Pero durante la prueba más difícil de su entrenamiento, desapareció, derrotado por otros dos especímenes de su misma especie.
Las aves han sido durante mucho tiempo una figura central en un programa de la CIA para entrenar animales para ayudar al imperialismo a derrotar a la Unión Soviética durante la Guerra Fría.
El jueves, la poderosa agencia de inteligencia publicó docenas de archivos sobre estas pruebas, que duraron una década y en las que participaron gatos, perros, delfines y todo tipo de aves.
La CIA estudió cómo se podían utilizar los gatos como herramientas de escucha móviles: vvehículos de vigilancia por audio”. También trató de colocar implantes en los cerebros de los perros para ver si podían ser controlados remotamente.
Ninguno de esos intentos llegó muy lejos.
Se intensificaron aún más los esfuerzos con respecto a los delfines, entrenados para convertirse en potenciales saboteadores y espiar el desarrollo soviético de una flota de submarinos nucleares, quizás la mayor amenaza para el poderío estadounidense a mediados de la década de los sesenta.
Los proyectos Oxygas y Chirilogy buscaban determinar si los delfines podían reemplazar a los buzos humanos y colocar explosivos en barcos amarrados o en movimiento, colarse en puertos soviéticos para dejar balizas acústicas o herramientas de detección de misiles, o nadar junto a submarinos para registrar su sello acústico.
Estos programas también han sido abandonados. Pero la imaginación de los espías se ha despertado por las posibilidades que ofrecen las aves: palomas, halcones, búhos, cuervos e incluso algunas aves migratorias.
Para esto último, la CIA reclutó ornitólogos para determinar qué aves pasaban regularmente parte del año en una zona al sureste de Moscú, alrededor de la ciudad de Chikhany, donde los soviéticos poseían fábricas de armamento.
Los espías estdounidenses veían a las aves como “sensores vivientes” que, gracias a la comida ingerida, revelaban en su carne qué sustancias estaban probando los rusos.
A principios de la década de los setenta, la CIA recurrió a rapaces y cuervos con la esperanza de que pudieran ser entrenados para misiones como la colocación de una micrograbadora en el alféizar de una ventana.
Para un proyecto llamado Axiolite, entrenadores con base en una isla en el sur de California enseñaron a las aves a volar durante millas encima del agua.
Si un candidato lo hacía bien, era elegido para ser introducido de contrabando en territorio soviético, liberado discretamente con una cámara adosada para grabar imágenes, y regresaba.
Una misión complicada. Las cacatúas eran inteligentes, pero demasiado lentas para evitar los ataques de otras aves. Dos halcones murieron de enfermedades.
El más prometedor era Do Da, el cuervo. Muy duradero, fue la estrella del proyecto, según los escritos de un científico. Capaz de determinar la altitud y los vientos adecuados, era lo suficientemente inteligente como para evitar los ataques de sus compañeros.
Pero el 19 de junio de 1974 su sesión de entrenamiento salió mal. Fue atacado por otros cuervos, y nunca lo volvió a aparecer. Para desgracia de los científicos.
Otra parte importante del programa fueron las palomas, utilizadas durante dos milenios como mensajeras y luego, durante la Primera Guerra Mundial, para tomar fotografías.
El reto para esta especie es que trabaja desde un gallinero o perca familiar.
La CIA era propietaria de cientos de palomas, que probó en territorio estadounidense equipándolas con cámaras.
Pronto se determinó el objetivo: los astilleros de Leningrado, donde los soviéticos construían submarinos nucleares.
Pero los resultados de la capacitación fueron variados: algunas palomas huyeron con cámaras muy costosas y nunca regresaron.
Los documentos publicados no indican si la operación de Leningrado se intentó realmente. Pero un informe de la CIA de 1978 indicaba claramente que se hacían demasiadas preguntas sobre la fiabilidad de las aves.