“Un Pearl Harbor digital”: así es como un funcionario de la CIA bautizó la publicación masiva de datos confidenciales por Wikileaks en 2017. La filtración mostró la capacidad de pirateo informático de la CIA.
Como es habitual, la fuga provino de un funcionario de la central. Sin embargo, a diferencia de los casos de Chelsea Manning o Edward Snowden, el acusado no actuó por imperativo moral, sino para vengarse de sus colegas.
Se trata del hombre que aparece en la foto de portada, Joshua Schulte, ahora encarcelado por poseer una enorme cantidad de pornografía infantil descubierta durante la investigación. Trabajaba en la Rama de Apoyo Operativo (OSB), una división de élite de la CIA.
La función del OSB era producir programas espía para ser insertados físicamente en los dispositivos seleccionados por los espías de campo o las personas reclutadas por la central.
Aunque estas misiones eran extremadamente peligrosas y altamente clasificadas, el ambiente en las oficinas del OSB, situadas en un tranquilo suburbio de Washington, se parecía más a un patio de colegio que a una unidad de espionaje. Varios funcionarios de la OSB describieron el ambiente como de cachondeo, asegura el New Yorker (*).
Los programadores intercambiaban apodos, bromas e incluso dardos de pistola Nerf. Fueron precisamente estos proyectiles de espuma los que supuestamente incendiaron el mundo cuando llegó un nuevo espía en 2015.
El comportamiento del recién llegado, más rígido que la media, hizo que Schulte lo convirtiera en su mascota, lo que incluía molestarle con su pistola Nerf. La situación se agravó rápidamente, con muchos insultos, hasta que cada uno de ellos acudió a sus superiores para quejarse del otro.
La dirección de la CIA tomó numerosas medidas para separar a los dos hombres, pero Schulte se quejaba constantemente de las decisiones tomadas en su contra, como la de ser asignado a una oficina demasiado alejada de las ventanas. Como el problema se agravó dentro de la unidad, acabó siendo trasladado a otro departamento, lo que supuso que se le negara el acceso a las aplicaciones que había desarrollado. Tras amenazar con hablar con la prensa, Schulte acabó dimitiendo.
Tras la filtración, el FBI no tardó en centrar su atención en su caso, y en sus datos. Además de su videoteca pedófila, los investigadores descubrieron búsquedas en Google sobre Wikileaks, así como aplicaciones de transferencia de datos recomendadas por el sitio fundado por Julian Assange.
Tras perder su acceso a los servidores de OSB, Schulte consiguió volver a entrar en ellos utilizando una puerta trasera que había creado previamente, asegurada por la contraseña “KingJosh3000”. Hizo una copia de seguridad exacta de los documentos filtrados.
El juicio tuvo lugar en 2020, pero giró sobre todo en torno a complejos detalles técnicos que aparentemente desconcertaron al jurado, y que al final dieron lugar a la anulación del juicio. Se inició un segundo juicio, en el que Schulte eligió esta vez representarse a sí mismo.
(*) https://www.newyorker.com/magazine/2022/06/13/the-surreal-case-of-a-cia-hackers-revenge