Quienes mantienen la farsa de que el planeta se está calentando señalan siempre como principal responsable al dióxido de carbono (CO2), que de ser esencial para la vida ha pasado a ser el responsable de todas las calamidades habidas y por haber.
Y ha sido uno de los fundamentos, que ahora veremos falsos, por los que miles de familias de la clase trabajadora se van a ver obligadas a jubilar vehículos en perfecto estado y que, si seguimos los parámetros de las llamadas «emisiones de CO2», podemos llegar a resultados rocambolescos.
Las entidades y organizaciones que persisten en esta idea no son ajenas a los intereses de los principales grupos económicos mundiales. Existe abundante bibliografía que demuestra la vinculación de organizaciones ecologistas como WWF con la antigua Sociedad Eugenésica Mundial, o con el célebre y siniestro Club de Roma, en el que se agrupan los principales «amos del mundo». O basta con ver el panel de patrocinadores que concurren periódicamente a las llamadas «Conferencias del Clima».
Sin embargo, lo más llamativo del argumento del CO2 es que las plantas necesitan el CO2 para fabricar el oxígeno que respiramos, y que cuanto más hay en el aire más rápido crecen los bosques y pastizales y mejor se soportan las sequías.
De hecho, el trabajo Ecologización de la Tierra y sus causas -publicado en 2016 en Nature, en colaboración con la NASA, que aportó sus satélites- concluyó que el mundo es, literalmente, un lugar más verde que hace veinte años. El estudio publicado muestra que China e India, los países más poblados del mundo, están liderando el aumento de la ecologización en la tierra. El efecto proviene principalmente de los ambiciosos programas de plantación de árboles en China y de la agricultura intensiva en ambos países.
Por lo que es evidente que la aplicación de los programas de Zona de Bajas Emisiones a lo que obliga la llamada Ley de cambio climático y transición energética parte de premisas falsas. Y hemos hecho una comprobación sencilla que puede hacer cualquier persona usuaria de internet, y que ha consistido en comparar cualquier viejo utilitario cuya entrada a determinadas áreas urbanas de más de 50.000 ha quedado prohibida, con algunos de los modelos más lujosos que gozan de etiqueta ECO, y que podrán acceder sin problemas, y los resultados son bochornosos.
El primer ejemplo lo hemos encontrado en el viejo Seat Ibiza de 2002 1.9 diésel, cuyas unidades se hicieron muy populares en los barrios obreros por su económico mantenimiento, sus prestaciones y su bajo consumo, que según su ficha técnica produce emisiones de CO2 de 146 gramos por kilómetro.
Si lo comparamos con el lujoso BMW X5, de casi 4400 centímetros cúbicos, el mismo produce emisiones de C02 de 261 gramos. La ficha de este último menciona que la medición se hace bajo los parámetros del llamado «Ciclo WLTP» de emisiones, que es un mecanismo homologado por la UE para hacer su medición.
La misma situación que ocurre con el Jaguar XE 2.0, con 179 gramos de CO2 por kilómetro, frente al clásico y popular CItröen Saxo 1.5 diésel, que emite 142 gramos por kilómetro. Y la lista puede hacerse interminable.
La conclusión por tanto es bastante obvia. No se van a retirar de circulación los coches «más contaminantes» sino todo lo contrario, pues en esas mediciones se omiten, para mayor abundamiento, los costes de producción de los microprocesadores que abundan en las nuevas unidades.
De lo que se trata es de excluir del acceso a las ciudades a las clases desfavorecidas y privilegiar a las ricas, o mejor dicho, poblar los centros de las urbes de personas adineradas, con un argumento que, como acabamos de ver, hace aguas por todas partes. Las que no tengan dinero podrán acceder, pero a lavar los platos.