En febrero se celebraron elecciones y con el maná que esperan en el futuro del oro negro a los candidatos los programas electorales se les llenaron de promesas de hospitales, carreteras y toda clase de servicios en provecho de una de las poblaciones africanas más empobrecidas.
En Uganda aún no se ha excavado ni un centímetro de suelo, pero el país ya crece al 5 por ciento anual sólo con el olor de los 6.500 millones de barriles que hay debajo y que serán explotados por tres multinacionales: la francesa Total, la china CNOC y la británica Tullow.
El trasfondo de la vorágine son los continuos litigios de la población con las empresas de prospección y con los especuladores recién llegados, así como el desplazamiento de muchos habitantes que no han podido demostrar la titularidad de unas tierras que nunca necesitaron registrar o incluso que carecen de dinero para defenderse en un juzgado.
En Buliisa han amenazado a cientos de familias con expulsarles de sus tierras. Unos especuladores recién llegados aseguran que tienen escrituras que les acreditan como propietarios.
El Continente Negro padece una segunda ola de colonialismo, incluso en lugares en los que no hay petróleo, ya que las tierras más fértiles están siendo acaparadas por multinacionales procedentes de fuera. Según Oxfam, desde 2001 en los países que llaman “en vías de desarrollo” se han vendido o alquilado 227 millones de hectáreas de tierras fértiles, la mitad de ellas en África. La extensión es equivalente al tamaño de toda Europa occidental.
En la propia Uganda, los desplazamientos poblacionales no son sólo consecuencia del petróleo. Desde 2004 más de 22.000 personas han tenido que abandonar sus tierras, según Oxfam, adquiridas por empresas extranjeras de explotación forestal.