Israel libra una guerra en tres frentes, Gaza, sur de Líbano y Mar Rojo, que sólo puede entablar gracias a su principal valedor, Estados Unidos, que ya tiene varios campos de batalla abiertos por otros lugares.
Bastante tiene con mantenerse en pie y de ninguna manera podría con una escalada. Por eso Amos Hochstein, asesor principal de Biden, llegó ayer a Israel para discutir medidas de distensión con con Netanyahu y Gallant.
También planea viajar a Beirut para conversar con el gobierno libanés. Necesita que el ejército libanés asuma la responsabilidad de formar una zona de amortiguación en la frontera sur.
En Washington están muy preocupados por una posible escalada en el sur de Líbano. Los ataques profundos de Israel en territorio libanés podrían acabar en una invasión terrestre a gran escala.
Así lo ha reconocido la coordinadora especial de la ONU para Líbano, Jeanine Hennis-Plasschaert, y el jefe de las fuerzas de paz de la ONU en el país, Aroldo Lazaro. Un error de cálculo podría conducir a una guerra más tangible y grave con Hezbolah.
El ejército israelí está empeñado en una guerra que no puede acabar más que con una intervención directa de Estados Unidos.
En los últimos ocho meses, Hezbollah ha disparado casi 5.000 cohetes contra localidades israelíes vecinas, la mayoría de cuyos residentes han sido evacuados. El ejército israelí ha respondido con intensos bombardeos, incluso contra infraestructuras críticas de la organización chiíta, que demuestra una solidaridad activa con los palestinos.
En una sociedad capitalista todo se mide en dinero. La preocupación por la escalada de la guerra en Oriente Medio está relacionada con los costes económicos. Si Israel invade Líbano, quien deberá financiarla es Estados Unidos. Las armas necesarias para transformar Líbano en una nueva Franja de Gaza costarán más de los 25.000 millones de dólares que ya han gastado en la guerra contra los palestinos, y más de mil millones de dólares gastados para frenar los ataques huthíes.