Desde la Guerra de Corea (1950), el imperialismo estadounidense estableció bases sólidas entre Washington y Seúl para aislar a China y Corea del norte. La intervención militar de Estados Unidos se consagró en un tratado de “defensa mutua” para asegurarse su presencia permanente en la península coreana. Actualmente hay casi 30.000 tropas estadounidenses estacionadas al sur de la península.
A lo largo de las décadas los lazos se reforzaron para que Corea del sur pudiera levantar una muralla frente a China y Corea del norte. El auge económico de Seúl fue una creación de Estados Unidos, lo mismo que el de Japón y Taiwán, pero Seúl nunca dejó de ser un perrito faldero.
El apoyo del imperialismo fue constante en los ámbitos de la seguridad y la tecnología, con intercambios regulares que fomentaron la coordinación estratégica entre los dos ejércitos. Las maniobras conjuntas organizadas por Washington y Seúl siempre han jugado un papel central en la mejora de la interoperabilidad de sus tropas.
Esos ejercicios, que se llevan a cabo anualmente o a intervalos regulares, permiten probar y afinar las capacidades de reacción y coordinación en caso de crisis. Operaciones como Ulchi-Freedom Guardian o Key Resolve ilustran la sumisión estratégica del gobierno de Seúl hacia el Pentágono.
Sin embargo, el 15 de marzo el Ministerio de Energía de Estados Unidos ha cambiado el estatus de Corea del sur en relación con la transferencia de tecnología, porque ha pasado a ser calificado como un “socio sensible” (“sensitive country”).
La clasificación es obra de la unidad de contrainteligencia e incluye a países que el Ministerio de Energía considera que podrían representar un riesgo para la seguridad nacional, la no proliferación nuclear o el terrorismo, aunque la pertenencia no implica necesariamente una relación adversa con Estados Unidos. Otros países en la lista incluyen a China, Rusia, Irán, Corea del norte e Israel.
Los golpistas querían armas nucleares
El intento de Golpe de Estado del presidente Yoon Suk Yeol en diciembre ha generado incertidumbre sobre la estabilidad del régimen surcoreano ha generado una profunda crisis política. En Washington dudan sobre la confiabilidad de Seúl como socio en temas sensibles, especialmente en áreas tecnológicas y nucleares.
Aunque Corea del sur es un aliado clave de Estados Unidos en la región y no posee armas nucleares, hay habido un creciente debate interno sobre la posibilidad de desarrollarlas, como amenaza a los vecinos del norte.
Los golpistas (el presidente Yoon Suk Yeol y el anterior ministro de Defensa Kim Yong Hyun) mencionaron la necesidad de recurrir al armamento nuclear porque no consideraban suficientes la garantías de Estados Unidos. Las intenciones de los golpistas han llevado a Washington a ver al régimen de Corea del sur como un riesgo potencial de proliferación, temiendo que pudiera buscar enriquecer uranio o reprocesar combustible nuclear.
Estados Unidos deja de la mano a Corea del sur porque la criatura ya camina por su propio pie. Los sicarios se ha convertido en competidores. Seúl es un actor importante en la exportación de tecnología nuclear civil, como lo demuestra su contrato de 20.000 millones de dólares con Emiratos Árabes Unidos en 2009 y su selección como proveedor preferido por la República Checa en 2024, superando a la estadounidense Westinghouse.
En Washington están preocupados por la creciente independencia de Corea del sur en este sector y su disposición a negociar con países como Arabia saudí, que busca enriquecer uranio, algo que choca con las políticas de no proliferación de Washington.
El Ministerio de Energía ha tratado de suavizar el cambio de estatuto de su “socio”, con el que seguirá colaborando en energía, ciencia y contraterrorismo. La etiqueta no prohíbe la cooperación científica o tecnológica con Corea del sur, sino que impone revisiones internas más estrictas para visitas o proyectos conjuntos sensibles. Sin embargo, en Seúl temen que pueda limitar la colaboración en áreas como reactores modulares pequeños, inteligencia artificial y computación cuántica, afectando la relación bilateral.
La nueva etiqueta afecta a varios programas que dependen de elementos de origen estadounidense y plantea interrogantes sobre la continuidad de la colaboración tecnológica y de seguridad. Los acuerdos actuales, indispensables para la modernización y preparación militar de Seúl, podrían ser reevaluados. Los dirigentes surcoreanos van a tener que considerar nuevos parámetros para preservar la efectividad de su cooperación con Washington, al tiempo que aseguran la sostenibilidad de su defensa.