En la última cumbre del G7, celebrada a finales de junio, los máximos cabecillas de las potencias occidentales encomendaron a Canadá y a la Fundación Carnegie para la Paz Internacional la tarea de “combatir la propaganda rusa” sobre la Guerra de Ucrania. El comunicado final dice lo siguiente:
“Acogemos con satisfacción la respuesta inmediata del Mecanismo de Reacción Rápida del G7 y su colaboración con la Fundación Carnegie para la Paz Internacional para crear una red de crisis de múltiples partes interesadas que incluya a los Estados del G7, a las plataformas de redes sociales y a la sociedad civil para preservar la integridad del entorno informativo ucraniano frente a la guerra de información sin precedentes de Rusia. Para ello, seguiremos desarrollando el mecanismo de reacción rápida del G7, centrándonos más en las amenazas híbridas y reforzando su capacidad de respuesta ante las injerencias extranjeras, incluso a nivel subestatal”.
No es tan sorprendente que las grandes potencias hayan recurrido a una fundación privada estadounidense para llevar a cabo una misión tan delicada desde el punto de vista político.
La explicación es bien simple: la Fundación es uno de los muchos tentáculos de la CIA, empeñada en poner bajo control a los medios de comunicación y redes sociales en su batalla contra las “noticias falsas”.
Si exceptuamos la intervención de Canadá, que será testimonial, la censura sigue su ruta privatizadora, lo que exime de cualquier crítica a los gobiernos respectivos, que siempre se podrán manifestar respetuosos con la libertad de expresión.
No obstante, es algo engañoso, porque encomendar a la Fundación Carnegie la guerra sicológica contra Rusia encubre su entrega a la CIA, que es quien manejará los hilos por la puerta trasera. La ventaja de subcontratar a una institución privada es que queda fuera de cualquier clase de control público y de la fiscalización de gastos.
Además, las fundaciones tienen un aura de organismos independientes y “apolíticos”. Sus decisiones se basan en criterios puramente técnicos, por encima de cualquier sospecha partidista.
Sin embargo, el actual Presidente de la Fundación es Mariano Florentino Cuéllar, que fue asesor de Obama. En 2020 sucedió en el cargo a William J. Burns, diplomático de carrera, que fue subsecretario de Estado de Asuntos Exteriores con Obama y nombrado director de la CIA por Biden el año pasado.
La actual directora es Penny Pritzker, que entre 2013 y 2017 fue secretaria de Comercio de Obama.
La Fundación Carnegie se creó en 1910 y lleva el nombre de su fundador, Andrew Carnegie, que aparece en la foto de portada, un multimillonario que se hizo su fortuna en la siderurgia. Su objetivo declarado es la defensa de la “paz mundial” y el apoyo a organismos internacionales multilaterales. Carnegie financió la creación del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya, e incluso la construcción del Palacio que lo alberga.
Tiene un presupuesto anual de más de 50 millones de dólares y en su financiación participan numerosos y conocidos tinglados, que son siempre los mismos: Soros, Zuckerberg, Bill Gates, Google, el gobierno británico… La escoria del mundo actual, en definitiva.