Marx escribió en 1844 que «la demanda de hombres regula necesariamente la producción de hombres, como ocurre con cualquier otra mercancía. Si la oferta es mucho mayor que la demanda, una parte de los obreros se hunde en la mendicidad o muere por inanición.» La llamada «ley del teletrabajo» aprobada viene a dar cobertura a una exigencia histórica de abaratamiento de costes laborales que va a tener consecuencias catastróficas para la clase obrera.
No es una regulación, es una guerra
El Kaizen Institute, una consultora privada japonesa fundada por Maasaki Mai, un especialista en economía de guerra, ha publicado un informe que destaca la reconversión hacia el teletrabajo de las grandes empresas españolas como precisamente eso, una guerra que requiere «decisiones rápidas y drásticas» asociadas a un «campo de batalla».
En la mayoría de los análisis que se está haciendo respecto a esta evolución del mundo del trabajo, los trabajadores han quedado reducidos a mercancía de una manera cada vez más grosera. Los escritorios en casa no son puestos de trabajo, sino «nodos» de una red vasta y amplia donde el obrero se ha convertido en una mercancía y para él, es una suerte poder llegar hasta el comprador.
No es casualidad que los diseñadores de este modelo económico entiendan este proceso como una guerra.
Los medios los pones tú
La Ley del Teletrabajo que patronal y sindicatos han acordado junto al gobierno del PSOE y Podemos, es el último grito en explotación laboral, ya que incorpora como «beneficio» esta opción a aquellas personas cuyo puesto de trabajo esté consolidado, y deja fuera de esta regulación, por ejemplo, a los contratos en prácticas o a las «formaciones» utilizadas por las empresas como paso previo a la contratación, fuente inagotable de obreros y obreras que ven en esta opción «accesible» el reingreso al mundo del trabajo.
Pero en aquellos ámbitos que puedan entrar dentro de la «protección» del teletrabajo no se incluye ninguna herramienta que permita, ante la dispersión de la plantilla en lugares remotos, que esta tenga canales eficaces de organización y de expresión, lo que incrementa las posibilidades empresariales de incrementar ganancias a costa del trabajo.
El marco de explotación que vienen diseñando las empresas y que ha aprobado el Gobierno está basado en una maquinización de los hogares de las personas empleadas, que aportan sus propios elementos para incorporarlos al haber de la empresa (PC, cascos/auriculares, conexión a Internet, etc).
Psicología de la explotación
Esta advertencia, excluyente, que hacen la mayoría de las ofertas de trabajo, son un filtro psicológico de primer orden para las generaciones de postulantes que acceden a ellas. Se entra carente de derechos y el sometimiento a las necesidades es total.
Esto se manifiesta de dos maneras: en primer lugar, las ganancias que obtienen las empresas que proporcionan servicios de teletrabajo se regulan totalmente de acuerdo a los contratos que el trabajador firma al inicio de la relación, aunque puede haber pequeñas alteraciones del precio mediante las «comisiones por venta», inaccesibles en su mayoría.
A esto se añade que todo el trabajo a realizar casi siempre está confiado a un único contratista, por lo que el salario que finalmente va a percibir el trabajador no va a guardar nunca ninguna relación con el beneficio obtenido por la empleadora.
La proliferación de ofertas de este tipo parece dar una pátina de «libre competencia» de empresas dedicadas a este sector, pero sólo en apariencia. La empresa contratista rara vez será la beneficiaria del servicio de teletrabajo, sino que serán empresas interpuestas.
Empresas de Trabajo Temporal y grandes monopolios del sector energético, bancario y de seguros son en general los únicos contratistas de estos servicios, que operan mediante empresas pantalla que «compiten» entre sí ofertando empleados cada vez menos remunerados.
Cuanto más trabajas, menos ganas
Esto implica una paradoja extraordinaria: cuanto más producen los teletrabajadores menos ganan. La secuencia de la relación laboral suele ser: «formación», contratación, dedicación laboral, pago del salario y despido, para luego volver a iniciar el ciclo transcurridos unos días, en ésta u otra empresa, y probablemente en condiciones imperceptiblemente peores que la vez anterior.
La enajenación es plena, ya que el vínculo del «teletrabajador» con el producto de su trabajo (los nuevos contratos que él mismo vende) ya no existe, y ni siquiera el lugar de trabajo existe como punto de referencia físico. «Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí«, afirmaba Marx.
La explotación existente en este rubro no se trata de un problema de «regulación», como afirmaba la Ministra de Trabajo Yolanda Díaz (PCE) durante el anuncio de esta ley, sino de apropiación. Las personas que ingresan al mundo del teletrabajo están destinadas a adentrarse a un matadero de neuronas en el que pierden lo esencial de su tiempo vital, sin que la relación coste-beneficio sirva en ningún momento para satisfacer necesidades básicas, ya que la mayoría de los salarios reales percibidos no cubrirán las necesidades diarias, ni siquiera remotamente.
La alienación
La problemática surgida en la clase obrera, y sobre todo en la población que se ha visto privada de trabajo como consecuencia del confinamiento obligatorio, es que puede llegar a ver a quienes han ingresado en este sector como a unos «privilegiados», que si bien trabajan «enajenados», lo hacen frente a quienes viven en un «estado de enajenación» por no ser productivos, y es una sensibilidad que no hay que obviar al analizar y enfrentar esta nueva lógica de explotación (que de no tiene mucho de nueva).
La fidelidad que las empresas del sector construyen entre sus potenciales empleados se basa en la proyección de un trabajo «cómodo» y con posibilidades de éxito, entendido como desarrollo personal (manejo de programas informáticos, «especialización» y «horarios flexibles»). Y aparte de estos sistemas de estímulos existe también la amenaza velada de no encontrar trabajo si las exigencias de suben de tono, al ser las empresas contratistas a la vez filiales de otras más grandes, donde se comparten ilegalmente y de manera habitual bases de datos, quedando así los empleados atados psicológicamente a las mismas.
Ingresar en el mundo del teletrabajo puede ser apetecible desde la lógica del muy corto plazo, pero se trata de una fuente de ingresos inagotable y con una tasa de reposición de empleados, entendidos como mercancía, extraordinariamente alta, y que se está forjando como un ejemplo a seguir.
La ausencia de presencialidad y la despersonalización del puesto de trabajo son el equivalente, en materia de bienestar, al cerdo que se engorda con piensos adulterados para terminar convertido en jamones. O dicho de otro modo, un trabajo insalubre para una remuneración de miseria.
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