En la Bolsa de Metales de Londres al níquel lo llaman “el metal del demonio” por la volátilidad de su cotización. Puede subir o bajar varios cientos de dólares por tonelada, e incluso un movimiento de más de mil dólares no asusta a los especuladores. Todo lo contrario: los puede llevar al éxtasis.
Pero la noche del 7 al 8 de marzo fue una pasada. La tonelada de níquel saltó de 30.000 a 100.000 dólares. “El mercado del niquel ha explotado”, tituló la agencia Bloomberg (*). La Bolsa convocó una reunión de urgencia para decidir si cerraba. Por si no lo saben los que tanto hablan de neoliberalismo: lo que determina el precio no es sólo el mercado, la oferta y la demanda, sino el regulador, que es quien abre y cierra las puertas del mercado.
La Bolsa de Londres decidió que no cerraba y la cotización del niquel se triplicó en 24 horas. No había precedentes. Finalmente la Bolsa no sólo acabó cerrando las puertas durante varios días sino que anuló todas las transacciones e impuso los precios que se debían pagar por el níquel: 80.000 dólares. Las reglas del juego cambiaron sobre la marcha, lo que benefició a algunos y arruinó a los demás.
Por ejemplo, Tsingshan Holding Group, que fabrica acero inoxidable en Wenzhou, en el sur de China, perdió 2.000 millones de dólares en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de que la empresa es filial de un gran banco público chino, la Bolsa tuvo que concederle un plazo adicional para que pudiera pagar el precio. Una vez vencido, la empresa tampoco pudo pagar.
Fue totalmente insólito. Las causas son las que pueden suponer: Rusia es el mayor exportador del mundo y la Guerra de Ucrania acababa de empezar. Es más de lo mismo: los precios no dependen sólo de la oferta y la demanda sino de factores que los “expertos” no son capaces de sospechar siquiera.
Hacía años que la cotización del niquel venía subiendo en la Bolsa de Londres. Antes de la pandemia estaba en 12.000 dólares. El motivo tampoco fueron los mercados sino las políticas verdes: el niquel es un componente del acero inoxidable y los vehículos eléctricos. Más que el litio, el cobalto o las tierras raras, el níquel forma parte del conjunto de recursos naturales que se utilizan en las nuevas técnicas necesarias para la “descarbonización”.
Para aumentar la densidad de las nuevas baterías son necesarios cátodos con un alto contenido de níquel, lo que podría multiplicar por nueve la demanda de la materia prima antes de 2030, que es la fecha mágica señalada por las políticas verdes de Bruselas.
Está claro que la transición ecológica es sólo para los grandes millonarios, a quienes no les importará que la elevada cotización del níquel les obligue a pagar 1.000 euros más por cada vehículo eléctrico, ni las nuevas tasas sobre las autovías, ni la subida de los precios de la electricidad.
Pero aunque puedan pagar el precio, no es seguro que haya materia prima en el mercado. Es posible que haya vehículos eléctricos en las carreteras, pero no haya electricidad. Todo depende de Rusia y de las sanciones a Rusia. Mientras, los monopolios se curan en salud. Volkswagen y Mercedes-Benz han firmado acuerdos con el gobierno canadiense para asegurarse el suministro de níquel.
Una vez más, no es el mercado sino el Estado quien abre (o cierra) el grifo para que los grandes monopolios puedan comprar y vender.
(*) https://www.bloomberg.com/news/articles/2022-03-14/inside-nickel-s-short-squeeze-how-price-surges-halted-lme-trading