Hace años que Israel intenta arrastrar a Estados Unidos a una guerra más amplia en Medio Oriente, particularmente con Irán. Tras el inicio de la Guerra de Gaza, los intentos han arreciado con una ola de atentados terroristas.
En Beirut se ha producido un atentado mortal contra Saleh Al Aruri, dirigente de Hamas, junto con otras dos personas más. En Bagdad se ha producido otro contra Abu Taqwa, dirigente de la milicia irakí Hashd Al Shaabi. Además, más de 70 personas han muerto por la explosión de una bomba en el mausoleo de Suleimani, dentro de territorio iraní.
Por lo tanto, el teatro de guerra no es sólo Gaza, sino también en Yemen, Líbano, Siria e Irán.
Abiertamente Israel intentó sabotear el acuerdo nuclear firmado en 2015 por Obama con Irán y luego celebró la decisión de Trump de ponerle fin tres años después.
Israel libra una dilatada campaña de sabotaje contra Irán, que incluye tanto asesinatos como guerra cibernética. En 2020 fueron asesinados Soleimani y el científico Mohsen Fakhrizadeh. El 24 de diciembre pasado lanzó un ataque aéreo contra el territorio iraní.
Aquel mismo día un ataque aéreo asesinó al principal comandante iraní en Siria, Razi Mousavi.
La semana pasada un ciberataque provocó el cierre de dos tercios de las gasolineras iraníes, un nuevo intento de sabotaje en el que Israel ha dejado su huella.
El antiguo Primer Ministro Naftali Bennett acaba de publicar un artículo de opinión en el Wall Street Journal titulado: “Los Estados Unidos e Israel deben atacar a Irán directamente” en el que reivindica dos ataques israelíes dentro de Irán durante su mandato como primer ministro (2021-2022): la destrucción de una base de drones y el asesinato de un comandante militar iraní.
Ningún país del mundo soporta con la paciencia de que hace gala Irán, un cúmulo de atentados y agresiones que no tiene precedentes.