En 1978 se desató una enorme campaña de detenciones. En febrero se detuvo en Barcelona, Valencia y Madrid a veintidós personas acusadas de pertenecer a los Grupos Autónomos. Luego siguieron una docena más en Valladolid. En medio de este ambiente surgió uno de los grupos armados más singulares y quizás menos conocidos, y lo hizo en una fábrica de Seat, en Barcelona: se autodenominaron Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores (ERAT) y comenzaron a ser conocidos tras un atraco en el hipermercado Catalsa del barrio de Sants (Barcelona) el 28 de febrero de 1978, en el que se llevaron dos millones de pesetas. No había sido el primero.
Tampoco fue el último: Banco Trasatlántico, la empresa de Pedro Mollet, el atraco a un empleado de Ferrocarriles Sarriá en la mismísima plaza de Cataluña, el asalto a un coche del Banco de Bilbao que trasportaba fondos de los Ferrocarriles Catalanes, el citado atraco al supermercado Catalsa y un último atraco frustrado a un transporte del Banco Hispano Americano.
Seat a comienzos de los setenta, se había convertido en uno de los centros de trabajo más activos contra el franquismo, y el grupo armado nació en este clima, concretamente en 1971, con la muerte del trabajador de la fábrica Ruiz Villalba, tras una violenta entrada de la policía, que uso armas de fuego.
Inmediatamente nació el Grupo de Autodefensa Ruiz Villalba, el antecedente del Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores (ERAT). Sus acciones pretendían emular a las Brigadas Rojas italianas o al MIL español. En Seat hay despidos masivos, persecuciones y palizas a trabajadores. Fueron una especie de comité de ayuda a los trabajadores despedidos de Seat.
Pero la historia del ERAT está llena de luces y sombras. El propio Guy Debord, en Carta a los libertarios (1980), habla de ellos en estos términos: “Han recurrido a expropiaciones a mano armada contra diversas empresas y buen número de bancos. Se trata en particular de un grupo de obreros de SEAT de Barcelona (que en un tiempo se denominaron ‘Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores’), que quisieron de este modo aportar ayuda pecuniaria a los huelguistas de su fábrica, así como a los parados”.
Sin embargo, el grupo ha estado bajo el punto de mira de historiadores y especialistas en movimientos políticos durante la transición, sobre todo por la participación en este de Joaquín Gambín, alias “El Grillo”, confidente de la policía y personaje siniestro de aquellos años. Gambín, tras pasar varios años en prisión, intervino en la creación del ERAT. Era un delincuente común que recibía dinero de mandos policiales a cambio de que hiciera algunos “trabajos”. Uno de estos fue su infiltración en la CNT barcelonesa. En unos meses, tras hacer amistad con varios jóvenes anarquistas, a los que deslumbró con su historial de delincuente experimentado y veterano de las cárceles, participó en la manifestación que acabó con el lanzamiento de varios cócteles molotov contra la discoteca Scala que, como sabemos, causaron varios muertos. Tras los hechos, fue él quien dio los nombres de los supuestos autores.
¿Fue el efímero grupo, aquel extraño ERAT, otro intento por criminalizar al anarquismo? Posiblemente. Gambín, tras el caso Scala y el ERAT, sintió miedo. Su papel de chivato se hizo famoso. Era un agente “quemado” al que muchos habían puesto precio a su cabeza. Así que se esfumó, aunque aparentemente. Es aquí donde su historia adquiere tintes de auténtica novela de espías. Gambín aprovechó la muerte de su tío, en extrañas circunstancias, para simular su propia muerte, engañando al periódico Egin, que confirmó su supuesta muerte. Además, cambió de nombre y decidió comenzar una nueva vida. Pero no pudo evitar seguir cometiendo delitos. Poco después, fue detenido cuando trataba de atracar el Banco Exterior de Elche. A pesar de la detención, sorprendentemente fue puesto en libertad poco después y abandonó el país, marchando a Francia, donde trató nuevamente de simular su muerte, esta vez sin éxito. No fue su última fechoría.
Tiempo después, fue detenido en Valencia. Iba armado y dispuesto a cometer un atraco. Su suerte terminó. El caso Scala se reabrió, pero en esta ocasión el único imputado era él. Tras rogar que se atendiese a su condición de antiguo confidente y relatar su pasado, fue condenado a varios años de prisión.
El 21 de abril de 1978 fueron detenidos casi todos los miembros del ERAT. El fiscal los acusó de haber intervenido en un total de cinco atracos consumados y uno frustrado, en los que se apoderaron de cinco millones de pesetas. Dos años más tarde, fueron condenados a siete años de prisión. En 1984, Manuel Nogales Toro, Gabriel Botifoll y José Hernández Tapias, varios de los condenados, fueron indultados y pudieron reincorporarse laboralmente a SEAT, la empresa en la que iniciaron su aventura armada.