Aquí sólo escribiremos de la vertiente política de su papado y no de sus pastorales y encíclicas ya de por sí asaz reaccionarias. Recordaré los entresijos de un episodio muy comentado «estos días» (al final, en el asterisco, se explicará este anacronismo) a diferencia del nulo comentario sobre «affaires» sonados en su momento como el escándalo del Banco Ambrosiano, las figuras de Marcinkus, el mafioso Michele Sindona, el banquero Calvi que apareciera «suicidado» en el puente londinense de Blackfriars o el blanqueo de dinero en el Estado de la Ciudad del Vaticano. Me refiero a la escena que todo el mundo pudo ver por televisión (Nota: me remito, otra vez, al asterisco. NB) en la cual el entonces ministro nicaragüense del Frente Sandinista, Ernesto Cardenal, sacerdote católico, se arrodilló ante el papa, de visita en Managua (en 1983), recibiendo una visible reprimenda y admonición de éste a quien era su anfitrión. Cardenal, en los años 80, vio y explicó así su genuflexión que, como se verá, fue un gesto de respeto no correspondido.
«Bienvenido a la Nicaragua libre gracias a Dios y a la revolución», decía una gran manta en el aeropuerto cuando llegó el Papa. Lo de «revolución» es claro que sobraba a ojos del Santo Padre que vive en Roma. Lo que más le disgustaba al papa de la revolución de Nicaragua es que fuera una revolución ¡que no perseguía a la Iglesia! El hubiera querido un régimen como el de Polonia, que era anticatólico en un país mayoritariamente católico y, por lo tanto, impopular. De las primeras cosas del papa cuando pisó suelo nicaragüense fue la humillación pública que me hizo -habla Cardenal- en el aeropuerto enfrente de todas las cámaras de televisión. El nuncio ya me había advertido que eso podía pasar. El papa no quería que ninguno de los sacerdotes en el gobierno (como Miguel Escoto, por ejemplo) estuviera recibiéndolo en el aeropuerto. Lo que menos quería era una revolución apoyada masivamente por los cristianos como la nuestra, en un país cristiano. ¡Y lo peor de todo para él es que fuera una revolución con sacerdotes! No era así la posición del cardenal Casaroli (una especie de ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano), el secretario del Estado (Vaticano) del que se hablará más adelante.
La noche antes de la gran misa del papa en Managua, en la misma plaza, gobierno y pueblo celebraron juntos los funerales de 17 muchachos colegiales que habían sido matados por la «contra» antisandinista. Se esperaba allí del papa al menos una palabra a favor de la paz. El gobierno hizo todo lo posible para que la plaza de Managua, en la misa del papa, se llenara de gente, Así fue que en la plaza hubo unas 700. 000 personas. Nicaragua tenía entonces 3 millones de habitantes. También la derecha acarreó (sic) por su parte lo más que pudo, unas 50.000 personas lideradas por el Padre Carballo. Sorpresivamente, la misa empezó con una alocución del arzobispo Obando. Tanto que se esforzó la revolución en colmar esa plaza de gente y fue para que a esa multitud la hablara ahora el archienemigo de la revolución. En todas las negociaciones previas, en las que hasta lo más nimio se discutió, no se había contemplado que Obando hablara. Y monseñor Obando dio la bienvenida al Papa comparando su llegada a Nicaragua con la visita que una vez Juan XXIII había hecho a una cárcel de Roma. Me chocó -sigue Cardenal- esa comparación de Nicaragua con una cárcel, pero más me chocó el aplauso de toda la plaza. ¿Era que todo el pueblo se había vuelto contra nosotros?
Las lecturas de la misa no fueron inocentes. Se veía que habían sido escogidas ex-profeso contra los sandinistas. Del Antiguo Testamento fue leído lo de la Torre de Babel: los hombres que se quisieron igualar a Dios. Del Nuevo lo del Buen Pastor: solamente Cristo lo es; los otros son ladrones y salteadores. El tema de la homilía papal fue el de la unidad de la Iglesia, lo que equivalía a ser un ataque a la llamada «Iglesia Popular»: los cristianos revolucionarios a los que se nos acusaba -habla Cardenal- de querer destruir esa unidad. El tono -incluso gritos- acusatorio era claro. Era evidente que el Papa odiaba la revolución sandinista. Y había llegado a Nicaragua a pelear. Lo desconcertante era que en cada final de frase la plaza estallaba en aplausos y vivas al Papa. Hubo un momento en que pensé que la revolución se venía abajo. Pero entonces fue que cesaron los grandes aplausos; los que aplaudían ya eran sólo los 50. 000 que había «acarreado» el P. Carballo y el resto de la plaza empezó a protestarle al papa. Y protestando más y más conforme se van dando cuenta de que el papa, al hablar de la Iglesia, está hablando contra la revolución y contra los sacerdotes de la revolución. Y que, por lo tanto, no fue como muchos dijeron después, un ataque hecho al Papa premeditadamente por la revolución, sino que el Papa atacó primero a la revolución. Repetidas veces el papa había declarado que Nicaragua era su «segunda Polonia». Él creía que había un régimen impopular, rechazado por la gran mayoría cristiana, y que su presencia beligerante provocaría una sublevación popular contra los comandantes de la Dirección Nacional que estarían presentes en la plaza. Que bastaba que él hablara contra la revolución sandinista y tendría el respaldo masivo de esa plaza. Y el Papa llegó a Nicaragua a desestabilizar la revolución. Si el Papa no hubiera estado equivocado, la noticia mundial de ese día habría sido que el pueblo de Nicaragua rechazaba la revolución. Pero como el pueblo defendió su revolución y rechazó al papa, la noticia mundial fue «el agravio que se hizo al Papa en Nicaragua». Primero las madres de los 17 jóvenes asesinados comenzaron a pedirle al papa una oración por sus hijos y no les hizo ni caso. Se vio humillado por la multitud por primera vez en la historia moderna. Se le ve desconcertado y hace amagos de querer irse del altar. Al final de la misa, la bendición papal apenas la pudo hacer ahogado por una muchedumbre cantando el himno del Frente Sandinista.
Casaroli, de quien prometimos volver, contemporizador, diplomático, dijo que verían cómo enmendaban eso en Roma. Pero no hubo ni enmienda ni propósito (de la enmienda). Casaroli fue destituido de su cargo y enviado a una recóndita parroquia en Italia. Mientras, Obando fue nombrado cardenal y lo primero que hizo fue presentarse a los exiliados nicaragüenses en Miami. Lo que dijo el Vaticano y la prensa capitalista del mundo entero fue que el régimen marxista (?) de Nicaragua había ultrajado al Sumo Pontífice. Se habló de sacrilegio y de profanación de la misa papal. El Papa ni habló de paz ni rezó por los caídos. Igualmente se señaló que en los países latinoamericanos donde había guerrillas, el papa siempre se dirigía a los guerrilleros exhortándolos a que depusieran las armas. Solamente no lo hizo en Nicaragua que, curiosamente, sufría una «contra» financiada por Reagan.
Wojtyla se fue de Managua en un taxi con su «colega» Obando al aeropuerto sin cruzar palabra. Se fue «quemao» y con ánimo vengativo este pastor de almas. Ahora que le descubren «milagros» y anuncian la canonización de Juan Pablo II, «el Grande», esa papolatría, puede decirse que su verdadero milagro fue la caída del Muro de Berlín y la derrota del sandinismo. No me extraña que lo santifiquen a toda hostia, y nunca mejor dicho.