Ahora se utilizan términos terroríficos como “holocausto” para referirse a los críemenes cometidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que hay que preguntar qué postura tomaron los “humanitarios” de aquella época, gente “neutral” como la Cruz Roja que se dedican precisamente a eso: a asistir a las víctimas.
Pues bien, la Cruz Roja Internacional supo desde el primer momento la existencia de campos de concentración, no hizo nada para impedir las matanzas y ni siquiera las denunció sino todo lo contrario, blanqueó los crímenes.
Caben muchas explicaciones de esta complicidad. Por ejemplo, la Cruz Roja alemana era tan nazi como el III Reich del que formaba parte, de manera que los no arios no podían ser miembros.
Poco después de la llegada de Hitler al poder, Cruz Roja alemana visitó algunos campos de concentración y concluyó que la situación de los presos era “buena”.
La inspección pasó entonces a la Cruz Roja Internacional, donde ocurrió lo mismo porque Oerlikon y Alusuisse, dos de las empresas de su Presidente, Max Huber, también Presidente del Tribunal Internacional de La Haya, mantenían suculentos negocios con las empresas alemanas de armamento.
El vicepresidente era Carl Jacob Burckhardt, un anticomunista feroz estrechamente vinculado a los nazis. Cuando el Consejo Federal suizo se negó a acoger a Goebbels, fue Burckhardt quien intervino.
En 1936 Hitler invitó a Burckhardt a visitar Alemania, incluidos los campos de concentración. A su regreso también describió la situación de los presos como “buena”, e incluso elogió a Dachau, donde unos 30.000 presos fueron asesinados.
Otro delegado de la Cruz Roja que visitó los campos de concentración fue el médico Maurice Rossel, quien pudo visitar la ciudad checa de Theresienstadt, convertida por los nazis en 1941 en un campo de concentración que albergó a unos 140.000 presos.
En mayo de 1944 Himmler autorizó a Rossel la visita al campo, del que pudo sacar fotografías. En su informe describió la situación de los presos como “casi normal”, destacando la “excelente atención médica que recibían los presos”. Se trataba de un “campo modelo” para judíos ricos, decía Rossel.
Al regresar, el canalla de Rossel envió una carta de agradecimiento a los jefes nazis por las atenciones recibidas, a las que adjuntaba algunas de las fotos que había tomado del campo, que los nazis utilizaron para su propaganda.
La visita tuvo tal éxito para los nazis, que Eichemann quiso hacer otro montaje parecido en Auschwitz, para lo cual hizo construir un “campo familiar” idílico para que pudiera ser visitado por los “humanitarios” como Rossel, que estuvo en Auschwitz en setiembre de 1944. Los presos británicos le contaron la existencia de cámaras de gas.
Aquel suizo tan “humanitario” guardó silencio. Dijo que las SS que dirigían el campo estaban “orgullosos del trabajo que realizaban”.
Al terminar la guerra, la Cruz Roja escondió y ayudó a escapar a los peores criminales de guerra para que no fueran juzgados y ejecutados.
En los años cincuenta Burckhardt, que habia llegado a la Presidencia de la Cruz Roja Internacional en 1948, ordenó quemar los archivos que demostraban la complicidad de la organización suiza con los nazis.