Para el Doctor Angélico, el dominico santo Tomás, los elegidos que vayan al cielo por ser buenos chicos vivirán eternamente en permanente visión beatífica (como los santos Botín, Isidoro, Portillo o Boyer) de Dios, aunque no su rostro porque es uno y trino, y en absoluto estado de inmovilidad.
Inmovilidad de los cuerpos celestiales y gloriosos, de la inteligencia y la voluntad. Inmovilidad de la inteligencia porque, cuando se ha llegado a la causa primera, en la cual todas las cosas pueden ser conocidas, la búsqueda de la inteligencia cesa. Inmovilidad de la voluntad porque ya no queda nada por desear. En el paraíso tomístico no se mueve ni Dios.
El nuevo o, mejor dicho, añejo inmovilismo con efectos taumatúrgicos y pruritos demiúrgicos se llama Constitución, Estatuto de Autonomía o Amejoramiento (navarro). Conceptos a los que habría que aplicar el carbono-14. Y ello por no disfrutar de una democracia… «que aún no tenemos». Por eso hay gente que se mueve y da el callo. Porque no creen que la Constitución española, de la que muchos saben sin haber nacido, sea un motor inmóvil. Y menos un dios o un tótem. Una Constitución monarco-fascista como último asidero para impedir, por ejemplo, que se exprese la voluntad del pueblo catalán agarrándose desesperada y leguyescamente a la ley como si esta fuera una camisa de fuerza, que lo es, ya se ve.
Y es que Franco se murió en la cama. Bueno, en la Residencia Sanitaria La Paz, para ser más exactos y de muy mala manera. En posición horizontal, pero no tumbado. Y de aquellos barros, estos lodos, que se dice.