El cura del Titanic

Bianchi

«¿Eres tú, Pedro?», pregunta Mariano tras marcar un número de móvil. Al otro lado, alguien  responde diciendo: «Soy este que va a mi lado sin yo verlo». «Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final (como hacemos en este blog que todavía cree, ingenuamente, en la Revolución y esas chocheces jurásicas). Uno vence raras veces, pero alguna vez vence». «Pedro (Sánchez) ha quedado como un político valiente. ¿Habré quedado yo (Rajoy) como un cobarde?»

En enero de 1912, el sacerdote católico Thomas Byles, hijo de un pastor protestante inglés (o sea, cristiano pero no católico ni papista), escribió estas líneas a su hermano menor, quien se disponía a contraer matrimonio en Nueva York: «Hace unos días, en Clacton-on-Sea, mantuve una larga conversación con Sir Winston Churchill. Le dije que cuando comprobara que la relación con sus votantes iniciaba un declive debía retirarse porque, al contrario de lo que ocurre con el matrimonio entre católicos, el existente entre políticos y sus votantes se fundamenta en un contrato de servicios que se extiende mientras dure la confianza y el ansia de vivir juntos entre mandante y mandatario» (se ve que este cura católico de derechas, hoy le diría a Mariano que se pire, que ya le vale con tanta corrupción y tanta ostia, nunca más a propósito, por ver de mantener lo esencial del chiringuito). Palabras de lógica burguesa que hasta el mismísimo Engels, el gran Federico, hubiera suscrito.

El Padre Byles dijo misa el 14 de abril de 1912 para los pasajeros de tercera clase del Titanic la mañana del hundimiento. El sermón -diremos para los curiosos- versó sobre la necesidad de un salvavidas espiritual mediante la oración y los sacramentos -confesó a muchos y él, que pudo salvarse, se hundió junto con otros dos sacerdotes más que iban a bordo- cuando está en peligro el naufragio espiritual. Mariano debería reflexionar sobre las recomendaciones del piadoso ¡¡y profético!! sacerdote. Mientras tanto, mientras aburren a las ovejas por disputar poltronas en el gabinete (los escaños del Congreso ya los han okupado), aconsejamos desde este blog imposible al pueblo, al respetable, que caiga en el «síndrome Genovese». Veamos, Catherine Genovese fue una muchacha a la que, en 1964, asaltaron y apuñalaron hasta matarla en Nueva York (atraparon a uno solo, negro, por supuesto) mientras 38 de sus vecinos lo veían todo desde sus ventanas (en el popular distrito de Queens) sin que ninguno de ellos interviniera, ni siquiera para llamar a la policía.

Pues bien, desde esta atalaya solicitamos al personal ¡¡¡caer en ese síndrome pero al revés!!, es decir, ver el espectáculo y el chou que se traen entre manos con la más absoluta de las indiferencias desde nuestras ventanas, pero, eso sí, llamando a la policía a ver si los llevan a todos a la trena por jetas y estafadores. No caerá esa breva.

Buenas tardes.

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