Pero esas encuestas se hacen también para valorar la credibilidad que tienen los medios de comunicación entre sus lectores u oyentes, que suele ser igual de mala, o peor.
Por ejemplo, en 2013 el Barómetro de Opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas comprobó que los periodistas son los profesionales peor valorados por los españoles, sólo por detrás de los jueces.
Casi nadie cree ni a los políticos ni a los periodistas, que forman parte de un único dispositivo de funcionamiento del Estado. Como consecuencia de ello, los periódicos no es que padezcan una crisis de ventas, sino que se han dejado de leer.
Los genios de siempre salen al paso diciendo que ello se debe a la competencia de los medios digitales, que son gratuitos, es decir, que se trataría de una asunto puramente económico.
No es cierto; el desplome de la prensa está causado por su absoluto descrédito y alcanza a la radio y a la televisión, que también son gratuitas.
En contra de esta opinión, los genios más geniales aducen en su favor los altos índices de audiencia. Lo que quieren decir es que esos índices demuestran que un programa de radio o televisión gusta al público que lo escucha o sigue.
Pero esa afirmación es falsa: cuando las encuestas preguntan si los que oímos y vemos en los medios nos gusta, las respuestas son mayoritariamente negativas o muy negativas.
Los periodistas están equivocados y, de la misma forma que los jueces se creen que imparten justicia, como todos los demás cuerpos profesionales, acaban siendo víctimas de las fantasías con las que pueblan su cabeza.
Entonces, ¿por qué se producen tantos programas de radio y televisión con tertulias políticas? Para averiguar eso no bastan los sondeos; hay que ver los balances contables de las cadenas, de donde se deduce que son baratos, sobre todo el comparación con otro tipo de producciones. Todo es un asunto económico.
El hundimiento de la prensa en España forma parte de la crisis política del Estado que, como se ve, no es la crisis del bipartidismo, como aseguran los oportunistas. Aquí no hay ninguna institución política que no esté en crisis.