El tiempo juega en su contra. La inútil prolongación de la represión durante casi un año y medio sigue descubriendo las costuras de la pandemia y todos y cada uno de sus elementos constituyentes, empezando por el confinamiento y acabando por las variantes y las vacunas.
Tras el anuncio oficial de que las personas vacunadas pueden contraer y transmitir la llamada “variante delta”, Emerald Robinson, una periodista de Newsmax, preguntó el viernes a la vicesecretaria principal de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, si los CDC habían sido capaces de analizar dicha variante.
Como no sabe de lo que está hablando, Jean-Pierre le responde que los estadounidenses deben seguir las instrucciones de los CDC “porque lo dicen los expertos”.
Las personas que aún conservan la capacidad de pensar por sí mismas se hacen muchas preguntas, cada vez más, pero la respuesta es siepre la misma: “Haz lo que decimos porque lo decimos nosotros”.
Volvemos a la Edad Media y a los argumentos basados sólo en la autoridad. Si decimos que las mascarillas no son necesarias, no te la pongas, y si decimos lo contrario entonces puedes hacerlo. Cuando los “expertos” cambian de parecer, todos debemos cambiar.
Las “variantes” del virus están dando mucho juego para estirar el estado de guerra más allá de lo que tenían previsto porque las nuevas vacunas no han cumplido ninguna de las expectativas que tenían puestas en ellas. Más bien al contrario.
Tras fallar la segunda dosis, llega la tercera, y con el fracaso de las vacunas el discurso vuelve a cambiar por enésima vez: las vacunas fallan porque han aparecido nuevas “variantes”, que son siempre peores que las precedentes. Pero si desde 1964 no han sido capaces de secuenciar el genoma de los coronavirus, no hay variantes que valga.
Seguimos como al principio, o peor.
«La reflexión acerca de los retos a los que se enfrenta el Estado del Bienestar ha de ser devuelta a la ciudadanía, con el fin de que sea objeto de una discusión democrática (política), libre y sin prejuicios. No es posible seguir reflexionando sobre los problemas del Estado del Bienestar de manera aislada, como si fuesen cuestiones internas o nacionales, o descontextualizada, esto es, con la fría conciencia del experto que cree tener un conocimiento infalible y total sobre un pequeño islote de la realidad capaz de ser universalizado. Además, se trata de elegir. La reflexión social, si no quiere degenerar en erudición, debe orientar la praxis colectiva».
Contraportada del libro «Retos del Estado del Bienestar en España a finales de los noventa», de Emilio Alvarado Pérez (coordinador). Editorial Tecnos, 1998.