En Euskadi el movimiento independentista necesita una aclaración

La situación en Euskadi pivota sobre tres ejes fundamentales, sin los cuales es imposible entender los acontecimientos más recientes. El primero es la persistencia del fascismo, de España como Estado fascista y a eso, y no a otra cosa, es a lo que se enfrenta el movimiento de liberación en Euskadi. El segundo es la degeneración revisionista del PCE, que en Euskadi tuvo su prólogo en los tiempos de la guerra civil con Astigarrabía, es decir, ya antes de 1956, y cuyas consecuencias fundamentales fueron la confusión y el seguidismo respecto del movimiento nacionalista. El tercero es el cambio social ocurrido a partir de los años sesenta, que incorporó al proletariado urbano sectores campesinos rurales, que aportaron sus propias concepciones ideológicas, las cuales acabaron por imponerse porque el revisionismo les abonó el terreno.

Se puede decir, pues, que el movimiento nacional en Euskadi es ambiguo por partida doble y se alimenta a sí mismo con la riada de chovinismo y centralismo que llueve cada día. Por su propia naturaleza de clase todo movimiento nacionalista es ambiguo hasta cierto punto, por lo que el vasco no se diferencia de otros, sino que es una ambigüedad mucho más acusada, cuantitativa y cualitativamente. Dado que la confusión viene de lejos, la mezcolanza está profundamente arraigada, y dado que el movimiento se ha enfrentado de una manera consecuente al Estado, ha tenido una repercusión mucho mayor que otros.

Aunque un movimiento nacional es siempre socialmente amplio, quien lo define es su fuerza dirigente, que es quien impone las formas de organización, las líneas, los programas, e incluso una terminología propia y característica. No obstante su composición social, la masa que lo conforma, en el movimiento abertzale esa fuerza dirigente ha sido la pequeña burguesía, a la que el revisionismo le ha permitido arrastrar tras de sí a una parte importante del proletariado. A eso es a lo que llaman “pueblo trabajador vasco”.

Si hay un lugar en el que la claridad es más necesaria que en otros, ese es Euskadi, y no caben eufemismos; todos los intentos por escurrir el bulto son contraproducentes. No será necesario decir que tal clarificación sólo puede redundar en un reforzamiento y un avance del propio movimiento de liberación nacional. Si hay alguien a quien hay que hablarle claro es a aquel con el que hay confianza, al amigo, al aliado, mientras que con el enemigo no se discute nada. Tampoco creo necesario recordar que con los amigos no valen medias tintas. Yo no puedo ser amigo de nadie que no me hable claro, que piense una cosa y me diga otra, que no sea franco conmigo. Finalmente, tampoco creo necesario puntualizar que no se puede confundir la amistad con el amiguismo. El aliado, el amigo no es el amiguete, ni el colega, es decir, ese tipo de relaciones, más personales que políticas, que tanto abundan en determinados círculos.

Aparentemente ha sido la liquidación de lo que durante estos años ha sido la izquierda abertzale lo que ha creado la confusión, pero no es así. El movimiento de liberación nacional ya ha empezado a liberarse, por fin. Esa liquidación, lo mismo que la liquidación de la URSS en 1991, es lo que va a favorecer una aclaración que era necesaria desde hace mucho tiempo. La izquierda abertzale necesita imperiosamente un ajuste de cuentas consigo misma y veremos la manera en que lo aborda porque si se escuda en el “tono” o en las “formas” de la crítica, o si se las toma como una agresión, sigue por el mal camino, lo mismo que siempre.

En lo que el proletariado respecta, una amplia experiencia histórica demuestra, una y otra vez, que no puede abandonar la dirección ni de la lucha antifascista ni del movimiento de liberación nacional, y para dirigir necesita un partido comunista, que no se parece, ni de lejos, a ninguna otra forma de organización de ninguna otra clase social, que tiene un programa propio, su línea política, su propia ideología y sus propios principios. Ese es el punto de partida, de manera que si en Euskadi no hay un partido comunista, lo primero que hay que hacer es crearlo, y si ya existe hay que unirse a él. No se puede empezar nada por ningún otro sitio, y menos por el final. El partido comunista es el eje de coordenadas; todo lo demás empieza a contar a partir de ahí.

Pero la experiencia del “frente norte” en la guerra civil demuestra que ni siquiera eso es suficiente. A pesar de la demagogia que durante décadas ha alimentado el PNV, en dicho “frente norte” no hubo realmente guerra porque bajo Astigarrabía el PCE entregó la dirección a la burguesía, una tarea que ésta no puede llevar a cabo. En la medida en que la liberación nacional de Euskadi hoy es más de lo mismo, hay que acabar con el seguidismo de los comunistas en Euskadi respecto a la burguesía y al movimiento nacional, o lo que es lo mismo, poner ese movimiento en manos del proletariado y su partido comunista.

Pero no es eso lo que han llevado a cabo en Euskadi la mayor parte de los grupos que se llaman comunistas que, como en los tiempos de Astigarrabía, siguen siendo un apéndice de la burguesía, que se mueven cómodamente dentro de la confusión, de los “frentes” y las “alianzas”, como pez en el charco. Nunca han pretendido ser otra cosa que una parte residual de ese movimiento nacional y en la medida en que dicho movimiento está en trance de liquidación, forman parte integrante de su naufragio.

Las tendencias liquidacionistas siempre han estado presentes dentro del movimiento abertzale, cuya historia es un continuo tejer y destejer de escisiones, corrientes y siglas cuyo hilo conductor es casi imposible seguir a lo largo del tiempo, hasta que, finalmente, se metió en el embudo de sus propias ambigüedades, de las que incluso tanta ostentación ha hecho gala. No se trata de que no haya identificado quiénes son sus enemigos, sino que nunca ha sabido quiénes eran sus amigos, lo cual conduce siempre a tener a los enemigos por amigos y a ver enemigos (“españolistas”) donde no los hay.

Lo nuevo no es que ahora haya liquidadores sino que se han impuesto precisamente en un momento en el que, dada la crisis económica, las condiciones son más favorables que nunca para el movimiento independentista. El momento que han elegido para proclamar su rendición a los cuatro vientos no es ninguna casualidad, coincide con la crisis capitalista de 2007, que ha puesto las cosas en el sitio justo en el que la izquierda abertzale nunca las quiso tener. Ahora el protagonismo corresponde a la clase obrera y eso es justamente lo que la liquidación trata de impedir, vincular las reivindicaciones nacionales a la revolución socialista, que es el núcleo de la olvidada (y nunca aclarada) consigna de “independentzia eta sozialismoa”.

La crisis económica, pues, vuelve a poner al partido comunista en el eje de coordenadas, cuya línea debe ser distinta, cuyo programa debe ser distinto y cuyas formas de organización también deben ser distintas de las del movimiento nacional.

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