Como tantas otras ficciones, la seudoecología moderna se impulsó desde Estados Unidos y hoy sigue estando dirigida por la Casa Blanca, que aprueba los planes y convoca las cumbres al más alto nivel, invitando a unos y cerrando la puerta a otros.
Recientemente Biden convocó otra de esas cumbres, aunque esta vez puramente virtual, en la que fue el único que apareció ante la pantalla con la mascarilla en la cara. Entre los invitados estaban Putin y Xi Jinping.
Antiguamente, los seudoecologistas vinculaban el “cambio climático” a la industria y, sobre todo, al consumo de combustibles calificados como “fósiles”. La “lucha” contra el “cambio climático” era un llamamiento a una reconversión industrial promovida por los consumidores de dicho tipo de combustibles en perjuicio de los productores.
Ahora el tono ha cambiado; va mucho más allá. Se trata de reconvertir también la agricultura y, en consecuencia, la alimentación del mundo entero y, muy especialmente, la de los países del Tercer Mundo. El plan consiste en incrementar su dependencia de las grandes metrópolis imperialistas.
El seudoecologismo moderno se puede resumir, pues, de la siguiente manera: las grandes potencias imperialistas quieren reducir su dependencia de los países productores de crudo, al tiempo que aumentan la dependencia alimentaria de los demás.
Lo que está bajo el ojo acusador es —sobre todo— la ganadería. Las cabañas y rebaños que alimentan a los países más pobres perjudican al clima. Las grandes potencias pretenden controlar la alimentación mundial y para ello deben cambiar la manera en que la población se alimenta, acabar con la producción de carne natural y acostumbrar a la humanidad a consumir otras cosas, como insectos, por ejemplo.
Un típico altavoz del imperialismo, como la BBC, lo ha resumido muy claramente: “La agricultura es el principal impulsor de la pérdida de biodiversidad mundial y uno de los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los insectos cultivados podrían ayudar a resolver dos de los mayores problemas del mundo a la vez: la inseguridad alimentaria y la crisis climática”.
Como suele ocurrir en todas estas marejadas que proceden de Estados Unidos, la cuestión climática se reconvierte en un asunto de guerra o, en palabras más modernas, de “seguridad nacional”, porque no se trata de cuidar el clima sólo en Estados Unidos sino en el mundo entero, o dicho de otra manera, Estados Unidos ha asumido la tarea de “frenar el calentamiento del planeta”. A partir de ahora, la CIA cuidará de lo que el mundo puede hacer o no en materia climática.
La directora de la inteligencia de Estados Unidos, Avril Haines, reconoce que el calentamiento es “fundamental para la seguridad nacional y la política exterior de un país”. En consecuencia, “debe integrarse plenamente en todos los aspectos de nuestro análisis para permitirnos no sólo vigilar la amenaza, sino también, y de manera crucial, garantizar que los responsables políticos comprendan la importancia del cambio climático en cuestiones aparentemente no relacionadas”.
Afortunadamente en Rusia no se dejan embaucar por los planes “verdes” de Estados Unidos. “El último comentario de Estados Unidos sobre la agenda verde no es más que un chantaje y un intento de crear una cortina de humo medioambiental y climática, y de utilizar palancas económicas extranjeras para obligar a sus socios y clientes a pagar por la modernización de su complejo energético”, ha escrito un analista ruso.
Putin conoce de sobra el verdadero significado de los planes seudoecologistas de Estados Unidos, aunque el mensaje ha calado de tal manera en el mundo moderno que no se manifiesta en contra de una manera abierta. Hasta Biden ha elogiado su contribución al Green New Deal porque crea esa sensación de unanimidad que es necesaria para comprometer a organismos como la ONU, que siempre parecen estar por encima del bien y el mal.
Putin se muestra, pues, de acuerdo y se limita a minimizar los peligros, especialmente, en materia de hidrocarburos, de los que es el principal exportador mundial.
En el mercado mundial de hidrocarburos, Rusia compite ventajosamente con el gas natural licuado de Estados Unidos. Si a China la obligan a cambiar el carbón por el gas natural, algo que está por ver, Rusia venderá gas a Pekín a un precio inferior al de Estados Unidos. Las centrales nucleares rusas también tienen la tecnología más avanzada y Moscú las construye y vende “llave en mano”.
En la cumbre virtual Putin dijo que Rusia ha reducido casi a la mitad sus emisiones de CO2 con respecto a los niveles de 1990. Lo que no mencionó que ese “éxito” es consecuencia de la destrucción de la URSS, la desindustrialización y un dramático descenso del nivel de vida de la población. Los rusos todavía se estremecen cuando recuerdan los años noventa y la miseria que padecieron.
Eso es lo que le espera al mundo si los planes seudoecologistas de Estados Unidos salen adelante: pobreza, hambre, paro, precariedad e insectos para desayunar.
Hombre, Juan Manuel Olarieta es ya uno de esos modernos Viriato’s que se enfrenta a la Roma Imperial actual, antes de haber pasado, claro está, por enfrentarse a la crasa francocracia del esperpento reino bobónico español…esa España machadiana que nos sigue helando el corazón. Es uno de esos «imprescindibles» de Bertolt Brecht que hay que cuidarlo, leerlo, escucharlo y publicarlo…para que nos haga entender y aprehender la semántica y procedencia de esos insectos para desayunar a los que desde ahora nos vamos a tener que ir acostumbrando porque el panorama no luce para caviar…