Durante la presidencia de Obama, el gobierno de Estados Unidos inyectó en secreto miles de millones en una operación encubierta para derrocar al gobierno de Bashar Al Assad. El programa “Timber Sycamore” de la CIA, una de las operaciones más caras de la central, en su apogeo canalizó 100.000 dólares por militante sirio entrenado, muchos de los cuales acabarían luchando bajo la bandera de la CIA en facciones vinculadas a Al Qaeda.
El alcance del papel de Washington quedó revelado por documentos filtrados, que revelaron una sorprendente admisión del entonces subjefe de gabinete Jake Sullivan a Hillary Clinton en 2012: Al-Qaeda “está de nuestro lado en Siria”. El coordinador para Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional, Brett McGurk, llamó más tarde a Idlib “el mayor refugio seguro de Al Qaeda desde el 11 de septiembre de 2001”.
En una audiencia de 2020 del Subcomité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, Dana Stroul, a quien el gobierno de Biden convertiría en subsecretaria de Defensa para Oriente Medio, argumentó que “Rusia e Irán no tienen los recursos necesarios para estabilizar o reconstruir Siria”. Destacó que la ya tambaleante economía siria “continúa decayendo”, una situación empeorada por la crisis económica en Líbano y el régimen de sanciones impuesto por Estados Unidos.
Stroul continuó sugiriendo que “aquí tenemos una oportunidad”, abogando por un enfoque proactivo. Propuso que Estados Unidos comenzara a planificar cómo “aprovechar el próximo aumento de la violencia para reiniciar un proceso político”. Stroul continuó enfatizando que esta estrategia debería incluir un acercamiento de Estados Unidos a Turquía, manteniendo al mismo tiempo una postura firme en cuestiones políticas, sanciones y la retención de la ayuda a la reconstrucción.
El objetivo no ha cambiado: expulsar a Irán del territorio sirio y obligar a Damasco a renunciar a su alianza con Hezbollah. Esta pretensión es más que una estrategia, es una visión que apunta a remodelar el equilibrio de poder en la región a favor de los intereses israelíes y estadounidenses.
Tras la captura de Alepo por parte de HTS (Hayat Tahrir Al Sham), Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos aprovecharon la oportunidad para promover su visión de un nuevo Oriente Medio con precisión calculada, haciendo una oferta que toca el corazón de la lucha de Siria: el alivio de las sanciones a cambio de cortar los lazos con Irán, un viejo aliado.
A principios de este año, la coalición de cabilderos a favor del cambio de régimen, llamada Coalición Estadounidense para Siria, se reunió con funcionarios estadounidenses en Washington en su día anual de promoción, durante la cual abogaron por la financiación de grupos vinculados a Al Qaeda. El jefe de gabinete del senador republicano por Florida, Rick Scott, aseguró a los partidarios de la oposición siria que “los israelíes quieren que ustedes estén al mando”.
Los análistas proisraelíes, como el Instituto de Washington para la Política del Cercano Oriente, describen una Liga Árabe que ha cambiado su postura para apoyar a Damasco. Sin embargo, este apoyo viene con un objetivo calculado: promover un proyecto antiiraní que se alinee con los objetivos de Estados Unidos e Israel (1).
El objetivo principal es claro: una solución negociada en Siria que obligue al presidente Bashar al-Assad a romper relaciones con Irán y poner fin a las entregas de armas a Hezbollah.
En los últimos años, con la guerra en Siria estancada, los responsables de la política exterior occidental han tratado de cambiar por enésima vez el nombre de HTS. El renacimiento del dirigente de la organización, Abu Mohammad Al Jolani, fue el elemento central de la operación. Conocido por su uniforme militar, Al Jolani reapareció en la televisión estadounidense bajo una luz radicalmente diferente, vistiendo un traje y presentándose como un dirigente educado y formal (2).
En su análisis de HTS, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos con sede en Washington, señaló lo siguiente: “Los mensajes de HTS han dejado en claro sus medidas de ‘sirianización’, sus campañas antiterroristas contra grupos islamistas transnacionales y sus esfuerzos por establecer una estructura de gobierno en el norte de Idlib. Este mensaje persistente y la falta de operaciones militares fuera de las áreas controladas por HTS indican que el grupo continuará posicionándose como una fuerza dirigente relativamente moderada en Siria con el objetivo de recibir ayuda, recursos y posiblemente reconocimiento internacional”.
James Jeffrey, antiguo embajador de Estados Unidos y representante especial en tiempos del anterior gobierno de Trump, describió a HTS como “un activo” para la estrategia de Estados Unidos en Idlib (3).
La nueva cara de HTS ha surgido a pesar de los informes condenatorios sobre torturas y violaciones de los derechos humanos, y el grupo incluso ha atacado a periodistas en Idlib que simpatizan con su causa. Un informe de la ONU de 2020 nubló aún más el panorama, señalando que todas las facciones importantes en Siria, incluido HTS, han recurrido a niños soldados para engrosar sus filas.
Si bien Estados Unidos se distancia públicamente de cualquier participación directa en la última escalada en Siria, la realidad es más compleja. Al apoyar abiertamente a grupos oficialmente designados como organizaciones terroristas, se exponen a graves inconvenientes que Washington prefiere evitar.
(1) https://www.csis.org/analysis/syrian-rebels-surprise-offensive-highlights-assad-regimes-weakness
(2) https://www.facebook.com/PBSAmerica/videos/the-jihadist/840556423322986/
(3) https://www.pbs.org/wgbh/frontline/article/abu-mohammad-al-jolani-interview-hayat-tahrir-al-sham-syria-al-qaeda/