El euro ha llevado a Europa de la especulación a la depresion

Los primeros planes para la unión económica y monetaria de Europa los lanzaron los monopolistas en la cumbre de La Haya de 1969. Al año siguiente un grupo dirigido por Pierre Werner, Primer Ministro de Luxemburgo, presentó al Consejo y a la Comisión un informe que establecía las bases de la Unión Económica y Monetaria.

El documento era un proyecto, llamado Plan Werner, a diez años para promover la liberalización de los movimientos de capital, la convertibilidad irreversible de las monedas comunitarias, la fijación irrevocable de los tipos de cambio, la centralización de la política monetaria y crediticia y, finalmente, la puesta en circulación de una moneda común.

El colapso del sistema de Bretton Woods y la decisión del gobierno estadounidense de dejar flotar el dólar a mediados de 1971 frenó el Plan y, al mismo tiempo, provocó todo lo contrario a lo que se bucaba: la llamada “serpiente monetaria europea”, una ola de inestabilidad para las divisas que impidió fijar las paridades entre las divisas europeas.

En 1972 en la cumbre de París, la CEE intentó dar un nuevo impulso a la integración monetaria con la creación de la “serpiente en el túnel”. Era un mecanismo que permitía la flotación controlada de las monedas nacionales (la “serpiente”) dentro de unos márgenes estrechos de fluctuación frente al dólar (el “túnel”).

Con la crisis del petróleo, la debilidad del dólar y las diferencias de las políticas económicas, este sistema también fracasó y la “serpiente” perdió a la mayor parte de sus miembros en menos de dos años, quedando finalmente reducida a una “zona de influencia del marco alemán” que estaba formada por Alemania, los países del Benelux y Dinamarca.

El 27 de octubre de 1977 el Presidente de la Comisión Europea, el británico Roy Jenkins, propuso la creación de una moneda única para los 9 países que entonces componían la CEE basada en un presupuesto comunitario formado por el 19 por ciento del PIB de los países miembros.

Alemania rechazó el proyecto de plano porque hubiera supuesto la creación de un sistema de compensaciones parecido al que tiene España en su régimen autonómico, en favor de los países más desfavorecidos. De ahí que 15 años después el acta fundacional del euro insistiera en la noción de “responsabilidad presupuestaria individual” de cada país.

Al año siguiente se renovó el impulso para crear una zona de estabilidad monetaria con la cumbre de Bruselas y la creación del Sistema Monetario Europeo (SME), que se basaba en tipos de cambio fijos pero ajustables. Las monedas de todos los Estados miembros, excepto el Reino Unido, participaron en el mecanismo de tipos de cambio conocido como MTC I.

Los tipos de cambio se basaban en tipos centrales frente al ecu, la “unidad europea de cuenta”, que se calculaba sobre la base de una “cesta” con las divisas de los países miembros. Las fluctuaciones monetarias se debían contener de modo que no superasen un margen del 2,25 por ciento por encima o por debajo de los tipos bilaterales, a excepción de la lira italiana, cuyo margen era del 6 por ciento.

Durante diez años el SME funcionó bien, ayudando a mantener la estabilidad de los tipos de cambio. La revaluación del marco en 1979 no causó mayores problemas, pero cuando Miterrand llegó al poder en 1980, devaluó el franco tres veces seguidas, hasta que en París empezaron a someterse. A ello contribuyó Jacques Delors, socialista como Mitterand, que se colocó al frente de la Comisión Europea.

En esta etapa se incorporaron a la CEE los países del sur de Europa, entre ellos España. Eran los tiempos de Thatcher y Reagan, de la desindustrialización de las grandes potencias capitalistas y las reconversiones industriales, un proceso que luego se llamó “financiarización”, de los grandes movimientos de capitales y la explosion de la deuda pública de muchos países del Tercer Mundo.

En Europa la apertura de los mercados de capitales no rompió la estabilidad cambiaria hasta 1992, cuando se desata una fuerte especulación por el fracaso del referéndum danés sobre Europa. La lira italiana y la peseta se devaluaron y la libra esterlina abandonó el SME.

La especulación se reprodujo al año siguiente, agotando las reservas del Banco de Francia. Tuvieron que elevar los márgenes de fluctuación del 2,5 por ciento al 15 por ciento. En 1993 el SME había desaparecido de hecho.

Los monopolistas europeos no sólo achacaron el fracaso a la especulación sino que pusieron su remedio en la moneda única. Era la única garantía de estabilidad… para las potencias imperialistas europeas y los grandes monopolios, que cambiaron la especulación de divisas por la especulación de los tipos de interés. Es el imperio de lo que los economistas llaman la “prima de riesgo”.

Alemania empezó a tomar las riendas del asunto, para lo cual realizó previamente una profunda reestructuración de su economía. Desde la posguerra el capital monopolista alemán tiene un serio problema con el volumen de fuerza de trabajo, como consecuencia del hundimiento demográfico, al que luego se añadió su envejecimiento y la imperiosa necesidad de asegurar el futuro de las pensiones.

El rechazo del Plan Jenkins en 1977 procedía de esa necesidad de evitar las subvenciones a terceros países para capitalizar lo máximo posible. La situación se encuadra también en el marco de la desindustrialización y “financiarización” en la que también se vuelca la economía alemana.

Además, en 1990 cayó el bloque del este de Europa y Alemania logró imponer su reunificación, presentando como una “carga” económica y presupuestaria a la República Democrática Alemana. Es el mismo estilo que luego Helmut Kohl aplicó a toda la CEE: Alemania impone el Tratado de Maastricht como si abandonar el marco, una divisa fuerte, a cambio el euro, una incógnita, fuese la consecuencia de un “compromiso” con los demás “socios”.

Era puro teatro. La sentencia de 12 de octubre de 1993 del Tribunal Constitucional de Karlsruhe rememora la paranoia alemana por excelencia desde hace un siglo, la estabilidad monetaria, elevándola a principio fundamental de la Constitución (Grundgesetz) o, por decirlo más llanamente: Alemania no va a pagar las deudas de nadie, como volvió a recordar en setiembre de 2011 con motivo del rescate a Grecia. Podía haber añadido: directa o indirectamente, es decir, no va a admitir la emisión de eurobonos, o sea, la monetización de deuda.

Así, el Banco Central Europeo es un segundo Bundeskank. Su objetivo no es la igualdad (“convergencia”) ni el crecimiento sino la estabilidad. Gracias a Alemania, los demás países de Europa disfrutan de tipos de interés bajos que les permiten endeudarse para comprar mercancías… alemanas.

En fin, todo podía haber sido muy bonito de no ser por la crisis que a algunos países, como Grecia, les ha conducido al desastre. Alemania tuvo que salvar a sus bancos y Grecia no tenía nada que salvar.

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