Cuando este verano apareció en España un exceso de mortalidad, la explicación de algunos “expertos” fue de risa. Lo atribuyeron al cambio climático. Son maestros en el arte de escurrir el bulto.
Pero en Australia está ocurriendo lo mismo, un exceso de mortalidad, y en el hemisferio sur es invierno, y bastante crudo por cierto. Allí no hay escapatoria para la argucia de la ola de calor. “Las funerarias están desbordadas de trabajo”, dice el Daily Mail (1).
En Holanda el exceso de mortalidad dura ya casi seis meses y, en este caso, los “expertos” no saben los motivos por una buena razón: porque no tienen acceso a los datos, que son confidenciales, dice el periódico Volkskrant (2).
Es demasiada confidencialidad. Las personas están muriendo en abundancia y nadie puede saber los motivos. También los contratos firmados con las empresas fabricantes de vacunas son confidenciales, lo que contrasta con la abundancia de “informaciones” que derrocharon los medios durante la pandemia.
Mucha “información” en un caso y secreto para lo demás. Es un motivo más que suficiente para alarmarse.
Ya en diciembre del año pasado la Cámara Baja ordenó averiguar las causas del exceso de mortalidad en Holanda, pero la resolución se ha quedado en agua de borrajas porque los expedientes médicos son confidenciales. Los investigadores no pueden acceder a ellos. No pueden saber qué muertos han sido vacunados y cualés no, quiénes se sometieron a una prueba de coronavirus y cuáles fueron los resultados.
El periódico holandés reconoce que la discusión va más allá y pone encima de la mesa la política sanitaria del gobierno, los confinamientos, los pasaportes de vacunas y los cierres de escuelas.
La sospecha es que estos excesos de mortalidad en el mundo entero son consecuencia de las vacunas, que se inocularon con el pretexto de salvar vidas pero que, muy posiblemente, están provocando muertes en una cifra bastante por encima de la media. El fracaso no puede ser más estrepitoso.
Una vez más, no estamos hablando sólo de ciencia ya que las empresas aseguradoras están por medio y muestran su preocupación por las elevadas pólizas que tiene que cubrir en los casos de muerte.
(1) https://www.dailymail.co.uk/news/article-11133519/Undertakers-kept-busy-abnormally-high-numbers-Aussies-dying-not-just-Covid.html
(2) https://www.volkskrant.nl/nieuws-achtergrond/elke-week-overlijden-er-honderden-nederlanders-meer-dan-normaal-en-niemand-weet-waarom~b7db5648/
O sea, que las máximas entidades de Justicia y Gubernamentales dictaminan que hay que encontrar el origen de que se esté muriendo todo cristo en el país, pero no pueden investigar porque hay que respetar la privacidad del ciudadano, y no se puede acceder a datos médicos como el de saber si las personas han sido o no inoculadas (eso que llaman «vacunadas»).
Cuánto celo y entusiasmo resulta que tienen ahora por los derechos del ciudadano, los Derechos Humanos, la Declaración de Helsinki, los Derechos del Paciente… etc.
El mismo que no tuvieron cuando un camarero, el portero del cine o un empleado de la estación de trenes podía saber si estabas «vacunado». Entonces no parecía que importaran tanto nuestros derechos.
Son usos espurios y arbitrarios como estos los que convierten las leyes en papel mojado.
Para andarte llamando para decirte que te tocaba ya ir a inocularte no tenían los gobiernos tanta preocupación por la privacidad médica del ciudadano.