, derecho a la sanidad, derecho en la educación, derecho a… pero cualquier propuesta que mire algo más allá del corto plazo y pretenda ir más allá del sistema imperante, tiene que incorporar otra palabra: “deberes”.

Una versión en castellano de la Internacional incorpora un par de versos muy significativos. “No más deberes sin derechos / ningún derecho sin deber”. Expresión aclaratoria del papel que le corresponde al proletariado en la perspectiva de una nueva sociedad, el deber de su construcción, el deber de luchar para conseguirla, el deber de la ayuda mutua, el deber de la fidelidad a su clase social, en definitiva una ética de la clase obrera que aspire a emanciparse.

En recuerdo del cumpleaños del nacimiento del Che, ahora hace 93 años es oportuno resaltar algunos aspectos de su persona y pensamiento que no han tenido el merecido reconocimiento, pues su imagen comercializada es la correspondiente a la vertiente militar, como si el socialismo tuviera tan solo este aspecto.

El Che concebía la lucha por el socialismo como una dialéctica revolucionaria consistente en la creación de una sociedad basada en vínculos solidarios, que generase la cobertura de las necesidades básicas y los deseos de satisfacción individual y colectiva. Para conseguirlo proponía que había que combatir, por medio de la acción consciente y organizada, el predominio de los vínculos mercantiles, del individualismo, el egoísmo y la carencia de capacidades suficientes para la mayoría, que así con estos predominios y conductas quedaba subordinada a unas minorías que mantenían su dominio. Para él el socialismo tenía de romper estas lacras herencia del capitalismo.

Podemos pensar en todo el año pasado y lo que llevamos de este en relación con la impuesta pandemia, donde las voces “progresistas” no han parado de clamar “derechos”, “derechos”, “derechos” a la salud, a la vivienda, a los ingresos, a las vacunas, a… olvidando unos “deberes” fundamentales como pueden ser el “deber” del conocimiento de nuestro propio cuerpo, el “deber” de poner en cuestión la razón de las órdenes derivadas del estado de excepción, el “deber” de enfrentarse al criterio de los científicos mercenarios a sueldo de las multinacionales, el “deber” de contrastar la manipulación mediática, el “deber” de saber en qué consiste la salud, el “deber” de abrazarnos y reunirnos… en definitiva “el deber” de mantener un pensamiento y acción crítico ante las decisiones de un poder establecido que se presenta como el paladín al servicio del sistema capitalista.

Las propuestas del Che tenían muy presente las complejas relaciones internas entre la política, la economía, la educación, la salud, la ética, el conocimiento, la justicia y la conducta humana, entendidos como un conjunto a integrar y no abordarlo disgregadamente. El hombre nuevo que proponía el Che no era el símbolo de una persona, sino la expresión de masas de ciudadanos con un nivel cada vez más elevado de conciencia, luchando unidos por la construcción de una nueva sociedad. Este “Hombre nuevo” tenía que desarrollar un alto nivel ideológico, que dejara atrás los sentimientos de egoísmo, que fuera cada vez, más solidario, humanista y, al mismo tiempo internacionalista (10).

Sería incomprensible para el Che exigir un derecho sin correspondencia con un deber, del mismo modo junto al derecho a unos ingresos tiene que haber el deber de contribuir a la sociedad, pues no podemos olvidar que los ingresos onerosos que puede recibir cada cual se han extraído de los impuestos pagados por el resto de la clase obrera, y no deben entenderse como una exigencia legal de democracia fiscal, sino como un factor de solidaridad entre la clase, pues la burguesía tiene mil y una maneras de evadir como pagar los impuestos, porque para ellos el Estado es un instrumento recaudador respecto a la clase obrera, para financiar sus objetivos de reproducción del capital.

Y, tiene que ser “un deber” contribuir a la organización de la clase obrera para la consecución de otro tipo de sociedad.

(1) Auguste Blanqui. Crítique Sociale II. XXXIV Les sectes et la révolution.
(2) The great pragmatist: Deng Xiaoping. 18 de Diciembre de 2008.
(3) https://www.filosofia.org/enc/ros/bernste.htm
(4) Auguste Blanqui. Avis au peuple, toast du 25 février 1851
(5) Joaquim Ferrer. El Primer 1er. de Maig a Catalunya. 1972
(6) Francisco Sánchez Pérez. Protesta colectiva y cambio social en los umbrales del siglo XX. Tesis doctoral. Universidad complutense de Madrid. 2002
(7) Age of Extremes. The Short Twentieth Century 1914-1991. Ed. Abacus.1995, pág.3
(8) https://lapupilainsomne.wordpress.com/2021/06/07/golpe-blando-y-geopolitica-radiografia-del-movimiento-san-isidro-en-cuba-por-instituto-samuel-robinson/
(9) https://sociedadfutura.com.ar/2018/04/19/eric-hobsbawm-texto-inedito-en-castellano-la-funcion-social-del-pasado/
(10) https://correodelalba.org/2021/06/14/el-che-y-el-hombre-nuevo-en-homenaje-a-su-93-aniversario-de-natalicio/

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