El símbolo nacional de Palestina es la naranja

En otros tiempos el símbolo nacional de Palestina fue la naranja. El primer cítrico que apareció en la región, alrededor del siglo II a.n.e., fue la cidra, cultivada exclusivamente con fines rituales. Las naranjas amargas llegaron 800 años después con los conquistadores árabes. Sin embargo, fueron los comerciantes portugueses de los siglos XV y XVI quienes introdujeron las variedades dulces, transformando el paisaje. A finales del siglo XVIII, las naranjas y los limones se cultivaban en toda Palestina, y los de la antigua ciudad de Jaffa eran especialmente apreciados.

Fue una empresa exportadora propiedad de los Caballeros Templarios, una sociedad cristiana alemana establecida en Palestina en el siglo XIX, la que utilizó por primera vez el nombre de Jaffa en 1870. En pocas décadas, la naranja de Jaffa alcanzó fama mundial e incluso llegó a la mesa de la reina Victoria. Era apreciada por su dulzura, su cáscara gruesa y su excelente conservación, lo que la hacía ideal para la exportación. Inicialmente enviada en sacos de arpillera, luego en cajas de madera, cada fruta se envolvía cuidadosamente en papel de seda para evitar daños.

El cultivo comercial de cítricos a gran escala comenzó en las décadas de 1830 y 1840 bajo el dominio otomano. Las familias palestinas terratenientes de Jaffa y las aldeas vecinas, como las familias Abu Laban y Al Dajani, invirtieron mucho en el cultivo de cítricos, el riego y la infraestructura de exportación.

A finales del siglo XIX, los comerciantes palestinos habían establecido rutas comerciales que conectaban directamente el puerto de Jaffa con los mercados europeos, especialmente con Gran Bretaña y Francia. Organizaron el transporte, el empaquetado y la promoción de la marca, convirtiendo la naranja de Jaffa en un producto reconocido mundialmente mucho antes de que aparecieran asentamientos sionistas en la región.

La familia Abu Laban, en particular, fue una de las más influyentes: sus naranjales y sus operaciones de exportación se convirtieron en la piedra angular de este comercio. Su marca gozaba de una gran reputación en los mercados europeos. Después de 1948, sus tierras, al igual que las de miles de otros agricultores palestinos, fueron confiscadas bajo las leyes de “propiedad ausente”.

El puerto de Jaffa era la arteria de esta economía. Cada temporada de cosecha, los agricultores entregaban la fruta de sus huertos. Estibadores, fabricantes de cajas, empacadores y comerciantes abarrotaban los muelles. Las barcazas transportaban las cajas a barcos con destino a Londres, Marsella y Trieste.

Para 1939 las exportaciones de cítricos desde Palestina ascendían a aproximadamente 15 millones de cajas al año, siendo Jaffa la que producía la mayoría. Gran Bretaña era el principal importador. Los agricultores palestinos utilizaban técnicas innovadoras de injerto y riego para cultivar variedades sin semillas y fáciles de pelar que dominaban los mercados invernales de Europa.

Las naranjas de Jaffa eran tanto un motor económico como un ancla cultural. Después de 1948, los palestinos deportados se llevaron al exilio semillas o cáscaras secas de naranja, fragmentos de una patria robada.

Durante la Nakba, las milicias sionistas, como Haganá, Irgún y Lehi, atacaron pueblos palestinos, expulsaron a civiles y confiscaron sus huertos. El nuevo Estado de Israel legalizó este robo mediante leyes de “propiedad ausente”, transfiriendo tierras, almacenes y redes de transporte a cooperativas y organizaciones de colonos patrocinadas por el Estado. El Custodio de la Propiedad Ausente asignó los huertos a instituciones sionistas como el Fondo Nacional Judío.

Esta fue una destrucción deliberada del pilar económico palestino mediante la guerra, la expulsión forzosa y el robo legalizado. El control de Jaffa y su cinturón cítrico era estratégico. Controlar esta región significaba controlar el flujo de divisas.

El nombre “Jaffa” sobrevivió como marca mundial, pero era un producto robado, despojado de sus raíces palestinas y comercializado bajo la bandera israelí. Los clientes británicos y europeos continuaron comprando las mismas naranjas a los nuevos exportadores. Antes de 1948 la industria era predominantemente palestina. Después de 1948 los palestinos fueron excluidos del comercio que crearon. Como escribe Susan Abulhawa, fue una “falsificación épica”.

Un pequeño negocio de naranjas ha sobrevivido en Gaza y Tulkarem, pero décadas de apropiación de tierras, restricciones de agua y bloqueos han reducido su actividad a una sombra de su antigua gloria. Los huertos restantes son actos de resistencia. Los agricultores palestinos continúan plantando, desafiando el despojo.

Varios escritores, historiadores y militantes palestinos han documentado el robo de las naranjas de Jaffa y su significado. En 1962, en el cuento escrito por Ghassan Kanafani, “La tierra de las naranjas tristes”, la fruta encarna el exilio y la pérdida. Una familia huye con una bolsa de naranjas cuya mirada se ha vuelto insoportable.

Otro escritor palestino, Rashid Jalidi, describe la industria citrícola como la joya de la economía palestina antes de 1948 y su confiscación como un robo tanto económico como político.

Ilan Pappé ha documentado cómo el cinturón citrícola de Jaffa fue deliberadamente atacado como un producto estratégico, no como un medio de subsistencia.

Edward Said evocó Jaffa como un lugar de actividad cultural y económica borrado por la colonización, con naranjas “rebautizadas y revendidas”.

Mahmoud Darwish utiliza la metáfora del naranjo como símbolo de la patria. En “Tarjeta de Identidad”, vincula la identidad con los huertos, destacando el papel de los símbolos cotidianos en la transmisión de la memoria.

Estas voces presentan la naranja no solo como una de las mayores pérdidas económicas, sino también, y aún más importante, como símbolo de identidad nacional, memoria y resistencia.

El mundo sigue consumiendo naranjas de Jaffa. Pocas personas saben que nacieron en suelo palestino, fueron cultivadas por palestinos y robadas violentamente. Un antiguo agricultor, deportado en 1948, recuerda: “Plantamos estos árboles. Recogimos estas naranjas. Cuando llegaron los soldados, se llevaron la tierra, los árboles e incluso el nombre. Pero el aroma de la fruta es nuestro para siempre”.

Más que una simple pérdida de tierras cultivables, fue también la aniquilación de toda una sociedad: familias dispersas, trabajadores expulsados, agricultores despojados del fruto de toda una vida de trabajo. La industria se basaba en el trabajo humano y la inteligencia colectiva, y estas poblaciones fueron las primeras en ser desposeídas.

Esta historia pone de relieve nuestra complicidad como consumidores. El pueblo palestino fundó toda una economía en su tierra. Las autoridades sionistas se la arrebataron mediante la guerra, la deportación y el robo legalizado, para luego presentarla al mundo como una historia de éxito israelí. Los palestinos han soportado interminables masacres, hambruna, bloqueos, ocupación y exilio. Ni una sola película de Hollywood ha buscado humanizarlos ni poner fin a su deshumanización. Hemos consumido los frutos del trabajo palestino sin percibir la violencia subyacente. Cada naranja con el sello “Jaffa” simboliza nuestra complicidad.

Robina Qureshi https://thisisrobinaqureshi.substack.com/p/jaffa-oranges-an-epic-forgery


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