Hezbollah: un representante genuino de la resistencia antimperialista en el mundo árabe

En los últimos meses Hezbollah ocupa los titulares de los medios de comunicación, a medida que Israel se desinfla en Líbano. La semana pasada el nuevo Ministro de Guerra israelí, Israel Katz, anunció la “derrota” de Hezbollah y los milicianos libaneses los celebraron lanzando ataques con cohetes sin precedentes y aumentando los ataques con drones contra Haifa y Tel Aviv demostrando su capacidad de combate.

En Gaza todo es Hamas y en Líbano todo es Hezbollah. Es el mejor pretexto que han encontrado los isarelíes para justificar sus crímenes. Primero atacaron con explosivos los buscas y luego mataron a numerosos libaneses. Es irrelevante si son civiles o el secretario general de Hezbollah o algunos de sus sucesores. No saben hacer otra cosa.

Pero Hezbollah no colapsa. Por el contrario, ha intensificado su acción militar diaria, introduciendo en la lucha cohetes más pesados ​​y de mayor alcance, oponiendo una resistencia implacable a los intentos de incursión israelí en la frontera sur.

Como durante los diez años de guerra en Siria, en la que Hezbollah jugó un papel importante, y como en 2006, cuando repelió otra ofensiva israelí contra Líbano, la organización es objeto de toda clase de especulaciones. Los medios ya no saben cómo describirla: ¿solo son libaneses, o chiítas, o propalestinos, o proiraníes?

El Movimiento de los Desposeídos

Hezbollah es como el mismo Líbano, un producto de la intersección de conflictos políticos, sectarios, de clase y regionales. La organización surgió en la década de los ochenta en respuesta a la invasión y ocupación de Líbano por parte de Israel, pero sus raíces se remontan al movimiento chiíta que surgió de un movimiento de protesta social. La mayoría de los fundadores de Hezbollah dieron sus primeros pasos como militantes del “Movimiento de los Desposeídos”, iniciado por el clérigo y dirigente social iraní-libanés Mousa Al Sadr a mediados de la década de los setenta, cuando los chiítas se encontraban entre las comunidades más marginadas y pobres de Líbano.

Mientras Israel atacaba repetidamente Líbano para contrarrestar a los combatientes de la resistencia palestina basados ​​en el sur del país, Mousa Sadr fue uno de los primeros en convocar a la resistencia libanesa organizada y fundó las “Legiones de la Resistencia Libanesa”, cuyo acrónimo en árabe dice “Amal”, que también significa “Esperanza”. El grupo se convirtió rápidamente en una milicia chií involucrada en la guerra civil, especialmente después del secuestro y desaparición de Sadr en 1978.

Después de la invasión israelí de Líbano y la ocupación de Beirut en 1982, el Partido Comunista Libanés lanzó el “Frente de Resistencia Nacional Libanés”, al que se unieron otros partidos nacionalistas y de izquierda, para convertirse en la principal fuerza de la resistencia a la ocupación militar. Fue entonces cuando varios militantes islámicos de Amal y otros grupos chiítas, organizaciones benéficas, mezquitas y asociaciones de vecinos se reunieron en la escuela religiosa islámica Al Muntazar en Baalbek para crear una fuerza islámica dedicada únicamente a la resistencia a la ocupación israelí. Lo llamaron “Hezbollah”, en referencia al versículo 56 de la sura 5 del Corán, que dice que “los fieles a Dios saldrán victoriosos”.

El colectivo fundador tenía dos cosas en común: la prioridad de la resistencia a Israel, dejando de lado todas las demás diferencias políticas, y su acuerdo sobre la identidad de su referente religioso. La referencia religiosa es una tradición chiita centenaria en la que cada comunidad nombra a un erudito religioso que cumple determinadas condiciones y acepta su juicio religioso sobre cuestiones importantes sobre las que la comunidad no puede ponerse de acuerdo. Los miembros fundadores de Hezbollah reunidos en Baalbek acordaron aceptar, como referente religioso, al clérigo y dirigente político iraní, el ayatollah Jomeini.

La polémica relación de Hezbollah con Irán

La relación de Hezbollah con Irán ha sido siempre objeto de controversia. A la ofrganización la han acusado de ser el representante de Irán en Líbano y otras regiones de Oriente Medio. Sin embargo, la relación entre Hezbollah e Irán es anterior a la Revolución islámica de 1979 y más compleja de lo que a menudo se dice. Fueron los eruditos, discípulos y predicadores religiosos libaneses del Monte Amel, ahora conocido como el sur de Líbano, quienes introdujeron el chiísmo en Irán en el siglo XVII. Los vínculos entre chiítas de los dos países continuaron, con intercambios de dirigentes religiosos, eruditos y estudiantes.

Pero en 1982 esta relación adquirió una nueva dimensión. Mientras las tropas israelíes asediaban Beirut, Irán envió miembros de su Guardia Revolucionaria a Siria y ofreció ayuda al gobierno sirio para combatir la invasión israelí. Luego, esa fuerza iraní revisó su misión, cuando quedó claro que Israel no tenía intención de invadir Siria, y comenzó a ofrecer entrenamiento a todos los libaneses que desearan resistir la ocupación. La naciente organización, Hezbollah, se convirtió en el principal reclutador de voluntarios y de combatientes recién entrenados y, por lo tanto, pudo aumentar sus unidades en un corto período de tiempo. La relación entre el grupo libanés y la Guardia Revolucionaria iraní creció y continúa hasta el día de hoy.

En las entrevistas Hasan Nasrallah solía decir que había que diferencia la relación de la organización con el Estado iraní y con su dirigente religioso. Irán es un país “amigo y aliado” y sus dirigentes, Jomeini y Jamenei, son su “referente religioso” en aquellas cuestiones que requieren una decisión de la autoridad religiosa. Muchos creen que la distinción es vaga porque en Irán el dirigente supremo es también el jefe de Estado y porque, a nivel ideológico, también es la “referencia religiosa” del Estado iraní.

Sin embargo, otros partidos libaneses mantienen relaciones menos armoniosas, más dependientes y más explícitas con países extranjeros. Un ejemplo es la relación entre Arabia saudí y Future, el partido del asesinado primer ministro Rafiq Hariri, competidor por la representación de la comunidad sunita. Otro ejemplo es el de las Falanges Libanesas, un partido reaccionario antipalestino que monopolizó los votos de los cristianos maronitas durante la guerra civil, y sus relaciones con Estados Unidos, Francia e incluso Israel durante la invasión de 1982.

En fin, lo que se dice de Hezbollah se podría decir de las demás organizaciones políticas libanesas.

42 años de historia en la política libanesa

En sus cuarenta y dos años de existencia, Hezbollah se ha convertido en una fuerza política importante en Líbano. Siguió siendo un simple movimiento de resistencia hasta 1995, cuando se presentó por primera vez a las elecciones parlamentarias. En ese momento, la Guerra Civil Libanesa acababa de terminar y la nueva generación de jóvenes libaneses buscaba una nueva razón para creer y unirse, y la lucha por el sur ocupado cumplió con sus expectativas, aumentando así la popularidad de Hezbollah. El grupo también comenzó a implementar programas sociales para ayudar a las familias de los combatientes caídos, como centros de atención médica y escuelas, destinados a ayudar a los libaneses más desfavorecidos.

La popularidad siguió creciendo después de la retirada de Israel de Líbano en 2000, que marcó la primera liberación incondicional del territorio árabe ocupado. Hezbollah siguió disfrutando del éxito en las elecciones, consiguiendo una presencia cada vez mayor en el parlamento libanés y en muchos municipios, particularmente en las regiones chiítas del sur y el valle de la Bekaa, y forjando alianzas con otros partidos libaneses.

En 2008 Hezbollah firmó un acuerdo de alianza con la nueva fuerza cristiana emergente, el “Movimiento Patriótico Libre”, encabezado por el antiguo general del ejército Michael Aoun, quien paradójicamente construyó su imagen heroica en los años ochenta al oponerse a la presencia militar siria en Líbano. Una alianza chiíta-cristiana sin precedentes permitió a Hezbollah ejercer una enorme influencia en la política libanesa cuando Aoun asumió la presidencia de Líbano en 2016. Según la constitución libanesa, el presidente debe ser un cristiano maronita, y Hezbollah de repente tuvo acceso a un aliado poderoso en el palacio presidencial. Eso explica por qué acusa a Hezbollah de controlar el Estado libanés.

Sin embargo, Hezbollah nunca ha sido el único partido que ejerce tal influencia sobre la política libanesa, y la posición general del Estado libanés permanece sin cambios en varios puntos, a diferencia de la de Hezbollah. Por ejemplo, Líbano nunca aceptó las propuestas de Hezbollah de buscar ayuda de Irán para modernizar y fortalecer el ejército libanés, o de comprarle combustible a Irán para resolver la crisis energética del país en 2021.

Pero, sobre todo, aunque ha accedido a funciones públicas a través de elecciones, en el parlamento o en los municipios, a Hezbollah nunca se le ha confiado una posición administrativa clave en instituciones gubernamentales o en el sistema judicial. Según Hezbollah y sus aliados, eso se debe a las presiones externas ejercidas sobre Líbano, principalmente por parte de países occidentales, que consideran a Hezbollah como una “organización terrorista”.

El enemigo principal

La etiqueta “terrorista” ha colocado a Hezbollah en el punto de mira de los sucesivos gobiernos estadounidenses, que han apoyado sistemática e incondicionalmente todas las guerras israelíes destinadas a destruir a la organización, incluso a costa de destruir el resto de Líbano. En la operación en curso, Israel lo ha intentado todo apuntando al máximo dirigente, Nasrallah, y a otros elementos claves de la dirección.

Sin embargo, la capacidad del movimiento para absorber los golpes y continuar la lucha sin debilitarse demuestra que, contrariamente a la intoxicación occidental, Hezbollah no es una secta ideológica encabezada por un puñado de hombres carismáticos. De hecho, el propio Nasrallah ha subrayado en repetidas ocasiones que no tiene un único dirigente sino un “sistema de gobierno”, gestionado por instituciones, con un proceso constante de formación de nuevos cuadros, listos para asumir el poder en caso de vacante.

Pero el aspecto principal y más pasado por alto de Hezbollah es que es mucho más que una milicia armada que sirve a una causa. Hezbollah representa la tradición y la lucha de décadas de un componente clave de la sociedad libanesa. También es el representante más poderoso hoy en día de la dirección política de la resistencia contra Estados Unidos e Israel en Líbano, un camino mucho más antiguo y en gran medida diverso que el propio Hezbollah.

También es una fuerza social con una fuerte presencia en todos los ámbitos de la vida pública libanesa, ya sea política, educativa, caritativa, o cultural. En tiempos de guerra, encarna las convicciones de una gran parte de la sociedad libanesa, mucho más allá de las divisiones políticas o confesionales.

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