Siguiendo con la estrecha colaboración entre ambos países, Israel ha abierto una fábrica de drones a unos 50 kilómetros de Casablanca, en la ciudad de Benslimane. La nueva planta es propiedad de BlueBird Aero Systems, una empresa afiliada al grupo Israel Aerospace Industries.
La producción anunciada se centra principalmente en drones tácticos, incluyendo el modelo SpyX, presentado como una herramienta versátil capaz de realizar misiones de reconocimiento prolongadas y operaciones específicas. Con esta opción industrial, el gobierno marroquí busca fortalecer las capacidades existentes de inteligencia y vigilancia, a la vez que reducen la dependencia de las importaciones de equipos terminados. La opción de fabricación local, incluso parcial, también permite un acceso más rápido a sistemas sensibles.
La fábrica no se limita al ensamblaje de drones. Se basa en una gama de tecnologías asociadas, especialmente en las áreas de observación y recopilación de información. Se espera que los sistemas satelitales de nueva generación, suministrados por empresas europeas, complementen estos equipos, reforzando así la proyección de fuerza del ejército marroquí.
El objetivo es contar con una cadena tecnológica que va desde la recopilación de datos hasta el uso operativo.
Otro aspecto del proyecto se refiere a la capacitación de las tropas. El personal militar marroquí ha recibido formación especializada en Israel, directamente de los equipos de BlueBird. Esta transferencia de conocimientos tiene como objetivo desarrollar la experiencia local capaz de garantizar el mantenimiento, el desarrollo y, en última instancia, la adaptación de estos sistemas a las necesidades específicas del país.
La apertura de la fábrica es inseparable del marco diplomático establecido por los Acuerdos de Abraham, firmados en 2020. Para Rabat, los acuerdos consolidaron el camino para una cooperación reforzada con Israel en diversas áreas, incluida la defensa. A cambio, Estados Unidos reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, un punto central de la política exterior de Rabat. Esta ecuación diplomática sigue influyendo en las decisiones estratégicas tomadas desde entonces.
En el ámbito estrictamente militar, la colaboración va más allá de la cuestión de los drones. Incluye programas de entrenamiento, intercambio de conocimientos y la adquisición de equipos adicionales para modernizar el arsenal marroquí. También están negociando ejercicios conjuntos y asociaciones industriales, lo que refleja el deseo de establecer esta relación a largo plazo. Marruecos busca así posicionarse como un actor con una sólida base industrial en defensa en el norte de África y más allá, junto con países como Egipto y Nigeria.
Sin embargo, esta cooperación plantea interrogantes, especialmente a la luz de los actuales acontecimientos regionales e internacionales. La inauguración de la fábrica tuvo lugar mientras la Guerra de Gaza generaba una conmoción mundial. En Marruecos, donde la cuestión palestina sigue siendo sensible entre la población, la discreción en torno al proyecto ha alimentado el debate sobre la pertinencia y el momento oportuno de tal iniciativa. Si bien el gobierno enfatiza los imperativos de seguridad nacional y soberanía industrial, la elección del socio israelí muesra una dependencia creciente.
Otras preguntas se refieren al propósito preciso de la producción. ¿Los drones fabricados en Benslimane están destinados exclusivamente al ejército marroquí? Es posible que se estén considerando perspectivas de exportación a medio plazo, dada la creciente necesidad de equipos de vigilancia en el continente africano. Por el momento, no se ha proporcionado confirmación oficial al respecto, lo que genera incertidumbre sobre el futuro rumbo de la fábrica.
El proyecto también plantea interrogantes sobre el equilibrio de las relaciones de Marruecos con sus suministradores tradicionales. El reino mantiene desde hace tiempo vínculos militares con países europeos y norteamericanos. La introducción de Israel en este sistema podría requerir ajustes, tanto técnicos como diplomáticos. Nuevamente, el gobierno se muestra cauteloso en su comunicación, favoreciendo un enfoque pragmático centrado en los beneficios inmediatos.
Más allá del caso marroquí, la iniciativa refleja una tendencia observable en varios países del Magreb: la transición gradual de ser un simple comprador de armas a un productor o ensamblador de tecnologías de defensa. Esta evolución responde a consideraciones de coste y capacidad de respuesta, pero también conlleva mayores responsabilidades en términos de control y transparencia.
La planta de Benslimane se presenta, por lo tanto, como un símbolo ambivalente. Por un lado, ilustra la capacidad de Marruecos para atraer inversiones en un sector estratégico y dotarse de herramientas tecnológicas avanzadas. Por otro, reaviva el debate político sobre su creciente dependencia hacia Israel.