Tal vez existan algunos elementos que prueban eso. Las huelgas salvajes parecen tener similitudes con los “sindicatos champiñón”, “formados al inicio o en el desarrollo de una huelga, y se disuelven rápidamente (poco importe que la huelga acabe con un triunfo, una derrota o un compromiso”. Se han dado muchos ejemplos a través de la historia: Argentina a finales del siglo XIX, los trabajadores de la yuta en Calcuta en los años 20, Nigeria en los años 50, Gran Bretaña en la primera mitad del siglo XIX o los trabajadores judíos en Estados Unidos a principios del siglo XX. En todos estos ejemplos, las organizaciones sindicalistas aparecieron siempre que había un conflicto, una huelga o una explosión de protesta laboral, pero se desintegraban (algo esperado) una vez que la cuestión quedaba solucionada. Los “sindicatos champiñón” han sido unos de los precursores de lo que fue un movimiento obrero bastante sólido en Occidente en las décadas siguientes.
Como ha sido demostrado de manera convincente, el movimiento obrero histórico que alcanzó su cénit revolucionario en Occidente entre las dos guerras mundiales, antes de llegar a diversos acuerdos institucionales de compromisos sociales, es el producto de un contexto histórico y geográfico específico, que permitió un crecimiento estable capaz de financiar tales acuerdos (el Estado providencia, etc.). Las oportunidades presentes en aquella época y en este espacio ya no existen y no pueden ser recuperadas o recreadas. La estructura de acumulación del capital ha cambiado. La acumulación de capital a largo plazo y estable ha sostenido estos movimientos y finalmente sus instituciones comunes. Pero esto ya no es factible para los países industrializados más recientes, como China y Vietnam, en donde los cambios en la composición industrial y la caída de las tasas de beneficio hacen que los salarios sean “ilegítimos” o insostenibles, en el sentido de que no pueden colaborar a la creación, aunque sea por algunas décadas, de un sector de obreros industriales de altos ingresos. Además, dicho resultado en Occidente ha limitado sin duda la acción sindical, creando consenso en torno al límite de lo que podría ser exigido y legitimando las reivindicaciones salariales y la relación asalariada. No hay ningún motivo para que el modelo de sindicalismo socialdemócrata de posguerra, hoy en ruinas, pueda ser relanzado.
Otros piensan que hoy no es un modelo posible ni deseable, considerando positivas las huelgas salvajes por otros motivos. Soe Lin Aung, por ejemplo, considera las huelgas salvajes en el este de Asia y en el Sudeste, en particular en Myanmar, incluyendo China y Vietnam, y las coloca en una “época de disturbios”. Hay algo que es mejor, dice el autor. Esto no se parece al antiguo sindicalismo occidental, obrerista y tripartito, e incluso puede ser algo muy opuesto, contra las ONG y las centrales sindicales que sueñan con copiar dicho modelo, pero algo sucede. Eli Friedman, en un reciente artículo crítico sobre sindicalistas en China que intentan seguir los modelos del sindicato occidental, celebra el hecho de que las iniciativas colectivas de negociación en China están muertas, afirmando que la “situación es excelente”. Las iniciativas colectivas de negociación han terminado siempre aumentando el poder del Estado y del Capital a expensas de los trabajadores, de cualquier manera, por lo que no debemos llorar su muerte, considera. Por el contrario, es una oportunidad de luchar por alternativas más radicales, como la Renta Básica Universal.
Razones para el pesimismo
¿Pero es esto realmente el inicio de algo nuevo? Las alternativas radicales que Friedman imagina no están, como él admite, en el orden del día en China. La situación no es excelente. En Vietnam, una mirada mas atenta sobre las huelgas salvajes revela que pueden bloquearse no importa donde.
Estas huelgas se han convertido en una práctica reconocida y aceptada de facto en Vietnam. A mediados de los 90, el Estado y sus órganos se mostraban nerviosos respecto a las huelgas, pero el gobierno se ha relajado al respecto poco a poco. Ahora se consideran como una parte normal de las relaciones laborales, en tanto que no tienen repercusiones más allá de los centros laborales. Por consiguiente, pocas huelgas sobrepasan los problemas ligados al pan y a la mantequilla. Al igual que en China, son de “naturaleza explícitamente reivindicativa”, planteando “exigencias locales muy específicas a los poderes existentes”. Y a pesar de ser “notablemente eficaces” en la consecución de reivindicaciones inmediatas, “también son acciones cortas que llevan a resoluciones rápidas. El resultado es que los problemas se repiten, y que los trabajadores tienen que responder una y otra vez para luchas por exigencias fundamentales”. Se trata de negociaciones colectivas mediante conflicto, pero sin impacto duradero.
Las únicas excepciones son algunas huelgas contra la política gubernamental. Por lo general suponen un acontecimiento, y están muy cubiertas por los medios nacionales e internacionales. En la historia reciente, la ola de huelgas por el salario mínimo de 2005-2006 es citada habitualmente como su punto álgido. Estas huelgas empezaron en diciembre de 2005 para protestar contra el salario mínimo en las fábricas extranjeras, congelado desde hacía siete años a pesar de la inflación. Tras las huelgas el salario mínimo aumentó un 40%, y se instrumentó un acuerdo para aumentos anuales del salario mínimo. Los papeles jugados por los dos diarios de trabajadores han sido también subrayados en la mayoría de los análisis de esta ola de huelgas. Estos dos periódicos, “Trabajo” y “Trabajar” son parte del sindicato del Estado, el VGCL, pero estuvieron del lado de los trabajadores durante la huelga. Actuaron como un canal de expresión clave para las reivindicaciones, y como medio para los trabajadores de seguir las discusiones del gobierno a medida que iban evolucionando.
Esta ola de huelgas ha llegado en un momento muy concreto, sin embargo: cuando Vietnam se preparaba para la entrada en la OMC. Por ello, periodistas y otros han gozado de más libertad para señalar estas cuestiones, como medio de poder probar a la comunidad internacional que Vietnam estaba preparado para poder unirse a la organización. Después de que en 2007 entrara en la OMC, estas libertades fueron recortadas y desde 2008 la prensa laboral ha tenido menos libertad para presionar por cuenta de los trabajadores. Además, el acuerdo de aumento anual del salario mínimo, puesto en marcha como consecuencia de las huelgas, implica que el ministerio de Trabajo, el VGCL y la Cámara de Comercio e Industria de Vietnam negocian entre ellos el importe de ese aumento anual. Era ciertamente una victoria, pero que lejos de crear una conciencia militante, daba al estado la legitimidad en el arbitrio de las relaciones laborales.
En 2015 más de 90.000 trabajadores de Ciudad Ho Chi Minh se opusieron a una modificación de la ley sobre la seguridad social. Con anterioridad, los trabajadores estaban autorizados a retirar sus pensiones (a las que habían contribuido en sus años de trabajo) a modo de pago único cuando dejaban de trabajar, generalmente hacia finales de los años 30, como se ha mencionado arriba, cuando muchos trabajadores volvieron a las zonas rurales. Muchos dependían de este pago, empleándolo como capital para crear microempresas en su ciudad natal, para pagar la educación o la formación, o en caso de crisis como enfermedades en la familia. La nueva ley habría obligado a los trabajadores a esperar la edad oficial de la jubilación, 55 años para las mujeres, 60 para los hombres, antes de poder disponer de sus pensiones. De forma comprensible, esto era inaceptable para los trabajadores que abandonaban su actividad laboral antes de la edad oficial, por lo que se opusieron a la ley.
La huelga alcanzó el éxito y la ley fue modificada para permitir a los trabajadores escoger entre su pensión al dejar de trabajar o esperar la edad de la jubilación. El hecho de que los trabajadores hayan forzado un cambio de política nacional mediante huelgas puede ser algo a celebrar. Sin embargo, esta huelga no pedía nada nuevo. Ello depende aún de la legitimidad de las relaciones laborales reglamentadas por el Estado, y no ofrece ninguna visión política más allá de la esperanza de que el Estado pueda escuchar a los trabajadores y actuar en su nombre. Por otra parte, la huelga no ha sido más que una pequeña victoria, dejando problemas de fondo sin resolver en el sistema de seguridad social y en la ley, como explica Angie Ngoc Tran. En primer término, las empresas rechazan a menudo pagar su parte exigida, sin consecuencias para ellas, mientras que otras abandonan el país llevándose su contribución a la seguridad social y dejando sin nada a los trabajadores. En segundo lugar, la caja de seguridad social tiene un importante déficit, y podría quedar bloqueada en el curso de los próximos años. En tercer lugar, el pago único a los trabajadores no es más que una ventaja a corto plazo. Los trabajadores lo saben, pero tienen poco margen de maniobra.
Hay pocos signos de que estas huelgas puedan superar alguna vez la situación actual. Todos los años se da una huelga que causa la animación de los observadores, pero todo queda reducido a unos centenares de huelgas anuales. Hay pocos elementos para pensar la creencia romántica según la cual la participación en huelgas y otros litigios pueda generar naturalmente una “explosión de conciencia” de consecuencias duraderas. Ello no representa necesariamente un refuerzo del poder obrero. Mientras que el activismo obrero crea una presión sobre el Capital y el Estado para cambiar las cosas, ello no se corresponde con la autonomía de los trabajadores por lo que respecta a la “seguridad en el empleo, el derecho a la libre asociación, el control del proceso productivo y el poder de negociación institucional con los empleadores”.
Las huelgas salvajes en Vietnam no deben ilusionar más allá de cierta medida, al menos todavía. Pretender que sean representativas de algo por llegar, algo a la vuelta de la esquina, recuerda al falso optimismo de los estudios mundiales sobre el trabajo, un intento constante de descubrir y celebrar un contra-movimiento global o una mundialización contra-hegemónica, proyectando las esperanzas de los sabios sobre la clase obrera y haciendo falsas afirmaciones sobre su conciencia de clase.
Aunque sea erróneo suponer que la ausencia de condiciones para un movimiento obrero anula todo intento de derrocamiento del actual sistema, es igualmente erróneo suponer que la presencia de huelgas localizadas, rotativas, como se hacen desde dos décadas, represente un desafío para el sistema, al menos en un porvenir próximo. Bien podemos tener voluntad o necesidad de creer en los proletarios vietnamitas, más cercanos al núcleo de la producción mundial que los de muchos otros países, pero debemos ser sinceros en cuanto a la situación actual. No nos engañemos pensando que el conflicto laboral vietnamita es el punto de partida sobre el que hay que estar atentos, o que los trabajadores de la industria en Vietnam son el sujeto revolucionario esencial del presente o del cercano futuro. Las tendencias recientes es que los empleos fabriles vietnamitas se hacen más informales, temporales y dispersos, no haciendo más que disminuir la probabilidad de que algo que recuerde al movimiento obrero histórico aparezca aquí.
http://chuangcn.org/2017/05/dinh-cong-tu-phat-wildcat-strikes-in-post-socialist-vietnam/