El Índice de Precios al Consumo (IPC) es un indicador absurdo que economistas y sindicalistas asalariados utilizan de manera recurrente para justificar sus sueldos.
Es un engaño organizado por el cuál se decide, sin excesiva transparencia, si los salarios o jubilaciones aumentan o disminuyen en función del llamado «coste de la vida«.
El ÍPC del mes de marzo, según el INE, ha caído en picado en su tasa interanual (0,7%), tras 43 meses de subidas. Es decir, según la Administración «vivir es más barato» porque, de acuerdo a su base estadística ya no nos vamos de viaje al Caribe, gastamos menos en joyas o menaje del hogar y tenemos gasolina más barata.
Seguro que sus bolsillos lo han notado muchísimo. Por cierto, recuerde que su hipoteca y las posibles variaciones de precio que pueda tener, no afectan al IPC, porque ni siquiera se lo tiene en cuenta.
El problema viene cuando vemos qué consecuencias puede tener esta «caída» estadística en nuestras vidas, que no son baladís. Gracias a esta medición fraudulenta del precio de las cosas, la burguesía está preparando su batería ideológica para que los salarios y las fuentes de ingresos de la «economía subalterna» sean revisados a la baja, ya que de ninguna manera esta medición ha contemplado las subidas de precios que se han podido detectar en los últimos días en frutas, verduras, conservas y carnes (porque la clase trabajadora no come joyas ni viajes combinados), que son los productos del día a día.
De hecho, incluso días antes de que se publicaran estos datos del IPC, ya el Ministerio de Trabajo publicaba datos por los cuáles las subidas salariales pactadas no se iban a cumplir en sus términos «a causa del coronavirus«, y con expectativas de nuevas bajadas. Vaya al banco a pedir que le rebajen la hipoteca «a causa del coronavirus«, a ver qué le dicen.