En el mes de julio de 1892, una flotilla argentina al mando del almirante Daniel de Solier, partió del puerto de Buenos Aires con dirección a Italia, para festejar el 400 aniversario del descubrimiento de América por el genovés Cristóbal Colón. Integraban la flotilla la fragata Almirante Brown, el crucero 25 de mayo y la cañonera de mar Rosales.
Al abandonar el estuario del Río de la Plata, la flotilla se encuentra con fuerte viento de proa, lo cual dificulta su marcha, pero no obstante los dos primeros buques siguen su curso, y la Rosales, comienza a perder velocidad y el resto se aleja cada vez más. La Rosales estaba al mando del capitán de fragata Leopoldo Funes, y este ante la situación que se le plantea con olas de nueve metros, hace señales de luz al almirante De Solier, que las ignora, pensando que ante la tempestad la Rosales buscaría refugio en la costa uruguaya. La Rosales mientras tanto es azotada por vientos bravíos, y navega a 200 millas de la costa uruguaya, a la altura del Cabo Polonio, cerca de la ciudad uruguaya de Castillos y finalmente choca contra una roca que no figuraba en las cartas náuticas y comienza a hundirse por la proa.
Viendo que la nave se pierde, el capitán Funes ordena el abandono del buque, pero hay un pequeño inconveniente. La tripulación es de aproximadamente 70 hombres, y los botes salvavidas tienen apenas lugar para unos 35. ¿Qué hacer ante esta situación? La versión oficial dice que Funes ordena la construcción de una balsa con maderos existentes en la nave, y que allí se embarca a la marinería y que los oficiales se embarcan en los botes salvavidas, y así llegan a la costa exhaustos, con la ropa hecha girones, sin calzado, y habiendo perdido a dos oficiales, que van a dar contra unas rocas en la playa.
La versión que da un náufrago al llegar asido a un madero en muy malas condiciones al puerto argentino de Ensenada, muy cerca a la ciudad de La Plata capital de la Provincia de Buenos Aires, echa por tierra la versión que da Funes y sus oficiales. Se trata del cocinero Battaglia, que es internado en un hospital para que se recupere, y ante dos versiones tan contradictorias, ya el diario La Prensa manda a un periodista que se entrevista con Battaglia, y este le cuenta que el día que se produce el hundimiento de la Rosales, y al ver el capitán Funes que no hay lugar en los botes para todos, toma la decisión criminal de encerrar a toda la marinería en la bodega, repartir licor para emborracharlos y vivar a la patria, y los abandona a su suerte.
Ya la opinión pública empieza a sospechar que algo no encaja en la versión de Funes. La muerte no es muy prolija y no es creible que no se salve ningún miembro de la marinería.
Así las cosas, el Presidente de la República Carlos Pellegrini, ordena que se abra una investigación para saber que ha ocurrido en realidad. Se designa como Fiscal Militar Instructor, al Jefe del Arsenal Naval de Zárate, ciudad sobre el Río Paraná, a unos 150 kilómetros a lnorte de Buenos Aires, el Capitán de Fragata Jorge Lowry, hombre estricto y con un acendrado espíritu de justicia, que como primera medida interroga a todos los oficiales, y ordena su prisión preventiva. El sumario avanza con el interrogatorio del cocinero Battaglia quien se ratifica de lo declarado al diario La Prensa y Lowry cierra el sumario, pidiendo la pena de muerte para todos los oficiales, a los cuales acusa de homicidio de la marinería y abandono de la nave.
A su vez, los acusados designan defensor al Capitán de Fragata Mantilla, hombre bondadoso, quien prepara la defensa de los acusados.
Es necesario decir que el Capitán Leopoldo Funes era sobrino de la esposa del General Julio Argentino Roca, el gran genocida de mapuches en la Patagonia Argentina durante la llamada «conquista del desierto», que es el origen de los grandes latifundios en la Patagonia entregados a la oligarquía para que inicien su «misión civilizadora», y que Julián Irizar era sobrino directo del General Roca.
Ante todo esto, el defensor Mantilla dijo en su alegato final el día de la celebración de la vista oral: «Marinos de la Patria, mirad de frente a estos jueces, porque los van a absolver. Han pasado ustedes una experiencia terrible, y han actuado en base a los principios inmanentes de la marina».
¿Cuales son esos principios?
Efectivamente todos los oficiales fueron absueltos, y ninguno de ellos volvió a navegar, salvo Irízar que llegó al grado de contralmirante, y que se destacó en el salvamento de los expedicionarios a la Antártida de la expedición del explorador sueco Otto Nordenskjold, salvándolos y por eso el gobierno sueco lo recompensó con una medalla de oro. Irizar viajó a Suecia, de donde se trajo a una novia con la que se casó posteriormente, y tuvo tres hijos con ella, a los cuales conocí personalmente. A la muerte de Irizar, me ocupé de la sucesión del mismo en representación de sus tres hijos.
Este terrible acontecimiento del hundimiento de la Rosales muestra a las claras cual es el sentimiento que los oficiales de marina argentinos sentían por sus marineros, hombres provenientes de las clases humildes, y es el mismo que tuvieron en la odiosa ESMA cuando torturaban, desaparecían y asesinaban a los militantes de las organizaciones populares. Estos miserables sentimientos son extensivos a la oficialidad del ejército argentino y a la fuerza aérea.