El 11 de septiembre de 2015 el hundimiento de una grúa en las obras de La Meca producía la muerte de 111 personas. Que recuerden los peregrinos, jamás un huracán tan violento se abatió sobre la Ciudad Santa. El poderoso soplo del destino se ceba sobre una máquina con solidez “Made in Germany”, pero perdona a otras centenares mas frágiles. ¿Por qué? ¿Por qué un 11 de septiembre? ¿Por qué 111 víctimas? ¡Subhana wa taraala! Alá todopoderoso manifestaba su cólera enviando una advertencia.
Inmediatamente, las autoridades reales y religiosas celebraron un cónclave para interpretar este funesto oráculo. Era algo totalmente inútil, porque todos habían comprendido el mensaje. Así comenzó la caída del imperio Bin Laden, cuya tribu completa está ahora destinada a servir de chivo expiatorio de los crímenes de Osama.
El Saudi Binladen Group (SBG), primera empresa de construcción y obras públicas de Oriente Medio, y desgraciada propietaria de la grúa mortal, se ve excomulgado de la noche a la mañana. Pedidos y acuerdos suspendidos, mercados públicos rescindidos, directivos trasladados. Los Bin Laden, cortesanos y servidores fieles de los monarcas desde 1931, ya no estaban en olor de santidad. Dios y el rey su servidor reclamaban el precio de los pecados de Al Qaeda. El centenar de hermanos y hermanas y los millares de primos de Osama iban a pagar por ello. ¡Entre los árabes, la solidaridad familiar obliga!
Tras ocho meses, el gigantesco grupo está en la agonía. Pero no se detiene la actividad de un gigante igual que se cierra una peluquería. El SBG tiene 230.000 obreros, 6.000 ingenieros y mandos, centenares de obras repartidas en Arabia y los Emiratos Árabes Unidos, en Egipto, en Malasia, en Senegal, millares de subcontratas… Saudi Binladen Group era un Estado dentro del Reino. Mantenía la exclusividad de las grandes obras en La Meca, y obtenía en todos los sitios mercados sin competencia.
Un monopolio unido a la autocracia saudí
El margen de beneficio era descomunal. Tanto en Oriente Medio como en otros lugares, el sector de obras públicas es el más engangrenado por la corrupción. El SBG, apadrinado por el Palacio, no tenía ninguna dificultad en obtener toda la oferta pública al precio que ellos mismos fijaban. La conclusión de las obras estaba sistemáticamente sometida al chantaje de acuerdos de trabajos suplementario imaginarios, con una sobrefacturación que alcanzaba el 65 por ciento. En otras palabras, el soborno estaba en el centro de todas las transacciones.
Pero las actividades de obras públicas no constituyen más que una parte de un formidable imperio familiar. Decenas de hermanos y centenares de primos de Osama ocupan de forma anónima posiciones dominantes en todos los sectores: energía, comunicaciones, armamento, química, farmacia, industria agroalimentaria, transportes; están asociados con millares de empresas internacionales. Las relaciones franco-saudíes no escapan a esta influencia. El poderoso French Business Club está presidido por un abogado de la familia. De hecho, nadie conoce el nivel de la fortuna del “clan” Bin Laden, ni siquiera los banqueros de Luxemburgo y de Panamá. Nadie sabe cuáles serán los efectos de su quiebra en las finanzas internacionales.
Desde la coronación por sorpresa del rey Salman en enero de 2015, y sobre todo desde su declaración de guerra a Yemen en marzo de 2015, los Bin Laden han entrado en la disidencia. Sin embargo, Hadramaut, provincia de Yemen del sur y cuna natal de la familia, nunca ha sido bombardeada. ¿Esto es para proteger a Al-Qaeda, que controla el territorio, o para evitar los daños colaterales? Los montañeses de esta región tienen un carácter corso-siciliano. Molestarles provocaría una inmediata respuesta de la numerosa diáspora repartida por el mundo entero. En Arabia saudí, los yemeníes de nacionalidad o de ascendencia son más de un millón; muchos de ellos trabajadores inmigrantes, pero también muchos millonarios.
Además, los Bin Laden pueden contar con la discreta solidaridad de una fracción de la nobleza irritada por las intempestivas iniciativas de Mohamed Ben Salman, hijo heredero del rey, y con la opinión radical mayoritaria de que Osama Bin Laden sigue siendo el héroe santo del siglo XXI. Es por tanto una lucha por el poder tramada detrás del decorado de una obra.
Lucha de clases en La Meca
El último episodio de la agonía del grupo de empresas data del 1 de mayo. Aquel día el SBG celebró a su manera el Día del Trabajador, despidiendo a 77.000 trabajadores extranjeros, la tercera parte de sus asalariados, y poniendo fin a su permiso de residencia, algo que les obligaba a abandonar el país. Se trata de trabajadores inmigrantes de una treintena de nacionalidades diferentes que hacía siete meses que no cobraban. Han protestado y se han rebelado. Muchas manifestaciones espontáneas fueron reprimidas; el 1 de mayo quemaron autobuses en La Meca, marcando la primera expresión de la lucha de clases en la Ciudad Santa desde el nacimiento del profeta. Según la “shariá laboral” en vigor en Arabia, sus reivindicaciones salariales son justas, porque, como recuerda un pasaje de la vida de Mahoma puesto en las pancartas, “el profeta ordenó a los musulmanes pagar los sueldos de los obreros antes de que su sudor se seque”.
Argumento indiscutible, al que el Ministerio de Trabajo ha respondido prometiendo que los salarios atrasados se pagarían. El gobierno, que teme la proliferación de revueltas, ha iniciado negociaciones discretas con el empleador. Para reanimar la esperanza de los parados, el gobierno anunció además el lanzamiento de un programa urgente de construcción de cien mil viviendas, y ha invitado a las empresas coreanas, británicas y… francesas a presentarse al concurso.
Para templar a los dirigentes del SBG impedidos de ejercer, los banqueros han enviado a Klaus Froehlich, un Mozart de las finanzas que ha abandonado deprisa Morgan Stanley Europa. Se ha unido en Arabia a Samer Younis, un manager superdotado que dirigía “Kharafi”, el gigante de la obra pública de Kuwait. Según las primeras comprobaciones, el “agujero” no sería “más que de” 30.000 millones, y los trabajos en las obras podrían reiniciarse pronto; sobre todo el de la emblemática torre de un kilómetro de altura.
Consecuencias internacionales incalculables
Como el aleteo de las alas de una mariposa en el Amazonas, la caída de la grúa de La Meca podría tener consecuencias internacionales sorprendentes, especialmente después de que el imprevisible Donald Trump pusiera los pies en el plató. Animada por la campaña electoral del candidato republicano, la arabofobia ha conquistado Estados Unidos. La opinión pública está al rojo vivo. En el campus de la pequeña ciudad de Pocatello, en Idaho, estallaron graves incidentes, obligando al Reino a trasladar urgentemente a cuatrocientos jóvenes saudíes.
Incluso Riad ha contemplado la repatriación de los 120.000 estudiantes que viven en Estados Unidos. Una perspectiva más grave es que Donald Trump ha prometido desclasificar las 28 páginas de la investigación sobre los atentados del 11 de septiembre, que contempla la responsabilidad de Arabia saudí.
Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores saudí ha amenazado con liquidar los 750.000 millones de dólares en activos en manos de Arabia saudí si el Congreso adoptaba un proyecto de ley autorizando a llevar al país ante los tribunales norteamericanos. El dossier de indemnización del atentado más devastador de la historia, con 3.000 muertos, 6.600 heridos, 25.000 millones de gastos ¿finalizará con la negociación de la mayor transacción de todos los tiempos? Los estrategas de la Casa Saúd ¿consideran el pago de todas las cuentas de la tragedia del World Trade Center entregando a la justicia de Estados Unidos la totalidad de los bienes de la familia Bin Laden? Sería una forma cómoda de salvar su dinastía y reconciliarse con Estados Unidos, sobre todo si, entre tanto, el joven príncipe heredero llega al trono.
Mohamed Ben Salman presenta el perfil ideal: moderno, reformador, ultraliberal, monógamo; pero especialmente es totalmente inocente de las vilezas terroristas, y además tiene una sólida coartada: en 2011 solamente tenía 11 años.