Ayer saltó la sorpresa: Hamas ha impuesto un toque de queda de 48 horas en la Franja de Gaza después de que detectaran los primeros “casos” de coronavirus transmitidos localmente.
Gaza es una gigantesca cárcel con dos millones de palestinos hacinados y aislados que no han conocido la pandemia, algo parecido a lo que ya explicamos en relación a los campos de refugiados de Grecia: para que brote una epidemia tiene que haber muchos y muy malos médicos preocupados por buscar donde no hay.
Da la impresión de que donde los servicios sanitarios son más precarios no ha habido pandemia, ni brotes, ni olas (salvo las del mar). En Gaza se han detectado 100 “casos” y un único muerto, que era una mujer que cruzó la frontera con Egipto. Padecía “trastornos de salud crónicos”, pero su muerte se la imputaron al coronavirus porque así tenía que ser.
En Gaza las cifras de la pandemia son irrelevantes desde el punto de vista epidemiológico, por más que las ONG lleven meses alertando de que allá se avecinaba una catástrofe por la falta de infraestructuras, médicos, equipos, medicamentos, etc. En la Franja solo hay 60 camas de cuidados intensivos. Pero no ha pasado nada. Se han vuelto a equivocar.
De haber existido, la catástrofe hubiera debido llevar a la tumba a una buena parte de la población, que también carece de los servicios más básicos, como higiene, electricidad y agua potable. Tampoco ha sido así.
La Franja de Gaza reúne las mejores condiciones para una pandemia de manual: es la tercera zona del mundo más densamente poblada, tras Hong Kong y Singapur. Este año 2020 ha sido el primero en que Gaza ha sido considerada por la ONU como un territorio inhabitable.
A ver si todos esos farsantes que tanto se preocupan por los muertos en la pandemia toman nota: en Gaza no ha muerto nadie a causa del coronavirus, pero hasta junio murieron 73 palestinos por el cierre de fronteras, que les impidió recibir tratamiento médico en Israel o Egipto. En otras palabras, los muertos en Gaza no son consecuencia de ninguna pandemia sino de las medidas políticas impuestas por sus vecinos Israel y Egipto, que los han dejado más abandonados de lo que ya lo estaban.
Han muerto y están muriendo muchos de gazatíes con enfermedades cardíacas o respiratorias, que necesitaban operaciones quirúrgicas o diálisis renal y a quienes el mundo les ha vuelto a cerrar las puertas por enésima vez desde 1948.
Pero no se lo pierdan: pronto veremos a algún cretino hablar del “exceso de mortalidad” causado en Gaza por la pandemia y las responsabilidades no serán políticas ni diplomáticas, sino de un virus.
Los grandes crímenes se tapan de esa manera y todos contribuyen a la mascarada, incluidos los que se dicen defensores de los derechos del pueblo palestino.
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