Gulag: otro descenso a un infierno lleno de… papeles

La historia del gulag la escribió -de una vez y para siempre- la maquinaria de propaganda del imperialismo durante la Guerra Fría y no hay nada más que decir. Es imposible convencer a nadie de lo contrario. Ni siquiera se puede matizar: Stalin (o el comunismo, que viene a ser lo mismo) mató a 100 millones de personas (mucho más que Hitler).

Tampoco debemos suponer que dicha maquinaria era algo sofisticado. Sería un error. Era lo más parecido a Radio Macuto y el relato siempre se construyó a base de lo que los historiadores llaman “fuentes indirectas”, opositores, anticomunistas, antiguos convictos… Es algo puramente emocional y sentimental. La mayor parte de ellos aprovechan el Informe Secreto de Jruschov, presentado en 1956, por aquello de que “no hay peor cuña que la de la propia madera”.

El gulag es como un organismo vivo. Lo interesante no es lo que haya de verdad o de mentira sino su propia biografía, cómo nace, crece, se desarrolla y -hay que esperar- que algún día muera, como cualquier otra fábula literaria. ¿O se convertirá en un zombi inmortal, en nuestra peor pesadilla?

Cualquier lector atento de este tipo de leyendas se apercibe inmediatamente de su carácter fantástico, y lo mismo debería haber ocurrido con un profesional de la historia porque en una fecha tan temprana como 1948 Timasheff se apoyó en las listas electorales para demostrar que la población del gulag nunca pudo superar los dos millones de represaliados.

Hay que aclarar, además, que el acrónimo “gulag” se refería a todo el sistema penitenciario, tanto a los presos contrarrevolucionarios como a los de derecho común, tanto a los campos de trabajo como a las zonas a las que se desterraban a los convictos, donde no permanecían encerrados.

A pesar de los pesares, en los años cincuenta las estimaciones de Dallin y Nicolayevski, que luego retoman tanto Conquest como Courtois, es que en 1940 había diez millones de convictos en los campos de trabajo, una cifra imposible a la que, sin embargo, el Informe de Jruschov respaldó.

En 1965 Conquest se convierte en la referencia bibliográfica de aquella fábula, extrapolando las fuentes indirectas e interesadas e ignorando los documentos originales. Según Conquest, a comienzos de 1939 había un mínimo ocho millones de reclusos en la URSS, la policía detuvo a siete millones entre enero de 1937 y diciembre de 1938, un periodo en el que ejecutaron a un millón de presos y en el que se produjeron otros tres millones más de muertos.

El apogeo de los millones llegó en los setenta con el represaliado anticomunista más famoso de todos, Alexander Soljenitsin, el Premio Nóbel de Literatura (no de historia), que se paseó por todas las televisiones del mundo, incluida la franquista, para inflar las cifras hasta los 12 millones de presos en 1941.

Cuando se abrieron los archivos y se demostró que todo era falso, no importó. En 1990 Conquest se mantuvo en sus trece y la Wikipedia también. ¿A quién le importa la realidad cuando tenemos una ficción mucho más adecuada?

El historiador Stephen G. Wheatcroft comenta que en los momentos de mayor represión, la tasa de reclusión en la URSS fue del orden del 0,5 por ciento de la población, muy inferior al 2,8 por ciento de la de Estados Unidos, donde siete millones de presos trabajan a la fuerza en cárceles privadas.

Estados Unidos ni siquiera se puede excusar, como la URSS, con las invasiones que llevaron a cabo los imperialistas y los nazis sobre su suelo.

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